“Bendito sea Yahvé, mi roca…”. Salmos 144,1 Leí la historia de una anciana que viajaba de pueblo en pueblo visitando las cárceles y los hospitales. Había vendido todos sus bienes con la esperanza de encontrar a su hijo perdido y ver un milagro. En uno de los pueblos, sufrió un fatal accidente y mientras permanecía […]
“Bendito sea Yahvé, mi roca…”. Salmos 144,1
Leí la historia de una anciana que viajaba de pueblo en pueblo visitando las cárceles y los hospitales. Había vendido todos sus bienes con la esperanza de encontrar a su hijo perdido y ver un milagro. En uno de los pueblos, sufrió un fatal accidente y mientras permanecía en el hospital al borde de la muerte le hizo prometer a la enfermera que, si algún día su hijo viniera a ese hospital, ella le contaría que sus dos mejores amigos siempre lo buscaron y nunca se dieron por vencidos. Conmovida, la enfermera preguntó quiénes eran esos dos mejores amigos; para en caso tal, poder mencionarlo a su hijo. Con labios temblorosos y lágrimas en los ojos, la madre respondió: Dígale que esos amigos eran: Dios y su madre. Y cerrando los ojos. Murió. ¡En honor a todas las madres! ¡Feliz día!
El corazón de esa promesa del epígrafe me hace pensar en el amor incondicional de madre. No importa cuán incierto sea el escenario en que nos movemos, o cuán resbaladiza sea nuestra sociedad, existe un lugar sólido donde podemos pararnos. Ese lugar es la persona de Jesús, su nombre… cimiento estable, roca firme.
La fuerza del título Tzuriel, construido con palabras hebreas y la verdad que enseña se encuentra en el hecho que, es el mismo Dios quien establece ese cimiento. Él mismo se convierte en ese lugar donde la vida puede vivirse con estabilidad y seguridad. En el corazón de cada hijo creyente debe nacer una tremenda confianza de que nuestra vida está cimentada en la roca firme de los siglos.
Los Evangelios hablan de los dos cimientos. Oír la palabra de Dios y ponerla en práctica es como un hombre prudente que edifica su casa sobre la roca. Pero el que oye la palabra y no la práctica, se le compara con un hombre insensato que edifica su casa sobre la arena. Al ser sometidos a los embates de la lluvia, ríos, viento, la primera casa no cae por estar cimentada sobre la roca, mientras la segunda cayó y fue grande su ruina.
Amados amigos: Los tiempos convulsionados en que vivimos generan una estampida humana tan grande que puede arrastrarnos al desespero de existir, disfrutar y aprovechar, en lugar de vivir confiadamente sobre la roca firme de Jesús. Él pone un fundamente sólido para solucionar problemas y edificar nuestras vidas llevando a cabo los planes soñados. ¡En su nombre podemos encontrar la estabilidad que tanto anhelamos!
Así pues, acerquémonos con seguridad, confiadamente, ante el trono de la gracia. Y si por ventura, descubrimos áreas inestables de nuestras vidas, reclamemos que el nombre de Jesús venza las circunstancias y ponga estabilidad en cada aspecto de nuestras vidas.
A todas las madres, con un abrazo de hijo.
“Bendito sea Yahvé, mi roca…”. Salmos 144,1 Leí la historia de una anciana que viajaba de pueblo en pueblo visitando las cárceles y los hospitales. Había vendido todos sus bienes con la esperanza de encontrar a su hijo perdido y ver un milagro. En uno de los pueblos, sufrió un fatal accidente y mientras permanecía […]
“Bendito sea Yahvé, mi roca…”. Salmos 144,1
Leí la historia de una anciana que viajaba de pueblo en pueblo visitando las cárceles y los hospitales. Había vendido todos sus bienes con la esperanza de encontrar a su hijo perdido y ver un milagro. En uno de los pueblos, sufrió un fatal accidente y mientras permanecía en el hospital al borde de la muerte le hizo prometer a la enfermera que, si algún día su hijo viniera a ese hospital, ella le contaría que sus dos mejores amigos siempre lo buscaron y nunca se dieron por vencidos. Conmovida, la enfermera preguntó quiénes eran esos dos mejores amigos; para en caso tal, poder mencionarlo a su hijo. Con labios temblorosos y lágrimas en los ojos, la madre respondió: Dígale que esos amigos eran: Dios y su madre. Y cerrando los ojos. Murió. ¡En honor a todas las madres! ¡Feliz día!
El corazón de esa promesa del epígrafe me hace pensar en el amor incondicional de madre. No importa cuán incierto sea el escenario en que nos movemos, o cuán resbaladiza sea nuestra sociedad, existe un lugar sólido donde podemos pararnos. Ese lugar es la persona de Jesús, su nombre… cimiento estable, roca firme.
La fuerza del título Tzuriel, construido con palabras hebreas y la verdad que enseña se encuentra en el hecho que, es el mismo Dios quien establece ese cimiento. Él mismo se convierte en ese lugar donde la vida puede vivirse con estabilidad y seguridad. En el corazón de cada hijo creyente debe nacer una tremenda confianza de que nuestra vida está cimentada en la roca firme de los siglos.
Los Evangelios hablan de los dos cimientos. Oír la palabra de Dios y ponerla en práctica es como un hombre prudente que edifica su casa sobre la roca. Pero el que oye la palabra y no la práctica, se le compara con un hombre insensato que edifica su casa sobre la arena. Al ser sometidos a los embates de la lluvia, ríos, viento, la primera casa no cae por estar cimentada sobre la roca, mientras la segunda cayó y fue grande su ruina.
Amados amigos: Los tiempos convulsionados en que vivimos generan una estampida humana tan grande que puede arrastrarnos al desespero de existir, disfrutar y aprovechar, en lugar de vivir confiadamente sobre la roca firme de Jesús. Él pone un fundamente sólido para solucionar problemas y edificar nuestras vidas llevando a cabo los planes soñados. ¡En su nombre podemos encontrar la estabilidad que tanto anhelamos!
Así pues, acerquémonos con seguridad, confiadamente, ante el trono de la gracia. Y si por ventura, descubrimos áreas inestables de nuestras vidas, reclamemos que el nombre de Jesús venza las circunstancias y ponga estabilidad en cada aspecto de nuestras vidas.
A todas las madres, con un abrazo de hijo.