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Columnista - 11 octubre, 2020

El fausto y la avaricia del gobernante

Durante este periodo nefasto para la humanidad, en donde hemos tenido que recurrir al confinamiento y al distanciamiento hasta de nuestros seres queridos, debo reconocer también que ha sido un espacio amplio para la reflexión, el análisis y el entendimiento de muchos temas que en condiciones normales suelen pasar desapercibidos y carentes de alguna significación. […]

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Durante este periodo nefasto para la humanidad, en donde hemos tenido que recurrir al confinamiento y al distanciamiento hasta de nuestros seres queridos, debo reconocer también que ha sido un espacio amplio para la reflexión, el análisis y el entendimiento de muchos temas que en condiciones normales suelen pasar desapercibidos y carentes de alguna significación. Esto me ha permitido leer y releer algunos libros bastante interesantes, entre ellos: ‘El Fausto’.

Después de releer meticulosamente la obra cumbre y magistral del escritor, poeta, dramaturgo y filósofo alemán Johann Wolfgang Goethe, entre líneas encontramos tal vez por casualidad o por azares del destino o por simple imaginación mía, cierta similitud con algunos gobernantes que han llegado al poder más bien guiados por la avaricia, la codicia y un apetito voraz y desmedido de enriquecimiento, que por mera aptitud altruista y generosa de servirle a su gente.

En esta historia épica, con contenido mítico-religioso, convertida en una hermosa compilación poética y filosófica, encontramos dos personajes de apariencia antagónica pero que terminan unidos por el placer y las banalidades de la vida fácil y una inagotable ambición. El doctor Fausto (siervo de Dios, con estudios en medicina, filosofía, jurisprudencia y teología), a pesar de todos sus estudios y las bondades que el señor le otorgaba, se sentía insatisfecho, nada le llenaba, nada lo hacía feliz: “Carezco de bienes y caudal, lo mismo que de honores y grandezas mundanas, de suerte que ni un perro quisiera soportar semejante vida”.

Mefistófeles (uno de los príncipes de las tinieblas, espíritu de negación, gran corruptor y destructor) era sabedor de tales debilidades y por ello le propuso a Dios una apuesta por el alma de su discípulo: “¿Qué apostáis? Aun le perderéis si me dais licencia para conducirle poco a poco en mi camino”. El señor, consciente de los riesgos que asumía, aceptó poner a prueba la invulnerabilidad espiritual de su siervo, el cual después de algún tiempo sucumbió ante las proposiciones, tentaciones y placeres que Mefistófeles le brindaba. Le ofreció todos los mundos y consumó su pacto escrito con sangre; lo condujo por parajes y lugares insospechados, lo complació otorgándole todos sus deseos y peticiones, pero aun así, nunca se satisfizo. Ni Dios, ni el diablo lograron saciar su apetito. Mefistófeles llegó a la conclusión de que: “Ningún deleite le satisface, ninguna dicha le llena, y así va sin cesar en pos de formas cambiantes”. Decepcionado y fastidiado de él, le quitó la vida, pero los ángeles se llevaron su alma desgraciada y maltrecha, dejándole únicamente su cuerpo indeseable.

Nos preguntamos entonces, ¿cuántos Faustos (algunos candidatos a alcaldes, gobernadores, presidentes, etc.), y cuántos Mefistófeles (algunos contratistas, inversionistas, financiadores de campañas o grupos ilegales), encontraríamos en nuestra historia republicana e inclusive en la universal? ¿Por qué personas provenientes del seno de familias respetables, hogares honorables sucumben ante las trivialidades de la corrupción y del dinero fácil?

Personas que después de tanto sacrificio que hacen sus padres para educarlos, lo desperdician todo y dejan una estela de dolor y sufrimiento que han terminado matando de pena moral a muchos padres o los someten al descrédito y a la indiferencia de una sociedad que antes los admiraba y respetaba con cariño y aprecio. Son muchos, los Mefistófeles de la política contemporánea que han utilizado sus dones y capacidades seductoras para persuadir almas y cuerpos vacíos e insaciables como el de Fausto para conseguir sus objetivos.

Personajes que les ofrecen todos los mundos y los llevan al poder para utilizarlos y obtener pingües ganancias y lucrarse del erario público y después, los dejan abandonados a una miserable suerte que quizás nunca imaginaron pero que el apetito voraz de ambiciones desmedidas y desproporcionadas, de manera irremediable los conducirán a perderlo todo; incluso la libertad o la vida.

Columnista
11 octubre, 2020

El fausto y la avaricia del gobernante

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Gabriel Dario Serna Gomez

Durante este periodo nefasto para la humanidad, en donde hemos tenido que recurrir al confinamiento y al distanciamiento hasta de nuestros seres queridos, debo reconocer también que ha sido un espacio amplio para la reflexión, el análisis y el entendimiento de muchos temas que en condiciones normales suelen pasar desapercibidos y carentes de alguna significación. […]


Durante este periodo nefasto para la humanidad, en donde hemos tenido que recurrir al confinamiento y al distanciamiento hasta de nuestros seres queridos, debo reconocer también que ha sido un espacio amplio para la reflexión, el análisis y el entendimiento de muchos temas que en condiciones normales suelen pasar desapercibidos y carentes de alguna significación. Esto me ha permitido leer y releer algunos libros bastante interesantes, entre ellos: ‘El Fausto’.

Después de releer meticulosamente la obra cumbre y magistral del escritor, poeta, dramaturgo y filósofo alemán Johann Wolfgang Goethe, entre líneas encontramos tal vez por casualidad o por azares del destino o por simple imaginación mía, cierta similitud con algunos gobernantes que han llegado al poder más bien guiados por la avaricia, la codicia y un apetito voraz y desmedido de enriquecimiento, que por mera aptitud altruista y generosa de servirle a su gente.

En esta historia épica, con contenido mítico-religioso, convertida en una hermosa compilación poética y filosófica, encontramos dos personajes de apariencia antagónica pero que terminan unidos por el placer y las banalidades de la vida fácil y una inagotable ambición. El doctor Fausto (siervo de Dios, con estudios en medicina, filosofía, jurisprudencia y teología), a pesar de todos sus estudios y las bondades que el señor le otorgaba, se sentía insatisfecho, nada le llenaba, nada lo hacía feliz: “Carezco de bienes y caudal, lo mismo que de honores y grandezas mundanas, de suerte que ni un perro quisiera soportar semejante vida”.

Mefistófeles (uno de los príncipes de las tinieblas, espíritu de negación, gran corruptor y destructor) era sabedor de tales debilidades y por ello le propuso a Dios una apuesta por el alma de su discípulo: “¿Qué apostáis? Aun le perderéis si me dais licencia para conducirle poco a poco en mi camino”. El señor, consciente de los riesgos que asumía, aceptó poner a prueba la invulnerabilidad espiritual de su siervo, el cual después de algún tiempo sucumbió ante las proposiciones, tentaciones y placeres que Mefistófeles le brindaba. Le ofreció todos los mundos y consumó su pacto escrito con sangre; lo condujo por parajes y lugares insospechados, lo complació otorgándole todos sus deseos y peticiones, pero aun así, nunca se satisfizo. Ni Dios, ni el diablo lograron saciar su apetito. Mefistófeles llegó a la conclusión de que: “Ningún deleite le satisface, ninguna dicha le llena, y así va sin cesar en pos de formas cambiantes”. Decepcionado y fastidiado de él, le quitó la vida, pero los ángeles se llevaron su alma desgraciada y maltrecha, dejándole únicamente su cuerpo indeseable.

Nos preguntamos entonces, ¿cuántos Faustos (algunos candidatos a alcaldes, gobernadores, presidentes, etc.), y cuántos Mefistófeles (algunos contratistas, inversionistas, financiadores de campañas o grupos ilegales), encontraríamos en nuestra historia republicana e inclusive en la universal? ¿Por qué personas provenientes del seno de familias respetables, hogares honorables sucumben ante las trivialidades de la corrupción y del dinero fácil?

Personas que después de tanto sacrificio que hacen sus padres para educarlos, lo desperdician todo y dejan una estela de dolor y sufrimiento que han terminado matando de pena moral a muchos padres o los someten al descrédito y a la indiferencia de una sociedad que antes los admiraba y respetaba con cariño y aprecio. Son muchos, los Mefistófeles de la política contemporánea que han utilizado sus dones y capacidades seductoras para persuadir almas y cuerpos vacíos e insaciables como el de Fausto para conseguir sus objetivos.

Personajes que les ofrecen todos los mundos y los llevan al poder para utilizarlos y obtener pingües ganancias y lucrarse del erario público y después, los dejan abandonados a una miserable suerte que quizás nunca imaginaron pero que el apetito voraz de ambiciones desmedidas y desproporcionadas, de manera irremediable los conducirán a perderlo todo; incluso la libertad o la vida.