Las producciones de televisión hechas en Colombia cada día toman más fuerza;lo preocupante del asunto son los efectos que produce este tipo de programación que desmedidamente hace apología al delito
Por: Oscar Ariza Daza
Las producciones de televisión hechas en Colombia cada día toman más fuerza;lo preocupante del asunto son los efectos que produce este tipo de programación que desmedidamente hace apología al delito. Las recientes series hechas sobre narcotraficantes, que aluden también a una terrible época del paísen la que se generaron tantas muertes, dolor y desolación, hoy se comercializan sin ningún filtro en la historia que cuentan.
Entre las series colombianas más famosas y vendidas en todo el mundo están El capo y Escobar, el patrón del mal; éstas han impactado tanto en la sociedad, que muchosjóvenesy adultos incorporaron el lenguaje violento de este tipo de delincuentes,haciendo chistes con algunas expresiones, pero en otros casos se ha tomado tan en serio su uso, que se incorporaron al léxico cotidiano, generando resultados negativos en la medida en que quienes no gozan de una buena orientación, terminaron por dejarse modelar por este tipo de antihéroes,cuyas historias bien podrían plantearse desde una lectura distinta de ellos y muy distante de la que viene haciendo la televisión colombiana.
Decir capo, perro, o palabras o expresiones como “Lo bueno de matar es que uno se siente Dios ¡lo malo es que hay que seguir dando gusto al dedo” en El capo, por ejemplo, se volvieron usuales, igual que otras de mayor calibre que no repetiré para no homenajearlas. Increíblemente estos delincuentes representados en la televisión se hanpuesto de moda en las redes sociales y messenger, se usan avatares de Pablo Escobar y El capo; lógicamente con algunas de sus violentas expresiones para generar algún tipo de identificación con lo que se quieredecir en el momento.
Es extraño lo que pasa en nuestro país con estos productos de televisión en los que los delincuentes gozan de prestigio popular hasta el punto que los televidentes imitan gestos, tonos de voz y hasta inventan nuevos discursos con base en el perfil del delincuente televisado. Extraño, porque es inentendible que quienes mataron, destruyeron al país con bombas, generaron zozobra, desplazamiento, desolación y terrorismo; quienes se hicieron llamar capos, chachos o duros, hoy se les recuerde con gracia.
Nuestro país ha terminado homenajeando en camisetas y avatares de redes sociales, a grandes narcotraficantes, delincuentes, homicidas y corruptos que cualquier otro país se avergonzaría de ellos. Si en Alemania por ejemplo, a alguien en sus cabales se le llamara Fhürer, eso le produciría una gran molestia, una ofensa tremenda, pero en cambio, en Colombia muchos sienten gusto cuando se les llama Capo o duro; a pesar de la connotación delictiva que tiene este término.
Ahora, como si fuera poco, aparecen Los tres caínes; una serie violenta, atroz e inhumana, en la que se cuenta la historia paramilitar desde tres personalidades monstruosas que sin ningún pudor se muestran engañando, asesinando y burlándose de la miseria humana a la que sometieron a sus víctimas.
Muchos argumentan que la historia de Colombia no puede ocultarse y que hay que mostrarla para no repetirla. Opino lo mismo, pero también creo que se puede contar de manera distinta, desde las víctimas, expresándole al país el repudio por el dolor humano que padecieron los atormentados por la violencia que aún no se recuperan de llorar a sus muertos desmembrados, de esperar inútilmente a que al menos aparezcan los cuerpos de sus familiares,que posiblemente fueron echados a algún río o fueron la comida de caimanes, tigres u otras bestias; quizás bestias humanas que hoy las muestran como prohombres victimizados por una violencia que a la vez legitimó su accionar para convertirse en un remedio peor que la enfermedad.
La televisión debe comprometerse con la restauración social, con el cambio de este país, sin olvidar lo que pasó, pero tampoco removiendo y echándolesal a la herida para luego, como si fuera poco, sentarse a mirar imperturbables cómo se revuelcan en el dolor de la impunidad las víctimas que aún no cesan de padecer ante las imágenes que observan.
Las producciones de televisión hechas en Colombia cada día toman más fuerza;lo preocupante del asunto son los efectos que produce este tipo de programación que desmedidamente hace apología al delito
Por: Oscar Ariza Daza
Las producciones de televisión hechas en Colombia cada día toman más fuerza;lo preocupante del asunto son los efectos que produce este tipo de programación que desmedidamente hace apología al delito. Las recientes series hechas sobre narcotraficantes, que aluden también a una terrible época del paísen la que se generaron tantas muertes, dolor y desolación, hoy se comercializan sin ningún filtro en la historia que cuentan.
Entre las series colombianas más famosas y vendidas en todo el mundo están El capo y Escobar, el patrón del mal; éstas han impactado tanto en la sociedad, que muchosjóvenesy adultos incorporaron el lenguaje violento de este tipo de delincuentes,haciendo chistes con algunas expresiones, pero en otros casos se ha tomado tan en serio su uso, que se incorporaron al léxico cotidiano, generando resultados negativos en la medida en que quienes no gozan de una buena orientación, terminaron por dejarse modelar por este tipo de antihéroes,cuyas historias bien podrían plantearse desde una lectura distinta de ellos y muy distante de la que viene haciendo la televisión colombiana.
Decir capo, perro, o palabras o expresiones como “Lo bueno de matar es que uno se siente Dios ¡lo malo es que hay que seguir dando gusto al dedo” en El capo, por ejemplo, se volvieron usuales, igual que otras de mayor calibre que no repetiré para no homenajearlas. Increíblemente estos delincuentes representados en la televisión se hanpuesto de moda en las redes sociales y messenger, se usan avatares de Pablo Escobar y El capo; lógicamente con algunas de sus violentas expresiones para generar algún tipo de identificación con lo que se quieredecir en el momento.
Es extraño lo que pasa en nuestro país con estos productos de televisión en los que los delincuentes gozan de prestigio popular hasta el punto que los televidentes imitan gestos, tonos de voz y hasta inventan nuevos discursos con base en el perfil del delincuente televisado. Extraño, porque es inentendible que quienes mataron, destruyeron al país con bombas, generaron zozobra, desplazamiento, desolación y terrorismo; quienes se hicieron llamar capos, chachos o duros, hoy se les recuerde con gracia.
Nuestro país ha terminado homenajeando en camisetas y avatares de redes sociales, a grandes narcotraficantes, delincuentes, homicidas y corruptos que cualquier otro país se avergonzaría de ellos. Si en Alemania por ejemplo, a alguien en sus cabales se le llamara Fhürer, eso le produciría una gran molestia, una ofensa tremenda, pero en cambio, en Colombia muchos sienten gusto cuando se les llama Capo o duro; a pesar de la connotación delictiva que tiene este término.
Ahora, como si fuera poco, aparecen Los tres caínes; una serie violenta, atroz e inhumana, en la que se cuenta la historia paramilitar desde tres personalidades monstruosas que sin ningún pudor se muestran engañando, asesinando y burlándose de la miseria humana a la que sometieron a sus víctimas.
Muchos argumentan que la historia de Colombia no puede ocultarse y que hay que mostrarla para no repetirla. Opino lo mismo, pero también creo que se puede contar de manera distinta, desde las víctimas, expresándole al país el repudio por el dolor humano que padecieron los atormentados por la violencia que aún no se recuperan de llorar a sus muertos desmembrados, de esperar inútilmente a que al menos aparezcan los cuerpos de sus familiares,que posiblemente fueron echados a algún río o fueron la comida de caimanes, tigres u otras bestias; quizás bestias humanas que hoy las muestran como prohombres victimizados por una violencia que a la vez legitimó su accionar para convertirse en un remedio peor que la enfermedad.
La televisión debe comprometerse con la restauración social, con el cambio de este país, sin olvidar lo que pasó, pero tampoco removiendo y echándolesal a la herida para luego, como si fuera poco, sentarse a mirar imperturbables cómo se revuelcan en el dolor de la impunidad las víctimas que aún no cesan de padecer ante las imágenes que observan.