Carlos Cesar Silva llega con una obra estremecedora. ‘La cacería de los perturbados’ ofrece no solo un deleite literario, también remueve las fibras más sensibles de nuestro ser, expone de manera cruda las miserias de esta tediosa ciudad, pero no miserias provocadas por condiciones económicas, me refiero a miserias incrustadas en el alma, esas que […]
Carlos Cesar Silva llega con una obra estremecedora. ‘La cacería de los perturbados’ ofrece no solo un deleite literario, también remueve las fibras más sensibles de nuestro ser, expone de manera cruda las miserias de esta tediosa ciudad, pero no miserias provocadas por condiciones económicas, me refiero a miserias incrustadas en el alma, esas que son inherentes a nuestra condición humana y nos llevan a un nivel de igualdad insospechado como vivió Susana en ‘La jaula de los infortunios’.
Trece, un número maldito que asociamos a la mala suerte o a las desgracias, no sabemos si el autor sin pretenderlo o premeditadamente nos ataca con ese número de cuentos en los que encontramos personajes igual de malditos y con destinos trágicos descritos con una precisión de lugares, calles y rincones de la monótona Valledupar, que nos lleva a la conclusión que no son solamente cuentos, son historias que se esconden en rostros conocidos y magistralmente expuestos con nombres distintos, aunque las pistas abundan llevándonos hábilmente incluso adivinar quiénes son los desgraciados personajes, como lo vemos en ‘Te espero a las siete en punto’ o en ‘El goce de los salvajes’.
En cada historia encontramos elementos comunes, como tristezas, frustraciones, sueños, lujuria, amores furtivos e inaceptables, pero también verdades que matan y que motivaron un suicidio en ‘Abelardo o el nacimiento de la soberbia’, cuando el protagonista de la historia descubre que la muerte de su padre no fue por un atentado guerrillero sino que su propia madre había ordenado el crimen, confesión manifestada en la Plaza Alfonso López.
Pero este es otro interesante punto de ‘La cacería de los perturbados’: plantea un fenómeno propio del conflicto colombiano, la creación de enemigos comunes para ocultar muchas fechorías alejadas de esta guerra absurda; así, hijos mandaron a matar a sus padres por una herencia, personas desaparecieron a sus socios por quedarse con el producto de un negocio; agentes del Estado que apoyaron y facilitaron el homicidio y despojo de tierras de humildes campesinos, registrado en ‘El miedo se pudre en tu garganta’, y para lograr la anhelada impunidad le atribuían esos delitos a la guerrilla.
También encontramos la naturaleza de quienes nos han gobernado en los últimos 16 años, en ‘La banda de los perturbados’: un grupo de amigos desperdician su juventud perdidos en el alcohol y la arrogancia de su envidiable posición económica, creyendo tener licencia para violar y matar sin sanción; ellos eran Mao, Chepe y Lucho, el tiempo y la crueldad de sus delitos provocaron la disolución del perverso trío; uno de ellos, Mao, llegó a ser alcalde de Valledupar.
Con las pistas lanzadas por el escritor empiezo a repasar los últimos alcaldes de esta ciudad y se me ocurre uno que prometió cambiar a Electricaribe y traer otra empresa, pero sus promesas solo le dieron para pasar cuatro años tomando y organizando carnavales, pero bueno, recuerdo que es solo ficción, aunque los detalles son tan exactos que recomendaría a los lectores tener mucho cuidado con sus actos para no terminar siendo un perturbado cazado por el ingenioso Carlos Cesar Silva.
Por: Carlos Andrés Añez.
Carlos Cesar Silva llega con una obra estremecedora. ‘La cacería de los perturbados’ ofrece no solo un deleite literario, también remueve las fibras más sensibles de nuestro ser, expone de manera cruda las miserias de esta tediosa ciudad, pero no miserias provocadas por condiciones económicas, me refiero a miserias incrustadas en el alma, esas que […]
Carlos Cesar Silva llega con una obra estremecedora. ‘La cacería de los perturbados’ ofrece no solo un deleite literario, también remueve las fibras más sensibles de nuestro ser, expone de manera cruda las miserias de esta tediosa ciudad, pero no miserias provocadas por condiciones económicas, me refiero a miserias incrustadas en el alma, esas que son inherentes a nuestra condición humana y nos llevan a un nivel de igualdad insospechado como vivió Susana en ‘La jaula de los infortunios’.
Trece, un número maldito que asociamos a la mala suerte o a las desgracias, no sabemos si el autor sin pretenderlo o premeditadamente nos ataca con ese número de cuentos en los que encontramos personajes igual de malditos y con destinos trágicos descritos con una precisión de lugares, calles y rincones de la monótona Valledupar, que nos lleva a la conclusión que no son solamente cuentos, son historias que se esconden en rostros conocidos y magistralmente expuestos con nombres distintos, aunque las pistas abundan llevándonos hábilmente incluso adivinar quiénes son los desgraciados personajes, como lo vemos en ‘Te espero a las siete en punto’ o en ‘El goce de los salvajes’.
En cada historia encontramos elementos comunes, como tristezas, frustraciones, sueños, lujuria, amores furtivos e inaceptables, pero también verdades que matan y que motivaron un suicidio en ‘Abelardo o el nacimiento de la soberbia’, cuando el protagonista de la historia descubre que la muerte de su padre no fue por un atentado guerrillero sino que su propia madre había ordenado el crimen, confesión manifestada en la Plaza Alfonso López.
Pero este es otro interesante punto de ‘La cacería de los perturbados’: plantea un fenómeno propio del conflicto colombiano, la creación de enemigos comunes para ocultar muchas fechorías alejadas de esta guerra absurda; así, hijos mandaron a matar a sus padres por una herencia, personas desaparecieron a sus socios por quedarse con el producto de un negocio; agentes del Estado que apoyaron y facilitaron el homicidio y despojo de tierras de humildes campesinos, registrado en ‘El miedo se pudre en tu garganta’, y para lograr la anhelada impunidad le atribuían esos delitos a la guerrilla.
También encontramos la naturaleza de quienes nos han gobernado en los últimos 16 años, en ‘La banda de los perturbados’: un grupo de amigos desperdician su juventud perdidos en el alcohol y la arrogancia de su envidiable posición económica, creyendo tener licencia para violar y matar sin sanción; ellos eran Mao, Chepe y Lucho, el tiempo y la crueldad de sus delitos provocaron la disolución del perverso trío; uno de ellos, Mao, llegó a ser alcalde de Valledupar.
Con las pistas lanzadas por el escritor empiezo a repasar los últimos alcaldes de esta ciudad y se me ocurre uno que prometió cambiar a Electricaribe y traer otra empresa, pero sus promesas solo le dieron para pasar cuatro años tomando y organizando carnavales, pero bueno, recuerdo que es solo ficción, aunque los detalles son tan exactos que recomendaría a los lectores tener mucho cuidado con sus actos para no terminar siendo un perturbado cazado por el ingenioso Carlos Cesar Silva.
Por: Carlos Andrés Añez.