En vísperas de las elecciones locales, y para salir del maligno estereotipo que tenemos del régimen “socialista” de nuestros vecinos, es necesario reconsiderar nuestra concepción individual del socialismo. En efecto, el uso de la palabra socialismo conlleva mayores retos, mayores responsabilidades y mayores respetos hacia la democracia y los derechos humanos. Hoy en día, el […]
En vísperas de las elecciones locales, y para salir del maligno estereotipo que tenemos del régimen “socialista” de nuestros vecinos, es necesario reconsiderar nuestra concepción individual del socialismo. En efecto, el uso de la palabra socialismo conlleva mayores retos, mayores responsabilidades y mayores respetos hacia la democracia y los derechos humanos. Hoy en día, el socialismo es la contraposición directa al régimen político autoritario.
En su origen, el socialismo es un tipo de organización social fundada sobre la propiedad colectiva de los medios de producción, en oposición al capitalismo. Sin embargo, hoy, ya no hablamos en la práctica política de socialismo marxista, leninista o marxista-leninista y menos de socialismo libertino (anárquico). El debate entre socialismo y capitalismo caducó.
Desde la Convención de Frankfort de 1951 de la Internacional Socialista, se debe interpretar de manera exegética al socialismo. Por un lado, como una organización social-demócrata que instaura una organización social en donde los ciudadanos e individuos deben tener peso en las decisiones colectivas. Asimismo, cada ciudadano debe tener el derecho a ejercer su influencia sobre los ajustamientos y distribuciones de la producción, organización y condiciones de trabajo. Y, por otro lado, estos valores democráticos deben regir en todos los niveles de la sociedad para que ésta esté organizada sin relaciones de dominación ni sumisión, sin diferencia de clases y sin prejuicios o discriminaciones. En palabras del ex presidente socialista español Felipe González “El socialismo puede ser definido en grandes líneas como la profundización del concepto de la democracia”.
Algunas corrientes político-ideológicas en el mundo han logrado traducir estos preceptos en la práctica. Movimientos políticos como el Partido socialista obrero español, el socialdemócrata sueco, el socialista francés, el socialdemócrata finés, el socialdemócrata alemán, el socialdemócrata de Chile, y el Partido democrático canadiense, entre otros, han logrado implantar, con mayores o menores niveles de éxito, las vicisitudes modernas del socialismo en realidades tangibles para sus pueblos. Los resultados históricos de estos gobiernos demuestran la capacidad que tiene el movimiento socialista en crear sociedades más justas e igualitarias.
Desde la caída del muro de Berlín, los conflictos sociales o geopolíticos ya no se basan sobre fundamentos ideológico-políticos entre el lado anticapitalista y el lado capitalista. En la actualidad, los conflictos políticos, como lo dijo cabalmente el autor norteamericano Huntington, son “choques de civilizaciones”, es decir, conflictos socio-culturales, éticos o religiosos entre los pueblos que nada tienen que ver con la aceptación o no del capitalismo; hoy nos encontramos inevitablemente frente a un capitalismo hegemónico. De este modo, el socialismo no puede seguir siendo interpretado como la contraposición del capitalismo, sino más bien como su vertiente moderada, o su complemento justo e igualitario; el socialismo de nuestros tiempos es una corriente política que corrige los aspectos injustos y las externalidades negativas del capitalismo salvaje. Por ende, y como afirma Pablo Iglesias, “Quienes contraponen capitalismo y socialismo, o no conocen el primero o no saben los verdaderos objetivos del segundo”.
Por consiguiente, ante la temporada de elecciones que se avecina en nuestro país, y sin diferenciar los aspectos positivos o negativos del socialismo, los actores de la vida social y política del país deben responsabilizarse a la hora de utilizar el término socialismo para no caer en la tentación de tergiversar su significado de manera demagógica y desinformar a sus respectivos oyentes.
En vísperas de las elecciones locales, y para salir del maligno estereotipo que tenemos del régimen “socialista” de nuestros vecinos, es necesario reconsiderar nuestra concepción individual del socialismo. En efecto, el uso de la palabra socialismo conlleva mayores retos, mayores responsabilidades y mayores respetos hacia la democracia y los derechos humanos. Hoy en día, el […]
En vísperas de las elecciones locales, y para salir del maligno estereotipo que tenemos del régimen “socialista” de nuestros vecinos, es necesario reconsiderar nuestra concepción individual del socialismo. En efecto, el uso de la palabra socialismo conlleva mayores retos, mayores responsabilidades y mayores respetos hacia la democracia y los derechos humanos. Hoy en día, el socialismo es la contraposición directa al régimen político autoritario.
En su origen, el socialismo es un tipo de organización social fundada sobre la propiedad colectiva de los medios de producción, en oposición al capitalismo. Sin embargo, hoy, ya no hablamos en la práctica política de socialismo marxista, leninista o marxista-leninista y menos de socialismo libertino (anárquico). El debate entre socialismo y capitalismo caducó.
Desde la Convención de Frankfort de 1951 de la Internacional Socialista, se debe interpretar de manera exegética al socialismo. Por un lado, como una organización social-demócrata que instaura una organización social en donde los ciudadanos e individuos deben tener peso en las decisiones colectivas. Asimismo, cada ciudadano debe tener el derecho a ejercer su influencia sobre los ajustamientos y distribuciones de la producción, organización y condiciones de trabajo. Y, por otro lado, estos valores democráticos deben regir en todos los niveles de la sociedad para que ésta esté organizada sin relaciones de dominación ni sumisión, sin diferencia de clases y sin prejuicios o discriminaciones. En palabras del ex presidente socialista español Felipe González “El socialismo puede ser definido en grandes líneas como la profundización del concepto de la democracia”.
Algunas corrientes político-ideológicas en el mundo han logrado traducir estos preceptos en la práctica. Movimientos políticos como el Partido socialista obrero español, el socialdemócrata sueco, el socialista francés, el socialdemócrata finés, el socialdemócrata alemán, el socialdemócrata de Chile, y el Partido democrático canadiense, entre otros, han logrado implantar, con mayores o menores niveles de éxito, las vicisitudes modernas del socialismo en realidades tangibles para sus pueblos. Los resultados históricos de estos gobiernos demuestran la capacidad que tiene el movimiento socialista en crear sociedades más justas e igualitarias.
Desde la caída del muro de Berlín, los conflictos sociales o geopolíticos ya no se basan sobre fundamentos ideológico-políticos entre el lado anticapitalista y el lado capitalista. En la actualidad, los conflictos políticos, como lo dijo cabalmente el autor norteamericano Huntington, son “choques de civilizaciones”, es decir, conflictos socio-culturales, éticos o religiosos entre los pueblos que nada tienen que ver con la aceptación o no del capitalismo; hoy nos encontramos inevitablemente frente a un capitalismo hegemónico. De este modo, el socialismo no puede seguir siendo interpretado como la contraposición del capitalismo, sino más bien como su vertiente moderada, o su complemento justo e igualitario; el socialismo de nuestros tiempos es una corriente política que corrige los aspectos injustos y las externalidades negativas del capitalismo salvaje. Por ende, y como afirma Pablo Iglesias, “Quienes contraponen capitalismo y socialismo, o no conocen el primero o no saben los verdaderos objetivos del segundo”.
Por consiguiente, ante la temporada de elecciones que se avecina en nuestro país, y sin diferenciar los aspectos positivos o negativos del socialismo, los actores de la vida social y política del país deben responsabilizarse a la hora de utilizar el término socialismo para no caer en la tentación de tergiversar su significado de manera demagógica y desinformar a sus respectivos oyentes.