El arte denota un salto superior para la humanidad. El creador de una obra artistica, generalmente individual, da su impronta a la historia y a la sociedad. Se discute cuánto vale una obra de arte. Hablemos de dibujos y pinturas. Es un mundo que define un precio según el creador y artífice; su condición, formación […]
El arte denota un salto superior para la humanidad. El creador de una obra artistica, generalmente individual, da su impronta a la historia y a la sociedad.
Se discute cuánto vale una obra de arte. Hablemos de dibujos y pinturas. Es un mundo que define un precio según el creador y artífice; su condición, formación y trayectoria; la importancia de la obra y su representación, su elaboración, estilo, escuela artística, el sitio donde se encuentra, su conservación; y sin duda la capacidad de su promoción, los ‘marchantes’ de su mercadeo, y el círculo de clientes potenciales coleccionistas de arte. Recientemente el cuadro Sol del año 2013 de la colombiana María Berrío, un collage surrealista sobre la mujer, fue vendido en la famosa casa de subastas Sothebys en el equivalente a $ 3.600 millones.
El retrato de Frida Khalo, Diego y yo, fue rematado en US 34 millones.
Como se percibe, primero es el artista. Pero hay otros actores, como los museos y los coleccionistas, nos dice Claudia Hakim, la directora del museo de Arte Moderno de Bogotá ( ‘El precio de todo, el precio de nada’, en El Tiempo 26-11-21).
Señala el papel de los coleccionistas, que son personas que voluntariamente se dedican con pasión e investigación adquiriendo obras de arte.
“Pero la venta de un solo cuadro por una suma astronómica nos pone de nuevo frente a la inconmensurabilidad que hay entre el precio de una cosa y el valor que representa”, nos dice Hakim. Pone el clasico ejemplo de Vicent Van Gogh, quién murió pobre y enfermo, y después sus obras han tenido un valor incalculable, en gran medida por que están disponibles para el público en museos. Aunque, parece lamentarse de que algunos trabajos los tienen coleccionistas.
Y lo justifica así: “Sin desconocer la importancia de los coleccionistas, es necesario insistir en que el valor del arte no necesariamente está atado al precio en que se vende. Por esa vía podríamos incurrir en un error de apreciación profundo. Las sociedades tienen que garantizar otras formas de hacer circular las creaciones de sus artistas. Las grandes obras deben seguir al alcance del ciudadano común, por ejemplo, en un museo que la conserva, aun a costa de que no se venda a un precio elevadísimo.
El arte tiene un sentido profundamente democrático y universal: las obras son para el espectador de a pie, que puede presenciar y sentir la experiencia en espacios abiertos a todos”.
Palabras que nos recuerdan la lucha de nuestros artistas y amigos del arte para que Valledupar tenga un museo que le dé reconocimiento, representación y valor a importantes creaciones, cuadros y esculturas de la región, que actualmente se exhiben en cualquier salón, de un club, un centro comercial o sala de conferencia. Como nos dijo ese vallenato intermitente, que vino de su patria argentina a darle su amor y su arte a este valle y su gente, el pintor Francisco Ruíz, que expuso en octubre su nueva serie sobre el canto vallenato y su historia, al llamar a “que las autoridades nos apoyen iniciando un movimiento cultural, al establecer en un inmueble del centro histórico, un lugar participativo e integrador, la Casa del Artista”.
El arte denota un salto superior para la humanidad. El creador de una obra artistica, generalmente individual, da su impronta a la historia y a la sociedad. Se discute cuánto vale una obra de arte. Hablemos de dibujos y pinturas. Es un mundo que define un precio según el creador y artífice; su condición, formación […]
El arte denota un salto superior para la humanidad. El creador de una obra artistica, generalmente individual, da su impronta a la historia y a la sociedad.
Se discute cuánto vale una obra de arte. Hablemos de dibujos y pinturas. Es un mundo que define un precio según el creador y artífice; su condición, formación y trayectoria; la importancia de la obra y su representación, su elaboración, estilo, escuela artística, el sitio donde se encuentra, su conservación; y sin duda la capacidad de su promoción, los ‘marchantes’ de su mercadeo, y el círculo de clientes potenciales coleccionistas de arte. Recientemente el cuadro Sol del año 2013 de la colombiana María Berrío, un collage surrealista sobre la mujer, fue vendido en la famosa casa de subastas Sothebys en el equivalente a $ 3.600 millones.
El retrato de Frida Khalo, Diego y yo, fue rematado en US 34 millones.
Como se percibe, primero es el artista. Pero hay otros actores, como los museos y los coleccionistas, nos dice Claudia Hakim, la directora del museo de Arte Moderno de Bogotá ( ‘El precio de todo, el precio de nada’, en El Tiempo 26-11-21).
Señala el papel de los coleccionistas, que son personas que voluntariamente se dedican con pasión e investigación adquiriendo obras de arte.
“Pero la venta de un solo cuadro por una suma astronómica nos pone de nuevo frente a la inconmensurabilidad que hay entre el precio de una cosa y el valor que representa”, nos dice Hakim. Pone el clasico ejemplo de Vicent Van Gogh, quién murió pobre y enfermo, y después sus obras han tenido un valor incalculable, en gran medida por que están disponibles para el público en museos. Aunque, parece lamentarse de que algunos trabajos los tienen coleccionistas.
Y lo justifica así: “Sin desconocer la importancia de los coleccionistas, es necesario insistir en que el valor del arte no necesariamente está atado al precio en que se vende. Por esa vía podríamos incurrir en un error de apreciación profundo. Las sociedades tienen que garantizar otras formas de hacer circular las creaciones de sus artistas. Las grandes obras deben seguir al alcance del ciudadano común, por ejemplo, en un museo que la conserva, aun a costa de que no se venda a un precio elevadísimo.
El arte tiene un sentido profundamente democrático y universal: las obras son para el espectador de a pie, que puede presenciar y sentir la experiencia en espacios abiertos a todos”.
Palabras que nos recuerdan la lucha de nuestros artistas y amigos del arte para que Valledupar tenga un museo que le dé reconocimiento, representación y valor a importantes creaciones, cuadros y esculturas de la región, que actualmente se exhiben en cualquier salón, de un club, un centro comercial o sala de conferencia. Como nos dijo ese vallenato intermitente, que vino de su patria argentina a darle su amor y su arte a este valle y su gente, el pintor Francisco Ruíz, que expuso en octubre su nueva serie sobre el canto vallenato y su historia, al llamar a “que las autoridades nos apoyen iniciando un movimiento cultural, al establecer en un inmueble del centro histórico, un lugar participativo e integrador, la Casa del Artista”.