COLUMNA

Pildoritas de fin de año

Este año ya no da más, así que dejaré planteados para el próximo unos temitas que nos ocuparán todo el 2026, año en el cual seguiremos hablando de democracia, la palabra más sacralizada del mundo.

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Este año ya no da más, así que dejaré planteados para el próximo unos temitas que nos ocuparán todo el 2026, año en el cual seguiremos hablando de democracia, la palabra más sacralizada del mundo. Nos han vendido la idea de que salvar la democracia es derrotar a un gobierno elegido en las urnas, falsear las realidades, invadir a los pueblos y saquear sus fortunas, fomentar la xenofobia, pasar por encima del derecho internacional y pisotear los derechos humanos.

Nunca había podido entender el concepto de democracia y me doy cuenta de que no me gusta así. Bajo estas categorías conceptuales aún no sabemos qué pasará con las graves amenazas a Venezuela y Colombia y contra cualquier otro país que practique formas de gobierno que no gusten a los EE. UU. Ignoramos qué pasaría con nuestro próximo proceso electoral, que no favorece a los que presumen ser demócratas.

El objetivo aparente de las amenazas es liberar a los EE. UU. del narcotráfico con falsas narrativas; ya los presidentes de Venezuela y Colombia han sido sindicados de ser jefes de narcocárteles; a Maduro, además, no le reconocen su legitimidad, trampa en la cual cayó Petro. Este injerencista proyecto fascista viene caminando desde el fallido golpe militar auspiciado por Duque. Después de las elecciones exigían la publicación de las “actas” por parte del gobierno venezolano.

En Venezuela, como aquí, el ejecutivo no publica actas; son los respectivos organismos electorales. Me permito explicarles cómo funciona el sistema electoral venezolano. Cinco pasos debe dar un elector: primero escanea su cédula en la máquina capta huellas, luego digitaliza sus huellas para comprobar que es el dueño del documento; de ser así, pasa a votar hundiendo un botón que tenga el eslogan de su candidato; comprobado que la máquina no se equivocó, el elector procede a depositar su recibo en la urna y, finalmente, se dirige al puesto de control a firmar su voto.

Al finalizar la jornada, se cuentan las papeletas y se comparan con las firmas estampadas y con la impresión digital; deben coincidir. Los espacios dejados por quienes no votaron son llenados, en presencia de los jurados, con un sello que dice: “no votó”. Al terminar el conteo específico y general, cada quien sabe si perdió o ganó; allá no hay que esperar el sospechoso boletín de la Registraduría. Este es un sistema mucho más seguro que el nuestro. ¿Qué pasó en las últimas elecciones presidenciales? La máquina capta huellas fue jaqueada, así que no terminó de imprimir.

Acto seguido, la oposición mostró los resultados de los lugares donde había ganado, pero no el total. Ahí comenzó la narrativa del robo de las elecciones, pero nadie tiene esas pruebas. Más si las firmas coinciden con el número de papeletas, que no se puede jaquear, no es posible un fraude. Estas son alharacas; a la mal llamada democracia occidental no le importa si un país está gobernado por un dictador; a veces los impulsa, como es el caso de Pinochet, con el cual cohabitó 17 años, muy felices, y las relaciones con las monarquías sátrapas árabes son insuperables. Solo le sirve el servilismo lacayo. Sobre ilegitimidades en Colombia, los resultados siempre son sospechosos; muchos no podrán tirar la primera piedra.

Otro hecho que nos deja el año es el triunfo pinochetista en Chile: Boris, un hombre sin convicciones, mató el tigre y le huyó al cuero; hace algunos días yo lo había anunciado por este medio. El cono sur comenzó a arder, y si desde las Antillas se hace otro incendio, Suramérica será un sándwich de carbón, un volcán cuyas cenizas también caerán en Washington. Estamos solos porque Lula no tiene ni las convicciones ni el coraje que tiene Petro.

A todos mis lectores les deseo un feliz fin de año y un próspero año nuevo; el cambio apenas comienza. Volveremos con nuestras preocupaciones en enero.

Por: Luis Napoleón de Armas P.

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