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Cómo la inmediatez se tragó la gloria continental del fútbol colombiano

El sistema colombiano de tener dos campeones por año duplica la presión sobre los jugadores.

A pesar de que el fútbol nacional produce más talento individual que nunca, exportando figuras a las mejores ligas del mundo, pero compite colectivamente peor que hace dos décadas.

A pesar de que el fútbol nacional produce más talento individual que nunca, exportando figuras a las mejores ligas del mundo, pero compite colectivamente peor que hace dos décadas.

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Las estadísticas son escalofriantes y muestran que en los últimos cinco años la liga colombiana se ha devorado a más de sesenta entrenadores. Mientras que un proyecto deportivo en Europa o en los grandes clubes de Sudamérica dura años, en Colombia un técnico dura un semestre, si le va bien. La paradoja es terrible, pues, a pesar de que el fútbol nacional produce más talento individual que nunca, exportando figuras a las mejores ligas del mundo, pero compite colectivamente peor que hace dos décadas.

El país tiene uno de los torneos más emocionantes del planeta en el que el octavo puesto puede salir campeón, pero esa misma emoción es el veneno que imposibilita formar equipos competitivos ante las potencias de Brasil y Argentina. 

Sin lugar a dudas, el problema no es económico, más bien se trata de una cuestión de tiempo. La necesidad de los torneos cortos ha matado el proceso a largo plazo y ha terminado por convertir a los clubes en máquinas de picar carne que sacrifican toda una planificación si el resultado no es inmediato.

Un sistema para la ansiedad

El sistema colombiano de tener dos campeones por año duplica la presión sobre los jugadores. Perder tres partidos seguidos en una ronda de todos contra todos generalmente te saca de la zona de clasificación, y apenas los directivos huelen la eliminación, despiden al técnico para intentar salvar la temporada. 

Por supuesto, esto termina influyendo en los aficionados y en el uso de bonos apuestas deportivas para intentar encontrar oportunidades en un torneo donde los favoritos caen ante la irregularidad de sus actuaciones.

La repercusión táctica de este sistema es letal, ya que los entrenadores dejan de preparar al jugador y comienzan a preparar los partidos para no perder el trabajo el fin de semana que viene. Se antepone el resultado inmediato en lugar de la edificación de una idea de juego reconocible. 

Las ansias de puntos hoy matan la construcción de una identidad competitiva para mañana.

El cementerio de los entrenadores

La comparación con los vecinos del continente es dolorosa. Por ejemplo, Abel Ferreira lleva años al frente de Palmeiras y Marcelo Gallardo hizo historia en River Plate por la continuidad, pero si comparamos esta realidad con la colombiana, la diferencia es colosal. Y por si fuese poco, otro de los grandes problemas en el FPC, más allá de los despidos masivos, es el reciclaje descarado, donde los mismos nombres van saltando de club en club, lo que limita aún más la renovación de ideas.

Por Atlético Nacional han pasado más de diez técnicos desde la partida de Reinaldo Rueda en 2017. Y esperaríamos que este fuese un caso aislado, pero muchos otros clubes históricos han corrido con la misma suerte, cambiando de entrenador cada pocos meses por crisis administrativas y deportivas.

Esta volatilidad es la que marca la diferencia con los clubes brasileños en la Libertadores. Seamos sinceros, el dinero importa, pero no es lo único. Palmeiras conquistó sus últimos títulos con la misma base y cuerpo técnico durante años. 

En el campeonato continental se gana por la memoria muscular y la automatización de movimientos. Y los equipos colombianos llegan a la fase de grupos con un entrenador nuevo que apenas conoce el nombre de su plantilla. Esto genera un círculo vicioso en el que viene un técnico, pide refuerzos, los resultados no se dan inmediatamente y es despedido tras caer en copas internacionales, dejando al club endeudado y con una plantilla armada de forma improvisada.

La excepción y el futuro

Alberto Gamero, en Millonarios, es el ejemplo perfecto de lo que sucede cuando se hacen las cosas diferentes. Si bien tardó años en conquistar la liga, la directiva lo mantuvo en el puesto tras derrotas en finales dolorosas que, en cualquier otro club de la liga nacional, habría sido un despido de inmediato, sin mediar demasiadas palabras.

El fruto de esa paciencia fue el mejor equipo que jugó al fútbol en el país durante mucho tiempo, y que, además, también se había convertido en uno de los más sostenibles por el hecho de que se consolidaron jugadores en la cantera que posteriormente eran vendidos al exterior. Sea como sea, el tiempo ha demostrado que es capaz de madurar los frutos, pero pocos gobernantes tienen paciencia para esperar la cosecha.

El fútbol colombiano está en una encrucijada. Mientras la liga siga premiando la urgencia y la contratación de bomberos para apagar incendios, la gloria continental de 1989 y 2004 quedará en un recuerdo. La competencia internacional necesita verdaderos proyectos que no vivan bajo la tiranía del resultado de los domingos, y dirigentes que entiendan que la paciencia es el activo más rentable del fútbol moderno.

De hecho, no se trata de un cambio demasiado difícil. Si la estrategia de un entrenador que ya conoce a su plantilla no ha resultado, es más factible revisar por qué ha fallado que introducir un nuevo profesor que desconoce el funcionamiento del equipo solo por probar “algo nuevo”.

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