Ocurría el año de 1923 y un grito de una voz desesperada repetía, …. ¡fuego…ahí viene la candela viva! empezaron a gritar todos hasta que la voz se confundió en una sola, la voz del pueblo. El bisabuelo Miguel Querúz al ver que las llamas invadían su casa tomó a su mujer e hijos y […]
Ocurría el año de 1923 y un grito de una voz desesperada repetía, …. ¡fuego…ahí viene la candela viva! empezaron a gritar todos hasta que la voz se confundió en una sola, la voz del pueblo.
El bisabuelo Miguel Querúz al ver que las llamas invadían su casa tomó a su mujer e hijos y los condujo hacia la ciénega mientras todos unidos por la calamidad buscaban cualquier recipiente para llenar con agua, pero aun así el fuego fue incontrolable, ardiendo y convirtiéndose en un infierno el otrora hermoso y rudimentario pueblo cuyas casas de techos en palma amarga desaparecían con los segundos de un rayo misterioso.
También en la casa de la familia Cuadro Caro, la madre con una criatura de escasos ocho meses, corría desesperada con hija en brazos buscando la milagrosa salvación de Ana Leonor, la niña a quien el destino le ha permitido alcanzar cien años de vida sencilla que le han servido para mirar la vida de frente con el destino incierto de un mundo que se volvió indolente y que aún en esta región guarda bastantes rasgos de humildad, de afecto y cariño familiar.
Era el 12 de febrero de 1923 y la bisabuela Petrona López Lengua sostenía con ambas manos su barriga de tres a cuatro meses de embarazo, y corría desesperada sin rumbo fijo, buscando en la alborada el resto de sus hijos, ya mayores algunos, pero la protección de una madre ejemplar los buscaba con ansias locas.
En una esquina próxima a la casa originaria del incendio, lloraba con la angustia de los dioses de las disculpas, Felicia Sosa, una joven que a las cuatro de la mañana, cuando cantaba ‘El Gallo Tuerto’, de José Benito Barros, encendía su horno de barro, para empezar con sus tareas domésticas y que con las brisas veraneras, al soplar el fogón con tapa de peltre en mano, las chispas salían alborotadas y saltaban buscando el amparo de aquellas pajas secas por el tiempo y el olvido que cubrían a las mayorías de las viviendas cuyas cubiertas como pesebres benditos, luego se esfumarían de un soplo por causa de una naturaleza acostumbrada a no fallar en sus transiciones rutinarias: las brisas; pero se salvó Ana Leonor, hija de Julio Cuadro y Dolores Caro.
Ana Leonor se casaría 20 años después con Alberto Cotes, hermano de padre y madre del viejo ‘Poncho’ Cotes, por ello cuando recibí la invitación de sus hijos para celebrar sus 100 años de historia, no lo dudé, y tan rápido como la candela viva me trasladé a Chimichagua para darle un abrazo profundo y sentir el calor familiar que fortalece el sentido de pertenencia de la tierra a la cual nuestros padres forjaron con su presencia.
Allí me di cuenta que estaba en el pueblo de mi padre, su familia, mi familia y pensé: “En la casa de mi padre hay muchas habitaciones disponibles y allí tendrás albergue permanente y si estamos junto a él o a su familia, la vida se hace menos difícil.
También se salvó Esperanza Querúz, la hija de Petrona López con Miguel Querúz, que en próximos días cumple 99 años.
Las playas de amor de Chimichagua con gentes y familias como estas seguirán siendo playas de amor y ‘El Gallo Tuerto’ solo lo cantaremos, no para recordar la fatídica hora de la candela viva, sino para festejar la vida.
Ya Felicia no cantaría más la canción más hermosa y de sentimientos profundos que le alegraba las mañanas y le disolvía los recuerdos….
El gallo tuerto no volvió a pelear con las mujeres, hizo después lo que hacía el tigre de Torrecilla, se las sacaba de a dos por noches.
La candela viva fue el motivo para que mi padre, ‘Poncho’ Cotes, a los pocos meses de aquel suceso, su padre el viejo Lázaro Cotes, lo trajera a la provincia en busca de un futuro mejor. Así el destino dio vuelta a muchas cosas.
Felicia Sosa murió hace no muchos años sin pecados mortales, ni complejos de culpa, pues su pueblo supo desde el primer momento que los designios de Dios hay que respetarlos. Dos meses después se incendiaría el pueblo nuevamente por un destino escrito por los dioses de las eventualidades.
Y yo, por lo pronto, siguiendo las instrucciones de mi padre, no me perderé más de momentos como estos, al lado de la familia, y así no tendré que decir que, “uno empieza a perder la vida cada vez que desaprovecha un buen instante”.
Ocurría el año de 1923 y un grito de una voz desesperada repetía, …. ¡fuego…ahí viene la candela viva! empezaron a gritar todos hasta que la voz se confundió en una sola, la voz del pueblo. El bisabuelo Miguel Querúz al ver que las llamas invadían su casa tomó a su mujer e hijos y […]
Ocurría el año de 1923 y un grito de una voz desesperada repetía, …. ¡fuego…ahí viene la candela viva! empezaron a gritar todos hasta que la voz se confundió en una sola, la voz del pueblo.
El bisabuelo Miguel Querúz al ver que las llamas invadían su casa tomó a su mujer e hijos y los condujo hacia la ciénega mientras todos unidos por la calamidad buscaban cualquier recipiente para llenar con agua, pero aun así el fuego fue incontrolable, ardiendo y convirtiéndose en un infierno el otrora hermoso y rudimentario pueblo cuyas casas de techos en palma amarga desaparecían con los segundos de un rayo misterioso.
También en la casa de la familia Cuadro Caro, la madre con una criatura de escasos ocho meses, corría desesperada con hija en brazos buscando la milagrosa salvación de Ana Leonor, la niña a quien el destino le ha permitido alcanzar cien años de vida sencilla que le han servido para mirar la vida de frente con el destino incierto de un mundo que se volvió indolente y que aún en esta región guarda bastantes rasgos de humildad, de afecto y cariño familiar.
Era el 12 de febrero de 1923 y la bisabuela Petrona López Lengua sostenía con ambas manos su barriga de tres a cuatro meses de embarazo, y corría desesperada sin rumbo fijo, buscando en la alborada el resto de sus hijos, ya mayores algunos, pero la protección de una madre ejemplar los buscaba con ansias locas.
En una esquina próxima a la casa originaria del incendio, lloraba con la angustia de los dioses de las disculpas, Felicia Sosa, una joven que a las cuatro de la mañana, cuando cantaba ‘El Gallo Tuerto’, de José Benito Barros, encendía su horno de barro, para empezar con sus tareas domésticas y que con las brisas veraneras, al soplar el fogón con tapa de peltre en mano, las chispas salían alborotadas y saltaban buscando el amparo de aquellas pajas secas por el tiempo y el olvido que cubrían a las mayorías de las viviendas cuyas cubiertas como pesebres benditos, luego se esfumarían de un soplo por causa de una naturaleza acostumbrada a no fallar en sus transiciones rutinarias: las brisas; pero se salvó Ana Leonor, hija de Julio Cuadro y Dolores Caro.
Ana Leonor se casaría 20 años después con Alberto Cotes, hermano de padre y madre del viejo ‘Poncho’ Cotes, por ello cuando recibí la invitación de sus hijos para celebrar sus 100 años de historia, no lo dudé, y tan rápido como la candela viva me trasladé a Chimichagua para darle un abrazo profundo y sentir el calor familiar que fortalece el sentido de pertenencia de la tierra a la cual nuestros padres forjaron con su presencia.
Allí me di cuenta que estaba en el pueblo de mi padre, su familia, mi familia y pensé: “En la casa de mi padre hay muchas habitaciones disponibles y allí tendrás albergue permanente y si estamos junto a él o a su familia, la vida se hace menos difícil.
También se salvó Esperanza Querúz, la hija de Petrona López con Miguel Querúz, que en próximos días cumple 99 años.
Las playas de amor de Chimichagua con gentes y familias como estas seguirán siendo playas de amor y ‘El Gallo Tuerto’ solo lo cantaremos, no para recordar la fatídica hora de la candela viva, sino para festejar la vida.
Ya Felicia no cantaría más la canción más hermosa y de sentimientos profundos que le alegraba las mañanas y le disolvía los recuerdos….
El gallo tuerto no volvió a pelear con las mujeres, hizo después lo que hacía el tigre de Torrecilla, se las sacaba de a dos por noches.
La candela viva fue el motivo para que mi padre, ‘Poncho’ Cotes, a los pocos meses de aquel suceso, su padre el viejo Lázaro Cotes, lo trajera a la provincia en busca de un futuro mejor. Así el destino dio vuelta a muchas cosas.
Felicia Sosa murió hace no muchos años sin pecados mortales, ni complejos de culpa, pues su pueblo supo desde el primer momento que los designios de Dios hay que respetarlos. Dos meses después se incendiaría el pueblo nuevamente por un destino escrito por los dioses de las eventualidades.
Y yo, por lo pronto, siguiendo las instrucciones de mi padre, no me perderé más de momentos como estos, al lado de la familia, y así no tendré que decir que, “uno empieza a perder la vida cada vez que desaprovecha un buen instante”.