Es conveniente hacer una distinción entre instrucción y educación. La primera se refiere más bien a un ejercicio intelectual, a un cultivo de la inteligencia. La segunda alude un ejercicio y formación moral. La instrucción para comenzarla exige cierta edad y algún desarrollo físico. La educación debe comenzar desde la cuna y es la que […]
Es conveniente hacer una distinción entre instrucción y educación. La primera se refiere más bien a un ejercicio intelectual, a un cultivo de la inteligencia. La segunda alude un ejercicio y formación moral. La instrucción para comenzarla exige cierta edad y algún desarrollo físico. La educación debe comenzar desde la cuna y es la que va transformando la personalidad del niño mediante el cultivo de los sentimientos, ideas y hábitos sociales y la canalización de sus tendencias.
Forma un individuo eficiente para la actuación en la vida, como objetivo primordial, pero igual infundir en el niño amor hacia el bien, desarrollarle sentimientos sociales y crearle una vigorosa personalidad mediante el desarrollo del carácter; he ahí la única educación que puede ser una garantía contra la conducta delictuosa en cuanto le permite sobreponerse a las influencias perniciosas del ambiente.
José Antonio León Rey sostiene que hay más delincuentes varones que saben leer y escribir y que los muchachos que sobresalen por su peligrosidad delincuencial han pasado por los salones escolares, como si se cumpliera el pensamiento de Ferri de que la instrucción proporciona mejores armas al delincuente. Las estadísticas le dan la razón a León Rey, pero podemos afirmar que esos niños desadaptados, en el sentido amplio de la palabra, carecen de formación y solo tienen una precaria instrucción primaria, que por sí sola es impotente para corregir al criminal, sino tiene por fiel aliada a la educación. De lo anterior podemos concluir que el infante debe recibir las primeras enseñanzas educativas en el seno de la familia, ella es la encargada de contrarrestar la predisposición natural de la delincuencia que tienen todos los niños a través del cultivo de los sentimientos, ideas y hábitos sociales.
Por ser el menor muy influenciable, muy amigo de la imitación, el cine y la televisión influyen en la delincuencia del menor. Enfatizando en el cine, el doctor Pablo Llinás consigna en una Revista de Medicina Legal, que el cinematógrafo que siempre debiera ser vehículo de educación, de buena enseñanza y de cultura intelectual o moral o cuando de solaz, distracción amena y sana, muchas veces es estimulo de los malos instintos, de las bajas pasiones, de los degradantes vicios, de las perversas costumbres y de la escandalosa inmoralidad, porque ese género de creaciones atrae espectadores por el poder seductor de la curiosidad y el sexual ismo, ya que lo usufructuario del negocio se preocupan especialmente de los provechos utilitarios, sin percatarse mucho ni poco de los estragos sociales que esas exhibiciones pueden fomentar.
En síntesis, el cine y la televisión pueden catalogarse como causa determinante de la criminalidad. Muchos niños se habitúan tanto al cine que hasta hurtan por una entrada. Ambas atracciones no solo en los niños ejerce influencia, también en los adultos, ya que a menudo en las pantallas se exhiben películas de mafias bien organizadas en donde se enseña la manera como se planean y realizan delitos, tácticas que ponen en práctica. Para concluir retomamos el título de esta columna: “La educación imprime cultura, un pueblo culto es un pueblo grande. Sin educación no es posible entender los beneficios de la salud, sin salud no es posible laborar, y sin trabajo no puede subsistir la familia, base indeleble de toda sociedad”.
Es conveniente hacer una distinción entre instrucción y educación. La primera se refiere más bien a un ejercicio intelectual, a un cultivo de la inteligencia. La segunda alude un ejercicio y formación moral. La instrucción para comenzarla exige cierta edad y algún desarrollo físico. La educación debe comenzar desde la cuna y es la que […]
Es conveniente hacer una distinción entre instrucción y educación. La primera se refiere más bien a un ejercicio intelectual, a un cultivo de la inteligencia. La segunda alude un ejercicio y formación moral. La instrucción para comenzarla exige cierta edad y algún desarrollo físico. La educación debe comenzar desde la cuna y es la que va transformando la personalidad del niño mediante el cultivo de los sentimientos, ideas y hábitos sociales y la canalización de sus tendencias.
Forma un individuo eficiente para la actuación en la vida, como objetivo primordial, pero igual infundir en el niño amor hacia el bien, desarrollarle sentimientos sociales y crearle una vigorosa personalidad mediante el desarrollo del carácter; he ahí la única educación que puede ser una garantía contra la conducta delictuosa en cuanto le permite sobreponerse a las influencias perniciosas del ambiente.
José Antonio León Rey sostiene que hay más delincuentes varones que saben leer y escribir y que los muchachos que sobresalen por su peligrosidad delincuencial han pasado por los salones escolares, como si se cumpliera el pensamiento de Ferri de que la instrucción proporciona mejores armas al delincuente. Las estadísticas le dan la razón a León Rey, pero podemos afirmar que esos niños desadaptados, en el sentido amplio de la palabra, carecen de formación y solo tienen una precaria instrucción primaria, que por sí sola es impotente para corregir al criminal, sino tiene por fiel aliada a la educación. De lo anterior podemos concluir que el infante debe recibir las primeras enseñanzas educativas en el seno de la familia, ella es la encargada de contrarrestar la predisposición natural de la delincuencia que tienen todos los niños a través del cultivo de los sentimientos, ideas y hábitos sociales.
Por ser el menor muy influenciable, muy amigo de la imitación, el cine y la televisión influyen en la delincuencia del menor. Enfatizando en el cine, el doctor Pablo Llinás consigna en una Revista de Medicina Legal, que el cinematógrafo que siempre debiera ser vehículo de educación, de buena enseñanza y de cultura intelectual o moral o cuando de solaz, distracción amena y sana, muchas veces es estimulo de los malos instintos, de las bajas pasiones, de los degradantes vicios, de las perversas costumbres y de la escandalosa inmoralidad, porque ese género de creaciones atrae espectadores por el poder seductor de la curiosidad y el sexual ismo, ya que lo usufructuario del negocio se preocupan especialmente de los provechos utilitarios, sin percatarse mucho ni poco de los estragos sociales que esas exhibiciones pueden fomentar.
En síntesis, el cine y la televisión pueden catalogarse como causa determinante de la criminalidad. Muchos niños se habitúan tanto al cine que hasta hurtan por una entrada. Ambas atracciones no solo en los niños ejerce influencia, también en los adultos, ya que a menudo en las pantallas se exhiben películas de mafias bien organizadas en donde se enseña la manera como se planean y realizan delitos, tácticas que ponen en práctica. Para concluir retomamos el título de esta columna: “La educación imprime cultura, un pueblo culto es un pueblo grande. Sin educación no es posible entender los beneficios de la salud, sin salud no es posible laborar, y sin trabajo no puede subsistir la familia, base indeleble de toda sociedad”.