Por Mary Daza Orozco Es muy atractiva, jovencita, veintisiete años, bien vestida y usa un aroma sutil, con una sonrisa que muestra la perfección de sus dientes, llega a todas las habitaciones de la clínica a ofrecer el servicio de almuerzos a domicilio especialmente los domingos, no tiene todavía tarjetitas de presentación, pero deja el […]
Por Mary Daza Orozco
Es muy atractiva, jovencita, veintisiete años, bien vestida y usa un aroma sutil, con una sonrisa que muestra la perfección de sus dientes, llega a todas las habitaciones de la clínica a ofrecer el servicio de almuerzos a domicilio especialmente los domingos, no tiene todavía tarjetitas de presentación, pero deja el número de dos teléfonos. Comer para los acompañantes de un enfermo en la clínica es imposible, no se puede ingresar alimentos, pero ella con su persistencia logró que la dejaran ofrecer su producto.
Un domingo llegó con el pedido, cajitas blancas, comida casera, una delicia, las entrega con esa sonrisa que quisiera uno tener y dice: “Yo soy bacterióloga, pero ante la demora del pago donde trabajo y lo reducido que son los salarios, me ingenié este trabajito para ayudar en mi hogar en donde tengo la responsabilidad de dos hijos pequeños”.
Quedó el agradable reconocimiento a la mujer que no se amilana ante los malos tiempos, sin timideces, la mujer a la que no le importan las ociosas lenguas de su entorno, esa mujer que se lanza a enfrentar la vida que por estos tiempos se hace dura para muchos, la que soñó en la universidad que su título era garantía de una vida sin afanes económicos.
Las estadísticas muestran que el número de mujeres profesionales que tienen que inventarse el famoso rebusque, aumenta cada vez más, pero es también grande el número de las que ‘se mueren de vergüenza’ de meterse en un trabajo informal. Otro caso digno de mencionar es el de una vigilante, amable siempre, pero enérgica e insobornable en el trabajo que ha escogido para ayudarse en sus estudios de Derecho, pertenece a un grupo especial de trabajadoras en seguridad privada, el severo uniforme no le quita ni un ápice de femineidad.
Y así son tantos los ejemplos y más el orgullo que sentimos al hablar con ellas, con esas mujeres que necesita el país, las mismas que preparan loncheras bien temprano, atienden a sus parejas, dejan la casa en orden y se van a atender dos oficios más, como en estos casos y no digo sus nombres porque cuando charlé con ellas no les pedí permiso para hacerlo, pero ahí están dando ejemplo de tenacidad, de convertir los lamentos en acción ejemplar. Sin embargo, sigue la queja para el gobierno: se necesita una política efectiva que garantice el trabajo con buena remuneración para ese gran número de colombianas que no desean que las venza la desesperanza.
Por Mary Daza Orozco Es muy atractiva, jovencita, veintisiete años, bien vestida y usa un aroma sutil, con una sonrisa que muestra la perfección de sus dientes, llega a todas las habitaciones de la clínica a ofrecer el servicio de almuerzos a domicilio especialmente los domingos, no tiene todavía tarjetitas de presentación, pero deja el […]
Por Mary Daza Orozco
Es muy atractiva, jovencita, veintisiete años, bien vestida y usa un aroma sutil, con una sonrisa que muestra la perfección de sus dientes, llega a todas las habitaciones de la clínica a ofrecer el servicio de almuerzos a domicilio especialmente los domingos, no tiene todavía tarjetitas de presentación, pero deja el número de dos teléfonos. Comer para los acompañantes de un enfermo en la clínica es imposible, no se puede ingresar alimentos, pero ella con su persistencia logró que la dejaran ofrecer su producto.
Un domingo llegó con el pedido, cajitas blancas, comida casera, una delicia, las entrega con esa sonrisa que quisiera uno tener y dice: “Yo soy bacterióloga, pero ante la demora del pago donde trabajo y lo reducido que son los salarios, me ingenié este trabajito para ayudar en mi hogar en donde tengo la responsabilidad de dos hijos pequeños”.
Quedó el agradable reconocimiento a la mujer que no se amilana ante los malos tiempos, sin timideces, la mujer a la que no le importan las ociosas lenguas de su entorno, esa mujer que se lanza a enfrentar la vida que por estos tiempos se hace dura para muchos, la que soñó en la universidad que su título era garantía de una vida sin afanes económicos.
Las estadísticas muestran que el número de mujeres profesionales que tienen que inventarse el famoso rebusque, aumenta cada vez más, pero es también grande el número de las que ‘se mueren de vergüenza’ de meterse en un trabajo informal. Otro caso digno de mencionar es el de una vigilante, amable siempre, pero enérgica e insobornable en el trabajo que ha escogido para ayudarse en sus estudios de Derecho, pertenece a un grupo especial de trabajadoras en seguridad privada, el severo uniforme no le quita ni un ápice de femineidad.
Y así son tantos los ejemplos y más el orgullo que sentimos al hablar con ellas, con esas mujeres que necesita el país, las mismas que preparan loncheras bien temprano, atienden a sus parejas, dejan la casa en orden y se van a atender dos oficios más, como en estos casos y no digo sus nombres porque cuando charlé con ellas no les pedí permiso para hacerlo, pero ahí están dando ejemplo de tenacidad, de convertir los lamentos en acción ejemplar. Sin embargo, sigue la queja para el gobierno: se necesita una política efectiva que garantice el trabajo con buena remuneración para ese gran número de colombianas que no desean que las venza la desesperanza.