COLUMNA

Cartas a un joven que insiste

Rilke escribió alguna vez que la vida nos exige “vivir la pregunta” antes de merecer la respuesta.

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Rilke escribió alguna vez que la vida nos exige “vivir la pregunta” antes de merecer la respuesta. Quizás por eso, en esta Colombia que tantas veces aplaza el porvenir, la política parece un largo pasillo lleno de puertas cerradas donde los jóvenes caminan buscando una rendija de luz. Tocan, esperan, insisten. Y la respuesta —cuando llega— es un “no” que suena a eco de siglos: todavía no, aún no, no eres tú.

Pero hay algo en esos portazos que recuerda a Rilke: la idea de que las dificultades no nos expulsan, sino que nos moldean. Que las puertas cerradas no son fronteras, sino preguntas que todavía no sabemos responder.

Pienso en Valledupar, donde los relevos políticos se han vuelto más improbables que la lluvia en enero. Donde la tradición se aferra a sí misma con la obstinación de un árbol viejo que no quiere que nadie le toque la sombra. Donde a los jóvenes se les pide paciencia, pero se les niega el tiempo; se les exige experiencia, pero no se les concede oportunidad. Es una ciudad —y un país— que invita a entrar, pero mantiene el cerrojo puesto.

Y, sin embargo, ustedes siguen tocando.

Rilke decía también que la creación nace “de una necesidad interior”. Quizás por eso ustedes, jóvenes que aman la política sin haberla probado del todo, insisten con una terquedad que desconcierta a los viejos. Porque su vocación no viene del cálculo, sino del hambre. Hambre de transformar, de corregir, de imaginar un país menos hostil con quienes apenas comienzan. Hambre de no repetir el agotado gesto de quienes confundieron el liderazgo con el privilegio.

Es un fenómeno profundamente humano: quienes ya han llegado olvidan el camino que los trajo. Se creen dueños de la escalera y administradores del ascenso ajeno. Olvidan que también temblaron ante un portazo. Que alguna vez fueron rechazados, ignorados, desplazados. Que también fueron jóvenes buscando un espacio en el que el país les cupiera en las manos.

Pero lo que ustedes viven no es un castigo ni una fatalidad. Es, como diría Rilke, una etapa que hay que “abrazar sin miedo”, porque aquello que parece adversidad suele ser la semilla de una fuerza que aún no conocemos.

Tal vez por eso, cada portazo que reciben tiene un eco que no se apaga: es el sonido de la historia intentando despertar.

Porque si hay algo que esta ciudad y este país necesitan, es precisamente eso: jóvenes que no acepten la lógica heredada, jóvenes capaces de nombrar lo que aún no existe. Jóvenes que entiendan que la política no es una sala de espera, sino un ejercicio espiritual: el intento persistente de reconciliar lo que somos con lo que deberíamos ser.

Rilke escribió que la verdadera transformación se da “en silencio, como cuando brota un árbol”. Los árboles, decía, no se apresuran; crecen hacia la luz aun cuando el bosque les niega espacio. Y ustedes son árboles nuevos en un bosque antiguo: necesitan tiempo, claro, pero también firmeza en la raíz, claridad en la dirección.

No se detengan. No acepten que el país ya está hecho, que la ciudad no tiene remedio, que el departamento es un destino trazado. Las estructuras que hoy los rechazan no son eternas; tiemblan cuando alguien las mira con la intensidad suficiente. Los portazos que hoy duelen serán, en su momento, la evidencia de que ustedes tocaron donde era necesario.

El país no los necesita para más tarde. Los necesita ahora. Valledupar no requiere jóvenes resignados, sino jóvenes que comprendan que la esperanza no es una emoción sino un acto de voluntad.
Y si un día, frente a otra puerta cerrada, sienten que el desaliento los reclama, recuerden a Rilke cuando dijo: “Sea paciente con todo lo que aún no está resuelto… ame las preguntas mismas”.
Porque las respuestas —las verdaderas— llegan cuando quienes preguntan no renuncian. Fuerza.

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