Cuando vemos algo que nos gusta con absoluta claridad, no nos cuesta ni tenemos duda en elegir: actuamos. El problema radica cuando estamos inseguros, confusos, sin visión y, entonces, desorientados, buscamos a nuestro alrededor alguna señal que nos muestre si es conveniente o no lo que se nos presenta frente a nosotros y, si podemos, elegimos.
Cuando vemos algo que nos gusta con absoluta claridad, no nos cuesta ni tenemos duda en elegir: actuamos. El problema radica cuando estamos inseguros, confusos, sin visión y, entonces, desorientados, buscamos a nuestro alrededor alguna señal que nos muestre si es conveniente o no lo que se nos presenta frente a nosotros y, si podemos, elegimos.
Si hay un libro que he releído varias veces es “Cuentos para regalar a personas inteligentes”, de Enrique Mariscal, una amena obra que nos hace reflexionar, basada en sus propias observaciones e inventiva y quizás recogiendo algo de la tradición oral del fogón del campo, como lo dice él, de aquellas historias contadas por nuestros padres y abuelos hace muchos años.
De los cincuenta cuentos que componen esta obra hay uno que me llamó poderosamente la atención y que titula “Saber elegir”; una historia que nos permite y enseña después de leerla, saber elegir.
Muchas veces intentamos elegir lo que nos conviene, lo que nos gusta, lo que creemos que es mejor para nosotros, sin embargo, a pesar que dediquemos tiempo reparando sobre el asunto no atinamos en la elección, tal vez porque aún no tenemos la suficiente madurez para ello. Nos pasa como algunos de los protagonistas del cuento que les digo, en donde cuenta la historia que había un rey fabulosamente rico, quien a su muerte legó todo lo que poseía a su leal esclavo llamado Yusuf. Estableció, eso sí, una sola condición: que antes que él se quedara con todo, le concediera a cada uno de sus cuatro hijos la oportunidad de elegir alguna cosa de valor, entre todas las que había dejado, y así, cada uno de los príncipes pidió lo que creía más valioso y conveniente. El mayor, cuenta la historia, decidió pedir el palacio real; el segundo, pidió un maravilloso jardín flotante; el tercero optó por el deslumbrante trono adornado con piedras preciosas de incalculable valor. Los tres se lamentaron de que el resto fuera a parar a manos del esclavo. Pero faltaba el cuarto hermano, quien en silencio había dejado que sus hermanos pidieran primero que él. Se levantó y dijo con firmeza y serenidad: << ¡Quiero al esclavo Yusuf! >>. Un grito de asombro se elevó de entre todos los que componían la asamblea testamentaria: jueces, cortesanos y guerreros. A todos les pareció una elección extravagante. El muchacho había elegido al viejo esclavo Yusuf como el más preciado y valioso bien.
Pocos fueron los que de inmediato comprendieron la sabia decisión tomada por el pequeño príncipe, los demás ahogados por el alboroto incitado por la situación, aún no veían más allá de sus narices lo que había hecho. La posesión del esclavo implicaba el dominio de todo lo que el rey le había legado. La ley ordenaba que todo el patrimonio de un esclavo fuese propiedad del amo, quien entonces, ahora era dueño del resto del tesoro de su difunto padre y rey.
Maravilloso ¿cierto? Creo que no hay necesidad de explicar el cuento, pues creo que está dirigido a personas inteligentes y sería triste además de ofensivo tener que explicarlo, sin embargo, creo, con sumo respeto hacia todos los lectores, que sí es necesario manifestar que algunas situaciones en nuestro diario vivir tal vez plantee elecciones que debamos hacer y, por supuesto, que debemos hacerlas con la sabiduría de saber elegir bien, por eso cada uno debe decirse: “Soy yo y mi circunstancia”, y la calidad de respuesta que decido en cada situación.
Si bien es cierto que somos únicamente nosotros los responsables de nuestras elecciones, tampoco es menos cierto que a veces nos dejamos influenciar por lo que aparentemente brilla más ante nuestros ojos y nos enceguece de tal forma que no nos permite ver lo más valioso que está a nuestro alrededor creyendo que eso que más brilla es lo más valioso, induciéndonos al error de que estamos eligiendo lo mejor para nosotros.
Comparto plenamente que todos podemos, y debemos, otorgar al mundo concreto de los afanes diarios la riqueza interpretativa de lo simbólico, la elevación de lo trascendente, la belleza de cada ritmo vital, la profundidad mágica de lo simple. Muchas veces lo simple es lo más valioso y lo que más nos hace bien. Y como dice el autor mencionado: Las puertas del corazón no tienen pestillo exterior, se abren como el mar, desde adentro.
En la práctica de la espiritualidad cotidiana siempre hay un cuento cercano, gratuito, inteligente y oportuno que te está esperando, solo es cuestión de saber elegirlo.
Por: Jairo Mejía
Cuando vemos algo que nos gusta con absoluta claridad, no nos cuesta ni tenemos duda en elegir: actuamos. El problema radica cuando estamos inseguros, confusos, sin visión y, entonces, desorientados, buscamos a nuestro alrededor alguna señal que nos muestre si es conveniente o no lo que se nos presenta frente a nosotros y, si podemos, elegimos.
Cuando vemos algo que nos gusta con absoluta claridad, no nos cuesta ni tenemos duda en elegir: actuamos. El problema radica cuando estamos inseguros, confusos, sin visión y, entonces, desorientados, buscamos a nuestro alrededor alguna señal que nos muestre si es conveniente o no lo que se nos presenta frente a nosotros y, si podemos, elegimos.
Si hay un libro que he releído varias veces es “Cuentos para regalar a personas inteligentes”, de Enrique Mariscal, una amena obra que nos hace reflexionar, basada en sus propias observaciones e inventiva y quizás recogiendo algo de la tradición oral del fogón del campo, como lo dice él, de aquellas historias contadas por nuestros padres y abuelos hace muchos años.
De los cincuenta cuentos que componen esta obra hay uno que me llamó poderosamente la atención y que titula “Saber elegir”; una historia que nos permite y enseña después de leerla, saber elegir.
Muchas veces intentamos elegir lo que nos conviene, lo que nos gusta, lo que creemos que es mejor para nosotros, sin embargo, a pesar que dediquemos tiempo reparando sobre el asunto no atinamos en la elección, tal vez porque aún no tenemos la suficiente madurez para ello. Nos pasa como algunos de los protagonistas del cuento que les digo, en donde cuenta la historia que había un rey fabulosamente rico, quien a su muerte legó todo lo que poseía a su leal esclavo llamado Yusuf. Estableció, eso sí, una sola condición: que antes que él se quedara con todo, le concediera a cada uno de sus cuatro hijos la oportunidad de elegir alguna cosa de valor, entre todas las que había dejado, y así, cada uno de los príncipes pidió lo que creía más valioso y conveniente. El mayor, cuenta la historia, decidió pedir el palacio real; el segundo, pidió un maravilloso jardín flotante; el tercero optó por el deslumbrante trono adornado con piedras preciosas de incalculable valor. Los tres se lamentaron de que el resto fuera a parar a manos del esclavo. Pero faltaba el cuarto hermano, quien en silencio había dejado que sus hermanos pidieran primero que él. Se levantó y dijo con firmeza y serenidad: << ¡Quiero al esclavo Yusuf! >>. Un grito de asombro se elevó de entre todos los que componían la asamblea testamentaria: jueces, cortesanos y guerreros. A todos les pareció una elección extravagante. El muchacho había elegido al viejo esclavo Yusuf como el más preciado y valioso bien.
Pocos fueron los que de inmediato comprendieron la sabia decisión tomada por el pequeño príncipe, los demás ahogados por el alboroto incitado por la situación, aún no veían más allá de sus narices lo que había hecho. La posesión del esclavo implicaba el dominio de todo lo que el rey le había legado. La ley ordenaba que todo el patrimonio de un esclavo fuese propiedad del amo, quien entonces, ahora era dueño del resto del tesoro de su difunto padre y rey.
Maravilloso ¿cierto? Creo que no hay necesidad de explicar el cuento, pues creo que está dirigido a personas inteligentes y sería triste además de ofensivo tener que explicarlo, sin embargo, creo, con sumo respeto hacia todos los lectores, que sí es necesario manifestar que algunas situaciones en nuestro diario vivir tal vez plantee elecciones que debamos hacer y, por supuesto, que debemos hacerlas con la sabiduría de saber elegir bien, por eso cada uno debe decirse: “Soy yo y mi circunstancia”, y la calidad de respuesta que decido en cada situación.
Si bien es cierto que somos únicamente nosotros los responsables de nuestras elecciones, tampoco es menos cierto que a veces nos dejamos influenciar por lo que aparentemente brilla más ante nuestros ojos y nos enceguece de tal forma que no nos permite ver lo más valioso que está a nuestro alrededor creyendo que eso que más brilla es lo más valioso, induciéndonos al error de que estamos eligiendo lo mejor para nosotros.
Comparto plenamente que todos podemos, y debemos, otorgar al mundo concreto de los afanes diarios la riqueza interpretativa de lo simbólico, la elevación de lo trascendente, la belleza de cada ritmo vital, la profundidad mágica de lo simple. Muchas veces lo simple es lo más valioso y lo que más nos hace bien. Y como dice el autor mencionado: Las puertas del corazón no tienen pestillo exterior, se abren como el mar, desde adentro.
En la práctica de la espiritualidad cotidiana siempre hay un cuento cercano, gratuito, inteligente y oportuno que te está esperando, solo es cuestión de saber elegirlo.
Por: Jairo Mejía