El estado de gracia a que me refiero, en consecuencia, es el que corresponde a la felicidad del alma, que se refleja positivamente en el cuerpo
Como se verá seguidamente, el estado de gracia de que trato aquí no responde a la figura jurídica del Estado político, ni tampoco, estrictamente, al estado de gracia sacramental, aunque sí por extensión.
El estado de gracia a que me refiero, en consecuencia, es el que corresponde a la felicidad del alma, que se refleja positivamente en el cuerpo, como consecuencia obvia de la experiencia de paz que invade a la persona sujeto de dicho estado.
Por tanto, es la experiencia de paz, que puede ser teológica, o solamente psicológica, como una afloración de agradables sentimientos; por ejemplo, a la manera de exultación de San Francisco ante la contemplación de las cosas creadas.
Es propio de religiosos y teólogos la consideración sacramental, del estado de gracia, y de los psicólogos y psiquiatras, lo que es de la ciencia y experiencias de estos. De tal guisa podemos decir que el estado de gracia, así apreciado, es uno, sobrenatural, en términos teológicos, y otro, sencillamente natural o sensible.
E igualmente afirmar que la alegría del alma, se transmite al cuerpo, en virtud de la fe, cuando obedece al principio religioso, o a la mera sensibilidad psicológica, desprovista de aquella evaluación. De ambos modos, el beneficio que una persona percibe y recibe de su estado de gracia, corresponde a su libertad de conciencia, de acuerdo a su leal saber y entender responsables.
Cuando el alma exulta, el cuerpo se regocija, si el alma se alegra, el cuerpo lo percibe, sintiéndose un gozo distinto y superior al de los placeres hedonistas. Santo Tomás de Aquino decía, mente sana en cuerpo sano.
No cabe duda que racionalmente conviene tener un alma sana para que su cuerpo la perciba plácidamente. Aquí coinciden, como en tantas otras cosas, la razón filosófica con la razón teológica. Si deseamos tener un cuerpo sano, hemos de preocuparnos por mantener un alma sana, y esta se mantiene sana cuando está limpia de pecados y delitos, que en eso consiste el estado de gracia. Es una coexistencia feliz entre el estado de gracia del alma y el estado de salud del cuerpo.
¿Cómo lograrlo?
La religión católica lo define justamente como el estado espiritual de la persona exenta de pecados, y, por tanto, en comunión con Dios y con el prójimo; es decir, un estado del alma que moralmente, no debe nada a su prójimo. Y otro tanto se puede decir de las relaciones humanas en general, aún exentas de la consideración religiosa. Muchas personas en el mundo logran esta vivencia esencial, que sin duda constituye, un verdadero bien público común, por su laudable consecuencia de operatividad ética. Desde los montes de [email protected]
El estado de gracia a que me refiero, en consecuencia, es el que corresponde a la felicidad del alma, que se refleja positivamente en el cuerpo
Como se verá seguidamente, el estado de gracia de que trato aquí no responde a la figura jurídica del Estado político, ni tampoco, estrictamente, al estado de gracia sacramental, aunque sí por extensión.
El estado de gracia a que me refiero, en consecuencia, es el que corresponde a la felicidad del alma, que se refleja positivamente en el cuerpo, como consecuencia obvia de la experiencia de paz que invade a la persona sujeto de dicho estado.
Por tanto, es la experiencia de paz, que puede ser teológica, o solamente psicológica, como una afloración de agradables sentimientos; por ejemplo, a la manera de exultación de San Francisco ante la contemplación de las cosas creadas.
Es propio de religiosos y teólogos la consideración sacramental, del estado de gracia, y de los psicólogos y psiquiatras, lo que es de la ciencia y experiencias de estos. De tal guisa podemos decir que el estado de gracia, así apreciado, es uno, sobrenatural, en términos teológicos, y otro, sencillamente natural o sensible.
E igualmente afirmar que la alegría del alma, se transmite al cuerpo, en virtud de la fe, cuando obedece al principio religioso, o a la mera sensibilidad psicológica, desprovista de aquella evaluación. De ambos modos, el beneficio que una persona percibe y recibe de su estado de gracia, corresponde a su libertad de conciencia, de acuerdo a su leal saber y entender responsables.
Cuando el alma exulta, el cuerpo se regocija, si el alma se alegra, el cuerpo lo percibe, sintiéndose un gozo distinto y superior al de los placeres hedonistas. Santo Tomás de Aquino decía, mente sana en cuerpo sano.
No cabe duda que racionalmente conviene tener un alma sana para que su cuerpo la perciba plácidamente. Aquí coinciden, como en tantas otras cosas, la razón filosófica con la razón teológica. Si deseamos tener un cuerpo sano, hemos de preocuparnos por mantener un alma sana, y esta se mantiene sana cuando está limpia de pecados y delitos, que en eso consiste el estado de gracia. Es una coexistencia feliz entre el estado de gracia del alma y el estado de salud del cuerpo.
¿Cómo lograrlo?
La religión católica lo define justamente como el estado espiritual de la persona exenta de pecados, y, por tanto, en comunión con Dios y con el prójimo; es decir, un estado del alma que moralmente, no debe nada a su prójimo. Y otro tanto se puede decir de las relaciones humanas en general, aún exentas de la consideración religiosa. Muchas personas en el mundo logran esta vivencia esencial, que sin duda constituye, un verdadero bien público común, por su laudable consecuencia de operatividad ética. Desde los montes de [email protected]