Casitas de jengibre, regalos, natilla, arbolito, luces, pesebre y música de antaño. No, esa no es la verdadera Navidad.
Casitas de jengibre, regalos, natilla, arbolito, luces, pesebre y música de antaño. No, esa no es la verdadera Navidad.
No es casualidad que la Navidad se celebre finalizando el año, indicando que antes de iniciar el próximo, debemos hacer una pausa, que permite hacer una revisión del año que está por acabar, para empezar con pie derecho el próximo. Tampoco es casualidad que celebremos el nacimiento de un niño, el cual nos invita también a renacer, dejando atrás malos hábitos, rencores, celos, envidias, entre otros sentimientos nocivos.
Así como las empresas deben realizar a fin de año una revisión de sus cuentas, pasan por auditorías y sacan su balance anual, las personas tenemos la ardua tarea de hacer lo mismo, examinar nuestros corazones y hacer un balance general de sentimientos y emociones.
Diciembre no es lo que parece, porque curiosamente, contamos con el ambiente festivo que propicia el encuentro, el dar, el compartir, que logra poner a prueba nuestros sentimientos y corroborar como están nuestras emociones, pero de forma oculta, están nuestros miedos y carencias tratando de revelarnos el verdadero propósito de la Navidad. Cuando una familia se vuelve a reunir, las emociones vuelven a surgir, y es el momento perfecto para sanar heridas del pasado y renacer con un nuevo corazón.
En Navidad, no se trata de lo que haces, sino de lo que sientes en cada cosa que haces, pues nos definen nuestros deseos e intenciones, no los hechos o palabras frágiles, susceptibles al cambio o la interpretación. Una Navidad con propósito, no es simplemente asistir a una cena, es sentir alegría por compartir, en lugar de envidia, cuando a alguien le sirven más comida que a ti; no es simplemente asistir a una entrega de regalos en Nochebuena, es agradecer cada detalle que recibes y dar con amor cada obsequio que entregas, sin comparar costos, marcas o gustos; no es decorar el arbolito para descrestar a los vecinos o las visitas, es compartir una tradición en familia, en la que cada uno de sus miembros incluye un adorno especial y siembran juntos intenciones para el año venidero; no es preparar una cena en medio de afanes, gritos y malos tratos, es hacerle honor a las tradiciones culinarias de nuestros abuelos, para que sigan de generación en generación, en medio de historias que conmemoren la vida de nuestros antepasados; en Navidad, decora tu casa, pero desnuda tu alma.
Para aquellos con gusto y afinidad por el pesebre, resulta conveniente resaltar el propósito del mismo, el cual nos invita a preservar un corazón sencillo, humilde y austero, con pocas pretensiones, pero con mucha fortaleza para soportar cualquier adversidad. Sería bonito, que los niños recuerden, además de las cajas de cartón, el burro cojo o el manojo de luces enredadas, historias sobre resiliencia y superación. Así mismo, después de conmemorar la historia sobre el nacimiento de Jesús, cuéntale a tus hijos la historia sobre su llegada a éste mundo. Aunque no sea alegre, será un motivo para sanar, ya que quien no conoce su historia, está condenado a repetirla.
Las luces que se prenden en Navidad, simbolizan la luz que llega a iluminar la oscuridad que habita en nuestros corazones, para ver con claridad, que detrás de cada rencor, de cada envidia, celo o rabia guardada, está un niño o una niña, que necesita sanar y volver a nacer.
Por: Angélica Vega Aroca.
Casitas de jengibre, regalos, natilla, arbolito, luces, pesebre y música de antaño. No, esa no es la verdadera Navidad.
Casitas de jengibre, regalos, natilla, arbolito, luces, pesebre y música de antaño. No, esa no es la verdadera Navidad.
No es casualidad que la Navidad se celebre finalizando el año, indicando que antes de iniciar el próximo, debemos hacer una pausa, que permite hacer una revisión del año que está por acabar, para empezar con pie derecho el próximo. Tampoco es casualidad que celebremos el nacimiento de un niño, el cual nos invita también a renacer, dejando atrás malos hábitos, rencores, celos, envidias, entre otros sentimientos nocivos.
Así como las empresas deben realizar a fin de año una revisión de sus cuentas, pasan por auditorías y sacan su balance anual, las personas tenemos la ardua tarea de hacer lo mismo, examinar nuestros corazones y hacer un balance general de sentimientos y emociones.
Diciembre no es lo que parece, porque curiosamente, contamos con el ambiente festivo que propicia el encuentro, el dar, el compartir, que logra poner a prueba nuestros sentimientos y corroborar como están nuestras emociones, pero de forma oculta, están nuestros miedos y carencias tratando de revelarnos el verdadero propósito de la Navidad. Cuando una familia se vuelve a reunir, las emociones vuelven a surgir, y es el momento perfecto para sanar heridas del pasado y renacer con un nuevo corazón.
En Navidad, no se trata de lo que haces, sino de lo que sientes en cada cosa que haces, pues nos definen nuestros deseos e intenciones, no los hechos o palabras frágiles, susceptibles al cambio o la interpretación. Una Navidad con propósito, no es simplemente asistir a una cena, es sentir alegría por compartir, en lugar de envidia, cuando a alguien le sirven más comida que a ti; no es simplemente asistir a una entrega de regalos en Nochebuena, es agradecer cada detalle que recibes y dar con amor cada obsequio que entregas, sin comparar costos, marcas o gustos; no es decorar el arbolito para descrestar a los vecinos o las visitas, es compartir una tradición en familia, en la que cada uno de sus miembros incluye un adorno especial y siembran juntos intenciones para el año venidero; no es preparar una cena en medio de afanes, gritos y malos tratos, es hacerle honor a las tradiciones culinarias de nuestros abuelos, para que sigan de generación en generación, en medio de historias que conmemoren la vida de nuestros antepasados; en Navidad, decora tu casa, pero desnuda tu alma.
Para aquellos con gusto y afinidad por el pesebre, resulta conveniente resaltar el propósito del mismo, el cual nos invita a preservar un corazón sencillo, humilde y austero, con pocas pretensiones, pero con mucha fortaleza para soportar cualquier adversidad. Sería bonito, que los niños recuerden, además de las cajas de cartón, el burro cojo o el manojo de luces enredadas, historias sobre resiliencia y superación. Así mismo, después de conmemorar la historia sobre el nacimiento de Jesús, cuéntale a tus hijos la historia sobre su llegada a éste mundo. Aunque no sea alegre, será un motivo para sanar, ya que quien no conoce su historia, está condenado a repetirla.
Las luces que se prenden en Navidad, simbolizan la luz que llega a iluminar la oscuridad que habita en nuestros corazones, para ver con claridad, que detrás de cada rencor, de cada envidia, celo o rabia guardada, está un niño o una niña, que necesita sanar y volver a nacer.
Por: Angélica Vega Aroca.