Por: Valerio Mejía Araujo “Ustedes son la sal de la tierra… Ustedes son la luz del mundo…” San Mateo 5:13-14 Queridos lectores: Retomamos con alegría la grata labor de escribir artículos en los que la memoria del pasado, la atención del presente y la esperanza del futuro, afecten positivamente nuestro quehacer diario. Seguiremos basados en […]
Por: Valerio Mejía Araujo
“Ustedes son la sal de la tierra… Ustedes son la luz del mundo…” San Mateo 5:13-14
Queridos lectores: Retomamos con alegría la grata labor de escribir artículos en los que la memoria del pasado, la atención del presente y la esperanza del futuro, afecten positivamente nuestro quehacer diario.
Seguiremos basados en el texto de tradición, pero aterrizados en el contexto del lector, con el pretexto de la actualización a nuestras realidades; pretendiendo acercar a los fundamentos de la revelación y de la fe, las presentes generaciones de coterráneos.
Hoy, sin renuncias ni vergüenzas se ofrece una columna que indaga y aplica las posibilidades de la revelación creíble y de la fe responsable en conexión íntima con el proceso de extraer de la verdad el sentido de la experiencia, la historia, la ética y sobre todo, el supremo valor de la religión, de la gracia y del amor.
Así pues, ésta seguirá siendo una columna teológica, bíblica, fundamental, progresista, práctica, de verdades actualizantes y de mensajes esperanzadores y llenos de significado. Intentaremos ajustarnos al espacio asignado sin hacerla padecer.
Aquí vamos: En el marco del Sermón de la Montaña, Jesús emplea dos figuras, o comparaciones, para señalar la responsabilidad de dejar una influencia positiva y redentora.
Servir como sal. La sal era un artículo de mucho valor y de gran demanda en el tiempo de Jesús. Los soldados romanos frecuentemente recibían su sueldo en sal (de allí “salario”) Cumple varias funciones: purifica, preserva, cura, da sabor y despierta sed.
El seguidor de Cristo debe ser una influencia que purifica, preserva, cura, da sabor y despierta sed en el sentido espiritual y moral. La sal que usaban en el primer siglo se producía en el mar Muerto y tenía una mezcla de varios minerales. La sal podría diluirse en agua y perderse, dejando los demás minerales, parecidos a la sal. También el creyente, o la iglesia, pueden perder su salinidad, guardando las apariencias, pero no deja de ser insípido y no cumple su propósito.
Servir como luz. Los creyentes son la luz del mundo solamente en la medida que Cristo mora y reina en sus vidas. Más bien, el creyente refleja la luz de él. Cultivar diariamente una comunión vital con Cristo es la única manera para asegurar que la lámpara esté encendida. Cuando la luz está encendida, para cumplir su función debe colocarse en un lugar alto y visible, como una ciudad asentada sobre un monte. Sería absurdo encender una lámpara, cuya función es iluminar en la obscuridad, y esconderla de modo que no se vea la luz. Nuestras vidas deben ser visibles a todos, de modo que puedan ver el poder y beneficio del evangelio. Significa dejar que él se vea tal cual es: todo poder, todo amor, toda bondad y toda misericordia.
Debemos tener una influencia penetrante en el lugar donde Dios nos ha colocado. Como la sal, debemos crear una sed para Dios por medio de sus vidas transformadas. Como la luz, debemos revelar la naturaleza de Dios en medio de la oscuridad en derredor.
La sal, por tanto, da sabor, y evita la descomposición. Sin sal, una sociedad está abocada a la corrupción y a la descomposición de sus miembros y de sus instituciones. Por su parte, la luz ha servido siempre para alumbrar y dar calor al hogar. Alrededor de la luz se reunían y se reúnen las familias para compartir la sabiduría de los mayores. Por esto, la luz también representa el saber necesario para la supervivencia humana. La luz ha señalado también el rumbo de los caminantes en medio de la noche. Una sociedad que pierda la luz, termina perdiendo el saber y el sentido de su marcha hacia el futuro.
El sabor y el saber se convierten en una dualidad fundamental en el camino de la vida, porque vivir es ante todo encontrarle a la vida sentido (luz) y gusto (sal). Es decir, hay que aprender a vivir con saber y con sabor. Si logramos encontrarle a nuestra vida sentido, pero no encontramos gusto, viviremos densamente, pero tristes. Si vivimos con gusto, pero sin encontrarle un sentido profundo, viviremos divertidos pero vacíos. Vivir con saber es vivir con sentido. Vivir con sabor es vivir con gusto. Hay quienes no soportan sentir el sabor de la sal ni el resplandor de la luz que estamos llamados a regalarle a la sociedad y a la iglesia.
Oremos juntos pidiéndole a Dios que nos permita ser sal y luz en medio del sinsabor y la oscuridad de nuestro medio.
Abrazos y muchas bendiciones
Por: Valerio Mejía Araujo “Ustedes son la sal de la tierra… Ustedes son la luz del mundo…” San Mateo 5:13-14 Queridos lectores: Retomamos con alegría la grata labor de escribir artículos en los que la memoria del pasado, la atención del presente y la esperanza del futuro, afecten positivamente nuestro quehacer diario. Seguiremos basados en […]
Por: Valerio Mejía Araujo
“Ustedes son la sal de la tierra… Ustedes son la luz del mundo…” San Mateo 5:13-14
Queridos lectores: Retomamos con alegría la grata labor de escribir artículos en los que la memoria del pasado, la atención del presente y la esperanza del futuro, afecten positivamente nuestro quehacer diario.
Seguiremos basados en el texto de tradición, pero aterrizados en el contexto del lector, con el pretexto de la actualización a nuestras realidades; pretendiendo acercar a los fundamentos de la revelación y de la fe, las presentes generaciones de coterráneos.
Hoy, sin renuncias ni vergüenzas se ofrece una columna que indaga y aplica las posibilidades de la revelación creíble y de la fe responsable en conexión íntima con el proceso de extraer de la verdad el sentido de la experiencia, la historia, la ética y sobre todo, el supremo valor de la religión, de la gracia y del amor.
Así pues, ésta seguirá siendo una columna teológica, bíblica, fundamental, progresista, práctica, de verdades actualizantes y de mensajes esperanzadores y llenos de significado. Intentaremos ajustarnos al espacio asignado sin hacerla padecer.
Aquí vamos: En el marco del Sermón de la Montaña, Jesús emplea dos figuras, o comparaciones, para señalar la responsabilidad de dejar una influencia positiva y redentora.
Servir como sal. La sal era un artículo de mucho valor y de gran demanda en el tiempo de Jesús. Los soldados romanos frecuentemente recibían su sueldo en sal (de allí “salario”) Cumple varias funciones: purifica, preserva, cura, da sabor y despierta sed.
El seguidor de Cristo debe ser una influencia que purifica, preserva, cura, da sabor y despierta sed en el sentido espiritual y moral. La sal que usaban en el primer siglo se producía en el mar Muerto y tenía una mezcla de varios minerales. La sal podría diluirse en agua y perderse, dejando los demás minerales, parecidos a la sal. También el creyente, o la iglesia, pueden perder su salinidad, guardando las apariencias, pero no deja de ser insípido y no cumple su propósito.
Servir como luz. Los creyentes son la luz del mundo solamente en la medida que Cristo mora y reina en sus vidas. Más bien, el creyente refleja la luz de él. Cultivar diariamente una comunión vital con Cristo es la única manera para asegurar que la lámpara esté encendida. Cuando la luz está encendida, para cumplir su función debe colocarse en un lugar alto y visible, como una ciudad asentada sobre un monte. Sería absurdo encender una lámpara, cuya función es iluminar en la obscuridad, y esconderla de modo que no se vea la luz. Nuestras vidas deben ser visibles a todos, de modo que puedan ver el poder y beneficio del evangelio. Significa dejar que él se vea tal cual es: todo poder, todo amor, toda bondad y toda misericordia.
Debemos tener una influencia penetrante en el lugar donde Dios nos ha colocado. Como la sal, debemos crear una sed para Dios por medio de sus vidas transformadas. Como la luz, debemos revelar la naturaleza de Dios en medio de la oscuridad en derredor.
La sal, por tanto, da sabor, y evita la descomposición. Sin sal, una sociedad está abocada a la corrupción y a la descomposición de sus miembros y de sus instituciones. Por su parte, la luz ha servido siempre para alumbrar y dar calor al hogar. Alrededor de la luz se reunían y se reúnen las familias para compartir la sabiduría de los mayores. Por esto, la luz también representa el saber necesario para la supervivencia humana. La luz ha señalado también el rumbo de los caminantes en medio de la noche. Una sociedad que pierda la luz, termina perdiendo el saber y el sentido de su marcha hacia el futuro.
El sabor y el saber se convierten en una dualidad fundamental en el camino de la vida, porque vivir es ante todo encontrarle a la vida sentido (luz) y gusto (sal). Es decir, hay que aprender a vivir con saber y con sabor. Si logramos encontrarle a nuestra vida sentido, pero no encontramos gusto, viviremos densamente, pero tristes. Si vivimos con gusto, pero sin encontrarle un sentido profundo, viviremos divertidos pero vacíos. Vivir con saber es vivir con sentido. Vivir con sabor es vivir con gusto. Hay quienes no soportan sentir el sabor de la sal ni el resplandor de la luz que estamos llamados a regalarle a la sociedad y a la iglesia.
Oremos juntos pidiéndole a Dios que nos permita ser sal y luz en medio del sinsabor y la oscuridad de nuestro medio.
Abrazos y muchas bendiciones