Efraín Quintero Araújo será recordado por la huella de su templanza humana. No fue ajeno a este conocido proverbio oriental: “Hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro”.
Efraín Quintero Araújo será recordado por la huella de su templanza humana. No fue ajeno a este conocido proverbio oriental: “Hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro”.
Su vida estuvo ligada a la tradición agropecuaria de sus antecesores. Era técnico especialista agropecuario de la Escuela Vocacional de Buga. Fue un pregonero defensor de la ecología y sembró muchos árboles, y en sus sueños también crecían muchos árboles de mango, y con amor de patria comentaba que su padre, Eloy Quintero Baute, fue quien tuvo la brillante idea de sembrar el famoso palo de mango en la plaza Alfonso López el siete de agosto en 1937.
Tuvo cuatro hijos. En una hermosa patillalera, Graciela Molina Monsalvo, encontró la vendimia del amor para llenar su alma de bendiciones y quimeras; y nacieron Isabel, Efraín José, Alberto y Eduardo. Su casa tenía un frescor de brisas de La Malena, a donde llegaban sobrinos, ahijados y vecinos a buscar soluciones a las tareas escolares o a problemas cotidianos. Todos veían en él a un patriarca sabio y bondadoso.
Si bien es cierto que no publicó libro, sí tuvo todo para hacerlo. Tal vez no estaba en su leyenda personal o, como dirían los antiguos griegos, el oráculo le tenía reservado otros designios; fue, en cambio, un gran narrador oral de cuentos, historias y leyendas, para que otros escribieran.
Su capacidad lectora y analítica le daba seguridad para interpretar o cuestionar, cuando era necesario. Era un hombre público de ideas y concepciones claras; conocedor de la idiosincrasia y la cultura de los pueblos del Cesar, La Guajira y el Magdalena. Exponía con propiedad la importancia de aprovechar al máximo las fuentes de agua para el fortalecimiento de la agricultura. Por eso era recurrente en la idea de construir el distrito de riego al norte de Valledupar, zona que él denominaba la ‘Mesopotamia del Valle de Upar’, por estar ubicada entre los ríos Cesar, Badillo y Guatapurí.
En sus reflexiones sobre el empobrecimiento de los pueblos del Cesar, a principio de la década de 1980, decía: “Si los pueblos recuperaran su vocación agrícola, disminuiría el desempleo rural y se fortalecerían las posibilidades de paz en el campo”. Y cuestionaba las políticas oficiales de implementar el cultivo de algodón, que habían desplazado la agricultura de pancoger, y provocado el mayor desastre ecológico de la región al destruir en forma indiscriminada miles de hectáreas de bosque.
Efraín Quintero Araújo fue un hombre de equilibrio vital, un sembrador de esperanzas y utopías. Su palabra era siempre el espejo de sus acciones. Estuvo lejos del oportunismo y la deshonestidad; su afán era proponer lo más eficiente y funcional. Tuve el honor de ser testigo, por muchos años, de mesura y nobleza de espíritu; y puedo afirmar que Efraín Quintero Araújo fue un ciudadano a carta cabal.
Por José Atuesta Mindiola
Efraín Quintero Araújo será recordado por la huella de su templanza humana. No fue ajeno a este conocido proverbio oriental: “Hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro”.
Efraín Quintero Araújo será recordado por la huella de su templanza humana. No fue ajeno a este conocido proverbio oriental: “Hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro”.
Su vida estuvo ligada a la tradición agropecuaria de sus antecesores. Era técnico especialista agropecuario de la Escuela Vocacional de Buga. Fue un pregonero defensor de la ecología y sembró muchos árboles, y en sus sueños también crecían muchos árboles de mango, y con amor de patria comentaba que su padre, Eloy Quintero Baute, fue quien tuvo la brillante idea de sembrar el famoso palo de mango en la plaza Alfonso López el siete de agosto en 1937.
Tuvo cuatro hijos. En una hermosa patillalera, Graciela Molina Monsalvo, encontró la vendimia del amor para llenar su alma de bendiciones y quimeras; y nacieron Isabel, Efraín José, Alberto y Eduardo. Su casa tenía un frescor de brisas de La Malena, a donde llegaban sobrinos, ahijados y vecinos a buscar soluciones a las tareas escolares o a problemas cotidianos. Todos veían en él a un patriarca sabio y bondadoso.
Si bien es cierto que no publicó libro, sí tuvo todo para hacerlo. Tal vez no estaba en su leyenda personal o, como dirían los antiguos griegos, el oráculo le tenía reservado otros designios; fue, en cambio, un gran narrador oral de cuentos, historias y leyendas, para que otros escribieran.
Su capacidad lectora y analítica le daba seguridad para interpretar o cuestionar, cuando era necesario. Era un hombre público de ideas y concepciones claras; conocedor de la idiosincrasia y la cultura de los pueblos del Cesar, La Guajira y el Magdalena. Exponía con propiedad la importancia de aprovechar al máximo las fuentes de agua para el fortalecimiento de la agricultura. Por eso era recurrente en la idea de construir el distrito de riego al norte de Valledupar, zona que él denominaba la ‘Mesopotamia del Valle de Upar’, por estar ubicada entre los ríos Cesar, Badillo y Guatapurí.
En sus reflexiones sobre el empobrecimiento de los pueblos del Cesar, a principio de la década de 1980, decía: “Si los pueblos recuperaran su vocación agrícola, disminuiría el desempleo rural y se fortalecerían las posibilidades de paz en el campo”. Y cuestionaba las políticas oficiales de implementar el cultivo de algodón, que habían desplazado la agricultura de pancoger, y provocado el mayor desastre ecológico de la región al destruir en forma indiscriminada miles de hectáreas de bosque.
Efraín Quintero Araújo fue un hombre de equilibrio vital, un sembrador de esperanzas y utopías. Su palabra era siempre el espejo de sus acciones. Estuvo lejos del oportunismo y la deshonestidad; su afán era proponer lo más eficiente y funcional. Tuve el honor de ser testigo, por muchos años, de mesura y nobleza de espíritu; y puedo afirmar que Efraín Quintero Araújo fue un ciudadano a carta cabal.
Por José Atuesta Mindiola