Trabajar con comunidades y procesos de desarrollo social te abre la mente y hace que mires, desde otra perspectiva, la forma en la que se construyen las políticas públicas, pero también te muestra que es indispensable hablar de política exterior. Lo que ocurre en las relaciones entre países se conecta directamente con lo que viven las comunidades: la movilidad humana, la cooperación internacional y las oportunidades que llegan —o dejan de llegar— a los territorios.
La diplomacia, en su sentido más esencial, es el arte de gestionar relaciones entre Estados, por medios pacíficos. Es un ejercicio tan antiguo como la historia misma de las sociedades humanas. Desde los mensajeros del Imperio Persa, pasando por las ciudades-Estado griegas, hasta los actuales, entendieron que, al organizarse como unidades políticas autónomas, surgía la necesidad de comunicarse y negociar con quienes estaban alrededor.
Sin embargo, durante décadas este campo fue reservado para élites políticas y sociales. Esa representación —sostenida en apellidos, círculos cerrados y una mirada excesivamente centralista— sembró la idea de que la diplomacia era un espacio ajeno para quienes no crecieron cerca del poder, manteniéndose como un escenario distante de la ciudadanía y, especialmente, de los territorios.
Hoy, aunque sigue siendo un campo técnico y especializado, no es un espacio tan cerrado como suele creerse. De hecho, alrededor del 70 % del cuerpo diplomático está conformado por funcionarios de carrera, mientras que el otro 30 % corresponde a cargos de libre nombramiento y remoción.
Esa apertura se ha fortalecido especialmente desde el pasado 12 de noviembre, cuando la Academia Diplomática de Colombia, adscrita al Ministerio de Relaciones Exteriores, lanzó una iniciativa llamada “Academia Diplomática Popular” que ya ha llegado a 16 ciudades del país para fortalecer la formación ciudadana en asuntos internacionales y ampliar el acceso a la Carrera Diplomática y Consular en todo el territorio nacional.
En Valledupar, este proceso tuvo un significado distintivo porque, además de su contenido técnico de alto nivel, desmontó desde el primer minuto la idea de que el saber “viene de afuera”. La primera pregunta que surgió entre los participantes fue si el docente “era de Bogotá”, reflejo de una percepción común en las regiones: pensar que el conocimiento especializado no proviene del territorio.
La sorpresa llegó cuando supimos que el formador era el vallenato Yurgen Carrascal-Buelvas, nacido en esta tierra, becado en estudios internacionales en la Universidad de los Andes, con experiencia en organismos como el BID y las Naciones Unidas, y director de su fundación Iniciativa Global Hub en Valledupar. Su presencia, además de elevar el nivel académico, despertó un sentimiento de orgullo y pertenencia, confirmándonos que Valledupar tiene personas con grandes capacidades, aunque pocas veces se hagan visibles.
Asimismo, la participación y asistencia de José Antonio Araújo Pitre en una de las clases presenciales, quien recientemente ingresó a la Carrera Diplomática y también es de Valledupar, reforzó la idea de que desde aquí se construyen perfiles con capacidad de incidencia global.
Antes de este proceso, solo dos personas de la ciudad habían presentado el examen de ingreso a la Carrera Diplomática en octubre de este año. El problema nunca fue la falta de interés; lo que faltaba era información, orientación y caminos visibles. No estaba claro qué se necesitaba, cuáles eran los requisitos o cómo prepararse para llegar a este tipo de formación.
La diversidad de los participantes —docentes, ingenieros, abogados, administradores, líderes y personas pertenecientes a comunidades indígenas— evidenció una gran demanda de acceso al conocimiento, pero también la urgencia de que este llegue en un lenguaje comprensible, cercano y pertinente para los contextos regionales.
Como parte del proceso, realizamos una réplica en la Institución Educativa San José de La Paz (Cesar), gracias al liderazgo de su rector, Wilmer Galindo Ospino, quien hizo parte de las sesiones, demostrando que cuando la formación llega a los territorios, estos también se convierten en agentes de expansión del conocimiento.
El cierre oficial, realizado en Valledupar, contó con la presencia de Carolina Vallejo, coordinadora de la iniciativa, quien destacó la amplia participación lograda en todo el país. Carolina hizo un reconocimiento especial a la capital del Cesar, resaltando la masiva asistencia, el compromiso y la creciente confianza que despertó la estrategia pedagógica.
Que Valledupar haya sido elegida ciudad de cierre de esta primera versión, refleja que aquí hay capacidades, liderazgo, talento y visión global. Y, sobre todo, que la idea de que “todo sucede en Bogotá” debe empezar a romperse. Los participantes lo repetían una y otra vez: “No sabíamos que en Valledupar había personas tan preparadas”, “No imaginábamos que alguien de aquí hubiera trabajado en esos escenarios”.
Por eso es tan urgente que Valledupar siga apostándole a estos procesos. No podemos permitir que esta sea la primera y última vez que el territorio se sitúe como protagonista en la formación diplomática del país. Necesitamos más espacios, más rutas, más referentes y, sobre todo, más continuidad para que lo que empezó aquí no se diluya con el tiempo.
La Academia Diplomática Popular abrió una puerta a través de esta estrategia, pero el desafío ahora es que no se cierre. Que estos ejercicios sean parte de una política pública sostenida, que reconozca que la diplomacia se construye, y que esa construcción, necesariamente, nace y crece en los territorios.
Sara Montero Muleth/Abogada





