La madre naturaleza por ser tan sabia y grandiosa, le dio una mente asombrosa, pudo captar la belleza, pero tan asombroso fué también el sensibilísimo tacto del maestro Leandro Díaz quien fácilmente podía identificar muchas cosas.
La madre naturaleza por ser tan sabia y grandiosa, le dio una mente asombrosa, pudo captar la belleza, pero tan asombroso fué también el sensibilísimo tacto del maestro Leandro Díaz quien fácilmente podía identificar objetos, plantas, prendas y hasta comidas mediante los mágicos sensores que tenia en sus dedos, como una forma de compensación que le brindó el todopoderoso ante sus limitaciones físicas.
Emiliano Zuleta Baquero su compañero de muchísimas andanzas y parrandas aseguraba que Leandro en ciertos momentos de su vida podía ver claramente al no encontrar explicación alguna ante ciertas evidencias sobre el particular.
En una ocasión invitados a parrandear por Quine Viloria llegaron a Barranquilla. Allí en la residencia del anfitrión fueron instalados juntos en una habitación y mientras el viejo Mile se fue a la cocina en busca de un café Leandro rápidamente con el tacto recorrió todo el recinto familiarizándose de inmediato con los espacios y los objetos presentes. En una de las paredes sostenido por una par de ganchos estaba un viejo arcabuz. Al regresar su compañero, Leandro sentado en el borde de la cama le comentó: Emiliano en esa pared hay una escopeta. Asombrado el viejo Mile quedó convencido que un lampo milagroso acompañó en ese momento a su amigo invidente.
Muy temprano al día siguiente Leandro buscaba en su maleta insistentemente y Emiliano tratando de apoyarlo le interrogó: Oye! Tu qué buscas en esa maleta? Una camisa de cuadros le respondió él, y efectivamente después de palpar entre otras que había traído sin titubear sacó la de cuadros. Sencillamente la diferencia en la textura de la tela le permitía diferenciar fácilmente el algodón de la seda o el dacrón, pero Emiliano pensaba en su interior: Carajo! Volvió a ver.
En otra jornada, después de parrandear aquí en Valledupar atropellados por el hambre llegaron muy tarde al mercado viejo y allí en las fritangas del antiguo Coopetrán ya casi recogiendo los peroles una negra caderona les ofreció lo único que quedaba en el caldero: dos presitas de conejo, un escuálido muslito y un robustito pedazo del espinazo que la negra acompañó con sendas tapas de yuca. Esto lo sirvió en un solo plato y mientras Mile trataba de sobarle el caderaje a la guisandera, Leandro velozmente con el dedo índice recorrió el plato y de una agarró el tronquito de espinazo, que como todos saben es donde el conejo tiene toda la pulpa. Emiliano no lo podía creer, si el espinazo quedó en el plato del lado de él y mascullando entre dientes volvió a repetir: Carajo! volvió a ver.
En la sutileza de sus dedos el maestro Leandro Díaz encontró siempre uno de sus mejores dones para salir airoso ante aquellas dificultades que la vida le impuso en su desventaja visual, inclusive en el campo amoroso después de algún descalabro sentimental sabia claramente y lo practicaba, como observamos; Quiero pasar la vida cantando / Con una muchachita / Pero primero pongo la mano / No vaya a ser gordita.
Por Julio Oñate Martínez
La madre naturaleza por ser tan sabia y grandiosa, le dio una mente asombrosa, pudo captar la belleza, pero tan asombroso fué también el sensibilísimo tacto del maestro Leandro Díaz quien fácilmente podía identificar muchas cosas.
La madre naturaleza por ser tan sabia y grandiosa, le dio una mente asombrosa, pudo captar la belleza, pero tan asombroso fué también el sensibilísimo tacto del maestro Leandro Díaz quien fácilmente podía identificar objetos, plantas, prendas y hasta comidas mediante los mágicos sensores que tenia en sus dedos, como una forma de compensación que le brindó el todopoderoso ante sus limitaciones físicas.
Emiliano Zuleta Baquero su compañero de muchísimas andanzas y parrandas aseguraba que Leandro en ciertos momentos de su vida podía ver claramente al no encontrar explicación alguna ante ciertas evidencias sobre el particular.
En una ocasión invitados a parrandear por Quine Viloria llegaron a Barranquilla. Allí en la residencia del anfitrión fueron instalados juntos en una habitación y mientras el viejo Mile se fue a la cocina en busca de un café Leandro rápidamente con el tacto recorrió todo el recinto familiarizándose de inmediato con los espacios y los objetos presentes. En una de las paredes sostenido por una par de ganchos estaba un viejo arcabuz. Al regresar su compañero, Leandro sentado en el borde de la cama le comentó: Emiliano en esa pared hay una escopeta. Asombrado el viejo Mile quedó convencido que un lampo milagroso acompañó en ese momento a su amigo invidente.
Muy temprano al día siguiente Leandro buscaba en su maleta insistentemente y Emiliano tratando de apoyarlo le interrogó: Oye! Tu qué buscas en esa maleta? Una camisa de cuadros le respondió él, y efectivamente después de palpar entre otras que había traído sin titubear sacó la de cuadros. Sencillamente la diferencia en la textura de la tela le permitía diferenciar fácilmente el algodón de la seda o el dacrón, pero Emiliano pensaba en su interior: Carajo! Volvió a ver.
En otra jornada, después de parrandear aquí en Valledupar atropellados por el hambre llegaron muy tarde al mercado viejo y allí en las fritangas del antiguo Coopetrán ya casi recogiendo los peroles una negra caderona les ofreció lo único que quedaba en el caldero: dos presitas de conejo, un escuálido muslito y un robustito pedazo del espinazo que la negra acompañó con sendas tapas de yuca. Esto lo sirvió en un solo plato y mientras Mile trataba de sobarle el caderaje a la guisandera, Leandro velozmente con el dedo índice recorrió el plato y de una agarró el tronquito de espinazo, que como todos saben es donde el conejo tiene toda la pulpa. Emiliano no lo podía creer, si el espinazo quedó en el plato del lado de él y mascullando entre dientes volvió a repetir: Carajo! volvió a ver.
En la sutileza de sus dedos el maestro Leandro Díaz encontró siempre uno de sus mejores dones para salir airoso ante aquellas dificultades que la vida le impuso en su desventaja visual, inclusive en el campo amoroso después de algún descalabro sentimental sabia claramente y lo practicaba, como observamos; Quiero pasar la vida cantando / Con una muchachita / Pero primero pongo la mano / No vaya a ser gordita.
Por Julio Oñate Martínez