Comparto la columna del investigador, coleccionista y compositor, Julio Oñate Martínez, sobre los disqueros, y su alta injerencia en la música vallenata, al descalificar y promover canciones, pero además influyeron en la interpretación y el canto de algunos de nuestros músicos.
Por Celso Guerra Gutierréz
Comparto la columna del investigador, coleccionista y compositor, Julio Oñate Martínez, sobre los disqueros, y su alta injerencia en la música vallenata, al descalificar y promover canciones, pero además influyeron en la interpretación y el canto de algunos de nuestros músicos.
Nadie puede negar la ayuda del disco, en la música del valle, sin él, esta no hubiera alcanzado el rol y la importancia que tiene, pero, lamentablemente las políticas de mercadeo de las disqueras, han sido lesivas para el folclor, lo desnaturalizaron, imponiendo el balanato y la nueva ola.
Cuando las disqueras llegan a Valledupar, atraídas por el Festival Vallenato, el folclor estaba intacto, nuestros juglares interpretaban la música en su más fiel expresión.
Si había diez o veinte acordeoneros, eran esos los estilos que existían y la preocupación de ellos, era no parecerse musicalmente al otro.
Es la generación de los setenta, la que comienza a saborear las mieles de la aureola disquera, y con ésta una camada de cantantes, acordeoneros y compositores que maravillaron a Colombia.
Este éxito fonográfico, no lo había vivido nunca la música vallenata. Entonces los disqueros se engolosinaron y decidieron explotarla al máximo; unieron parejas musicales que nunca fueron exitosas y separaron exitosos que jamás lo volvieron a ser.
En el mercado se consolidaron, cantantes que se convirtieron en iconos por ser excelentes voces, y vendedores de discos, Oñate, Zuleta, Diomedes; Zabaleta, Orozco, Brito, y más acá Villazón; además acordeoneros que brillaron con luz propia, Emilianito, Israel Romero, Juan Rois; Cocha, aparecieron nuevos valores en la composición, Marín, Romualdo, Marciano, Moya, Rosendo, entre otros, esos eran los referentes y a ellos había que parodiar.
Comenzó la búsqueda incesante, los disqueros no preguntaban por originalidad y creatividad, la pregunta era ¿a quién se parece? y aparecieron copias imitadores o émulos, como se les quiera llamar.
Esta práctica ha costado desarraigarla, porque aunque las disqueras han desaparecido del mercado, este papel lo asume la televisión y sus famosos realitis como “Yo Me Llamo, o Yo soy” y los de estudios de grabación que proliferan, aplicando las mismas técnicas de los disqueros, que han sido de nefastas consecuencias para las nuevas y originales figuras de la música vallenata.
Ante la avalancha de nuevos Cd, bueno es el control natural, y ese trabajo de decantación lo hace el público, que es el sabio.
Luis Augusto González: “El Barrilito es una marcha mejicana” lo exprese en término coloquial; cuando iba a iniciar la función de cine, decíamos sin ninguna prevención: ya pusieron la marcha, al escuchar esta canción.
Comparto la columna del investigador, coleccionista y compositor, Julio Oñate Martínez, sobre los disqueros, y su alta injerencia en la música vallenata, al descalificar y promover canciones, pero además influyeron en la interpretación y el canto de algunos de nuestros músicos.
Por Celso Guerra Gutierréz
Comparto la columna del investigador, coleccionista y compositor, Julio Oñate Martínez, sobre los disqueros, y su alta injerencia en la música vallenata, al descalificar y promover canciones, pero además influyeron en la interpretación y el canto de algunos de nuestros músicos.
Nadie puede negar la ayuda del disco, en la música del valle, sin él, esta no hubiera alcanzado el rol y la importancia que tiene, pero, lamentablemente las políticas de mercadeo de las disqueras, han sido lesivas para el folclor, lo desnaturalizaron, imponiendo el balanato y la nueva ola.
Cuando las disqueras llegan a Valledupar, atraídas por el Festival Vallenato, el folclor estaba intacto, nuestros juglares interpretaban la música en su más fiel expresión.
Si había diez o veinte acordeoneros, eran esos los estilos que existían y la preocupación de ellos, era no parecerse musicalmente al otro.
Es la generación de los setenta, la que comienza a saborear las mieles de la aureola disquera, y con ésta una camada de cantantes, acordeoneros y compositores que maravillaron a Colombia.
Este éxito fonográfico, no lo había vivido nunca la música vallenata. Entonces los disqueros se engolosinaron y decidieron explotarla al máximo; unieron parejas musicales que nunca fueron exitosas y separaron exitosos que jamás lo volvieron a ser.
En el mercado se consolidaron, cantantes que se convirtieron en iconos por ser excelentes voces, y vendedores de discos, Oñate, Zuleta, Diomedes; Zabaleta, Orozco, Brito, y más acá Villazón; además acordeoneros que brillaron con luz propia, Emilianito, Israel Romero, Juan Rois; Cocha, aparecieron nuevos valores en la composición, Marín, Romualdo, Marciano, Moya, Rosendo, entre otros, esos eran los referentes y a ellos había que parodiar.
Comenzó la búsqueda incesante, los disqueros no preguntaban por originalidad y creatividad, la pregunta era ¿a quién se parece? y aparecieron copias imitadores o émulos, como se les quiera llamar.
Esta práctica ha costado desarraigarla, porque aunque las disqueras han desaparecido del mercado, este papel lo asume la televisión y sus famosos realitis como “Yo Me Llamo, o Yo soy” y los de estudios de grabación que proliferan, aplicando las mismas técnicas de los disqueros, que han sido de nefastas consecuencias para las nuevas y originales figuras de la música vallenata.
Ante la avalancha de nuevos Cd, bueno es el control natural, y ese trabajo de decantación lo hace el público, que es el sabio.
Luis Augusto González: “El Barrilito es una marcha mejicana” lo exprese en término coloquial; cuando iba a iniciar la función de cine, decíamos sin ninguna prevención: ya pusieron la marcha, al escuchar esta canción.