PALABRAS DE VIDA ETERNA Por: Marlon Javier Domínguez, Pbro. El pasado miércoles, con la imposición de la ceniza, iniciamos en la Iglesia un nuevo tiempo que conmemora los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, como preparación a esos años de predicación que culminan en la Cruz y en la gloria de la Pascua. […]
PALABRAS DE VIDA ETERNA
Por: Marlon Javier Domínguez, Pbro.
El pasado miércoles, con la imposición de la ceniza, iniciamos en la Iglesia un nuevo tiempo que conmemora los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, como preparación a esos años de predicación que culminan en la Cruz y en la gloria de la Pascua. Cuarenta días de oración y de penitencia. Al terminar, tuvo lugar la escena que la liturgia de hoy ofrece a nuestra consideración, recogiéndola en el Evangelio de la Misa: las tentaciones de Cristo. Una escena llena de misterio, que el hombre pretende en vano entender -¡Dios que se somete a la tentación, que deja hacer al Maligno!-, pero que puede ser meditada, pidiendo al Señor que nos haga saber la enseñanza que contiene.
Es la primera vez que interviene el diablo en la vida de Jesús, y lo hace abiertamente. Pone a prueba a Nuestro Señor; quizá quiere averiguar si ha llegado ya la hora del Mesías. Jesús se lo permitió para darnos ejemplo de humildad y para enseñarnos a vencer las tentaciones que vamos a sufrir a lo largo de nuestra vida: «como el Señor todo lo hacía para nuestra enseñanza, dice San Juan Crisóstomo, quiso también ser conducido al desierto y trabar allí combate con el demonio, a fin de que los bautizados, si después del bautismo sufren mayores tentaciones, no se turben por eso, como si no fuera de esperarse». Si no contáramos con las tentaciones que hemos de padecer abriríamos la puerta a un gran enemigo: el desaliento y la tristeza. Veamos brevemente cuáles fueron las tentaciones que sufrió nuestro Señor, puesto que son las mismas que a menudo sufrimos nosotros:
“Di que estas piedras se conviertan en panes” o, lo cual es lo mismo decir, manipula a Dios, úsalo para conseguir lo que te propones, hazlo obedecer tus deseos. Esta tentación latente en nosotros es la tentación de la religión, el pensamiento de que Dios debe hacer nuestra voluntad y de que podemos usarlo para nuestro provecho… Es como si el demonio le dijera a Jesús: “¿Qué clase de padre tienes que te deja sufrir de tal manera?” A muchos de nosotros, sometidos a toda clase de tribulaciones, nos viene este pensamiento… ¡Rebélate contra ese Dios injusto, convierte las piedras en panes y ya no sufras más! Resulta atractiva y hasta “lógica” la propuesta del demonio, pero Jesús dice “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” y, a quien le incitaba a la rebeldía contra Dios, responde con una profunda sumisión a la Voluntad Divina, aunque sea difícil, aunque no se entienda, aunque duela.
“Todo esto te daré si, postrándote, me adoras” o, lo cual es lo mismo decir, pon en tu corazón las riquezas por encima de Dios, prefiere lo material, desentiéndete del cielo y aférrate a la tierra. Es como si el demonio le dijera a Jesús: “¡No seas tonto! Qué aburrido es amar a Dios habiendo tantas cosas divertidas que hacer… ¡No ames a Dios con todas tus fuerzas!”. Tantas veces resuenan en nuestro interior estas palabras y ¡tantas veces les hacemos caso! Jesús responde: “Al Señor, tu Dios, adorarás, y sólo a él rendirás culto”, renunciando a aquellas cosas que, quizás siendo buenas, no merecen tener en el corazón un lugar más importante que el de Dios.
“Lánzate de aquí a abajo” o, lo cual es lo mismo decir, conquista la cima del mundo, sé famoso, importante, ten poder… Es como si el demonio le dijera a Jesús: “Si te presentas como un pobre carpintero nadie te creerá, en cambio si haces algo extraordinario todos se postrarán ante ti”… Cuán atractiva resulta para nosotros en tantas ocasiones esta tentación, deseosos como estamos de poder y de dominio ¿Quizás con mayor intensidad en tiempos de campañas y elecciones? Jesús responde: “No tentarás al Señor, tu Dios”…
Las tentaciones de Jesús son las tentaciones del cristiano, a ellas nos vemos sometidos en todo tiempo, pero particularmente en el desierto de la cuaresma. Combatamos valientemente haciendo uso de las armas que se nos entregan (el ayuno, la oración y la limosna), para poder llegar con vida a la tierra prometida de la Pascua.
Correo: [email protected]
PALABRAS DE VIDA ETERNA Por: Marlon Javier Domínguez, Pbro. El pasado miércoles, con la imposición de la ceniza, iniciamos en la Iglesia un nuevo tiempo que conmemora los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, como preparación a esos años de predicación que culminan en la Cruz y en la gloria de la Pascua. […]
PALABRAS DE VIDA ETERNA
Por: Marlon Javier Domínguez, Pbro.
El pasado miércoles, con la imposición de la ceniza, iniciamos en la Iglesia un nuevo tiempo que conmemora los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, como preparación a esos años de predicación que culminan en la Cruz y en la gloria de la Pascua. Cuarenta días de oración y de penitencia. Al terminar, tuvo lugar la escena que la liturgia de hoy ofrece a nuestra consideración, recogiéndola en el Evangelio de la Misa: las tentaciones de Cristo. Una escena llena de misterio, que el hombre pretende en vano entender -¡Dios que se somete a la tentación, que deja hacer al Maligno!-, pero que puede ser meditada, pidiendo al Señor que nos haga saber la enseñanza que contiene.
Es la primera vez que interviene el diablo en la vida de Jesús, y lo hace abiertamente. Pone a prueba a Nuestro Señor; quizá quiere averiguar si ha llegado ya la hora del Mesías. Jesús se lo permitió para darnos ejemplo de humildad y para enseñarnos a vencer las tentaciones que vamos a sufrir a lo largo de nuestra vida: «como el Señor todo lo hacía para nuestra enseñanza, dice San Juan Crisóstomo, quiso también ser conducido al desierto y trabar allí combate con el demonio, a fin de que los bautizados, si después del bautismo sufren mayores tentaciones, no se turben por eso, como si no fuera de esperarse». Si no contáramos con las tentaciones que hemos de padecer abriríamos la puerta a un gran enemigo: el desaliento y la tristeza. Veamos brevemente cuáles fueron las tentaciones que sufrió nuestro Señor, puesto que son las mismas que a menudo sufrimos nosotros:
“Di que estas piedras se conviertan en panes” o, lo cual es lo mismo decir, manipula a Dios, úsalo para conseguir lo que te propones, hazlo obedecer tus deseos. Esta tentación latente en nosotros es la tentación de la religión, el pensamiento de que Dios debe hacer nuestra voluntad y de que podemos usarlo para nuestro provecho… Es como si el demonio le dijera a Jesús: “¿Qué clase de padre tienes que te deja sufrir de tal manera?” A muchos de nosotros, sometidos a toda clase de tribulaciones, nos viene este pensamiento… ¡Rebélate contra ese Dios injusto, convierte las piedras en panes y ya no sufras más! Resulta atractiva y hasta “lógica” la propuesta del demonio, pero Jesús dice “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” y, a quien le incitaba a la rebeldía contra Dios, responde con una profunda sumisión a la Voluntad Divina, aunque sea difícil, aunque no se entienda, aunque duela.
“Todo esto te daré si, postrándote, me adoras” o, lo cual es lo mismo decir, pon en tu corazón las riquezas por encima de Dios, prefiere lo material, desentiéndete del cielo y aférrate a la tierra. Es como si el demonio le dijera a Jesús: “¡No seas tonto! Qué aburrido es amar a Dios habiendo tantas cosas divertidas que hacer… ¡No ames a Dios con todas tus fuerzas!”. Tantas veces resuenan en nuestro interior estas palabras y ¡tantas veces les hacemos caso! Jesús responde: “Al Señor, tu Dios, adorarás, y sólo a él rendirás culto”, renunciando a aquellas cosas que, quizás siendo buenas, no merecen tener en el corazón un lugar más importante que el de Dios.
“Lánzate de aquí a abajo” o, lo cual es lo mismo decir, conquista la cima del mundo, sé famoso, importante, ten poder… Es como si el demonio le dijera a Jesús: “Si te presentas como un pobre carpintero nadie te creerá, en cambio si haces algo extraordinario todos se postrarán ante ti”… Cuán atractiva resulta para nosotros en tantas ocasiones esta tentación, deseosos como estamos de poder y de dominio ¿Quizás con mayor intensidad en tiempos de campañas y elecciones? Jesús responde: “No tentarás al Señor, tu Dios”…
Las tentaciones de Jesús son las tentaciones del cristiano, a ellas nos vemos sometidos en todo tiempo, pero particularmente en el desierto de la cuaresma. Combatamos valientemente haciendo uso de las armas que se nos entregan (el ayuno, la oración y la limosna), para poder llegar con vida a la tierra prometida de la Pascua.
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