“… de la misma manera, por la justicia de uno vino a todos la justificación que produce vida”. Rm5,18 La Biblia dice que la naturaleza de pecado, es decir, la atribución de tener derecho sobre mí mismo, entró en la raza humana por medio de un hombre. Pero también dice que otro hombre tomó sobre […]
“… de la misma manera, por la justicia de uno vino a todos la justificación que produce vida”. Rm5,18
La Biblia dice que la naturaleza de pecado, es decir, la atribución de tener derecho sobre mí mismo, entró en la raza humana por medio de un hombre. Pero también dice que otro hombre tomó sobre sí el pecado de la humanidad y lo quitó.
Esta es una revelación profunda: la naturaleza del pecado no es la inmoralidad, la corrupción o el hacer lo malo, sino la naturaleza de la autorrealización que nos lleva a hacer lo que nos dicten nuestros deseos, aquello que nos lleva a decir: “yo soy mi propio dios”.
Esta naturaleza se puede manifestar en una moralidad decorosa o en una indecente y fea inmoralidad, pero siempre tendrá la misma base: la atribución del derecho sobre mí mismo.
Cuando el Señor Jesús enfrentó a personas que poseían todas las fuerzas del mal, y a personas de vida limpia, moral y recta, no prestó ninguna atención a la degradación moral de los unos ni a los logros morales de los otros. Él vio más allá, vio lo que nosotros no vemos, vio la naturaleza interior del ser humano.
El pecado es algo que solamente Dios puede alcanzar mediante la redención. Basados en nuestros propios méritos, no podemos salvarnos y santificarnos a nosotros mismos; no podemos ofrecer una expiación por el pecado; no podemos redimir al mundo; no podemos volver bueno lo malo, purificar lo impuro o santificar lo pecaminoso. ¡Todo esto hace parte de la obra soberana de Dios! Si tenemos fe en lo que Jesucristo hizo por nosotros, llevando a cabo una perfecta expiación, avanzaremos por la vida sin las cargas pesadas de la culpa y disfrutaremos de armonía y paz con nuestro Señor.
La redención no es una experiencia trivial, es el gran acto que Dios realizó por medio de Cristo, en el cual debemos edificar nuestra fe. Si edificamos nuestra vida sobre nuestra propia experiencia, viviremos aislados, ajenos a los propósitos de Dios y con los ojos puestos solamente en la cotidianidad.
No podemos hacer nada que le agrade a Dios, si no lo edificamos deliberadamente sobre el fundamento de la expiación de Cristo.
Por supuesto, que la expiación debe manifestarse de una manera práctica en nuestra vida. Cada vez que obedecemos, la gracia y el favor de Dios están sobre nosotros, de modo que su ayuda y mi obediencia natural están en perfecta armonía.
Queridos amigos lectores, Dios redimió a toda la raza humana de la condenación merecida. En ningún caso Dios hace responsable a una persona o condena a nadie, por haber heredado una naturaleza de pecado. El punto crítico de ruptura es cuando comprendemos que Jesucristo vino a librarnos del poder del pecado y nos negamos a dejar que lo haga. Es en ese momento cuando miramos al cielo infinito y sólo alcanzamos a ver las lágrimas de dolor del Señor.
Aceptemos juntos su redención y seamos regenerados por su Santo Espíritu.
Saludos y muchas bendiciones…
“… de la misma manera, por la justicia de uno vino a todos la justificación que produce vida”. Rm5,18 La Biblia dice que la naturaleza de pecado, es decir, la atribución de tener derecho sobre mí mismo, entró en la raza humana por medio de un hombre. Pero también dice que otro hombre tomó sobre […]
“… de la misma manera, por la justicia de uno vino a todos la justificación que produce vida”. Rm5,18
La Biblia dice que la naturaleza de pecado, es decir, la atribución de tener derecho sobre mí mismo, entró en la raza humana por medio de un hombre. Pero también dice que otro hombre tomó sobre sí el pecado de la humanidad y lo quitó.
Esta es una revelación profunda: la naturaleza del pecado no es la inmoralidad, la corrupción o el hacer lo malo, sino la naturaleza de la autorrealización que nos lleva a hacer lo que nos dicten nuestros deseos, aquello que nos lleva a decir: “yo soy mi propio dios”.
Esta naturaleza se puede manifestar en una moralidad decorosa o en una indecente y fea inmoralidad, pero siempre tendrá la misma base: la atribución del derecho sobre mí mismo.
Cuando el Señor Jesús enfrentó a personas que poseían todas las fuerzas del mal, y a personas de vida limpia, moral y recta, no prestó ninguna atención a la degradación moral de los unos ni a los logros morales de los otros. Él vio más allá, vio lo que nosotros no vemos, vio la naturaleza interior del ser humano.
El pecado es algo que solamente Dios puede alcanzar mediante la redención. Basados en nuestros propios méritos, no podemos salvarnos y santificarnos a nosotros mismos; no podemos ofrecer una expiación por el pecado; no podemos redimir al mundo; no podemos volver bueno lo malo, purificar lo impuro o santificar lo pecaminoso. ¡Todo esto hace parte de la obra soberana de Dios! Si tenemos fe en lo que Jesucristo hizo por nosotros, llevando a cabo una perfecta expiación, avanzaremos por la vida sin las cargas pesadas de la culpa y disfrutaremos de armonía y paz con nuestro Señor.
La redención no es una experiencia trivial, es el gran acto que Dios realizó por medio de Cristo, en el cual debemos edificar nuestra fe. Si edificamos nuestra vida sobre nuestra propia experiencia, viviremos aislados, ajenos a los propósitos de Dios y con los ojos puestos solamente en la cotidianidad.
No podemos hacer nada que le agrade a Dios, si no lo edificamos deliberadamente sobre el fundamento de la expiación de Cristo.
Por supuesto, que la expiación debe manifestarse de una manera práctica en nuestra vida. Cada vez que obedecemos, la gracia y el favor de Dios están sobre nosotros, de modo que su ayuda y mi obediencia natural están en perfecta armonía.
Queridos amigos lectores, Dios redimió a toda la raza humana de la condenación merecida. En ningún caso Dios hace responsable a una persona o condena a nadie, por haber heredado una naturaleza de pecado. El punto crítico de ruptura es cuando comprendemos que Jesucristo vino a librarnos del poder del pecado y nos negamos a dejar que lo haga. Es en ese momento cuando miramos al cielo infinito y sólo alcanzamos a ver las lágrimas de dolor del Señor.
Aceptemos juntos su redención y seamos regenerados por su Santo Espíritu.
Saludos y muchas bendiciones…