Los codacenses han sido privilegiados y premiados por Dios y la naturaleza al concederles una de las zonas más ricas, bellas y encantadoras del país, llena de una exuberante hermosura, grandes nacimientos de agua, sus tierras con una alta capacidad para producir una amplia variedad de alimentos que la ubicarían como una gran despensa alimentaria […]
Los codacenses han sido privilegiados y premiados por Dios y la naturaleza al concederles una de las zonas más ricas, bellas y encantadoras del país, llena de una exuberante hermosura, grandes nacimientos de agua, sus tierras con una alta capacidad para producir una amplia variedad de alimentos que la ubicarían como una gran despensa alimentaria de la región.
Sin embargo, como sucedió en diversos pueblos de nuestra geografía colombiana, la violencia generó el desplazamiento y el destierro de centenares de familias campesinas y fieles trabajadores del campo, que con nostalgia, tristeza y pesar tuvieron que emigrar a las grandes ciudades, lejos de su hábitat natural, de sus amigos, de sus cultivos y de sus animales. Seguramente muchos de ellos llegaron a engrosar los cinturones de miseria de esas ciudades, presas de la indiferencia, el menosprecio y el abandono del Estado en unas moles de concreto que no conocían y que no entendían por qué el destino les había privado de aquella vida apacible y prospera donde nacieron y crecieron felices corriendo por sus cerros, bañándose en los diversos ríos y manantiales que irrigan sus fértiles y productivas tierras. Eran bañados por la alegría que generaba en sus cuerpos, el poder ver germinar el café, el aguacate, el cacao, el lulo, la mora, el maíz, la yuca, el plátano, las hortalizas y demás productos de pan coger.
No cabe duda alguna de todo lo que tuvieron que padecer nuestros campesinos inmersos en una guerra que no era de ellos, que nunca pidieron, que nunca quisieron, pero desafortunadamente la corriente de una vida violenta los ubicó en medio del fuego cruzado de una lucha que aparentó por muchos años ser política e ideológica pero que terminó prostituyéndose a su más deplorable expresión.
Eran comunes las historias de que en la mañana llegaban los guerrilleros y por la noche los paramilitares o el Ejército y a todos tenían que sonreírles y atenderlos como si fuesen sus mejores amigos o familiares. Mucha gente fue asesinada, desaparecida o desterrada, dejando solo el triste recuerdo de su partida y convirtiendo a la serranía del Perijá en una zona vedada, desolada y de terror, a la cual nadie quería visitar.
Después de muchísimos años de no poder disfrutar de esos senderos paisajísticos llenos de ensoñación y ternura, tuve la oportunidad de acompañar a un grupo de amigos que me invitaron a la vereda Fernambuco Medio y para mi sorpresa y gratitud, la situación ha cambiado de manera considerable, hoy se respira un aire de paz, de confianza, de esperanza, de progreso y desarrollo agro turístico. Subimos por San Ramón, pasando por La Duda con todos sus encantos, adornada por un pavimento rígido y electrificación rural que ha permitido el florecimiento de restaurantes, estaderos y cabañas en medio de parajes naturales acariciados por las frías y deliciosas aguas del río Magiriaimo. Los visitantes no solo tienen la oportunidad de gozar de la inmensidad de sus bosques, sino de la diversidad de especias nativas de flora y fauna que lo transportan a un mundo ensoñado, lleno de romances, de atardeceres y amaneceres únicos e inolvidables, alejados del mundanal ruido y de los problemas de la vida moderna. Cuando estás en la serranía del Perijá ni siquiera te acuerdas que el coronavirus existe y que ha matado a tantos amigos y familiares, solo quieres vivir el momento y ser feliz en medio de la belleza natural con la que Dios nos ha bendecido.
Agua, vegetación y clima agradable se entrelazan con su gente que te arropa con el calor de su grata presencia, personas humildes y emprendedoras que ven el futuro con optimismo, esperanza, redención e ilusión. Es común ver en el trayecto casas de campo en construcción a la orilla de la carretera, turistas en sus carros con placas de todos lados, como si un nuevo eje cafetero se estuviese gestando. El alcalde Omar Benjumea Ospino ha manifestado su interés y compromiso con estas veredas, proporcionándoles energía solar fotovoltaica, mejoramiento de vías que incluye para este año la pavimentación del tramo la Y-Mayusa-Duda Alta, placa huella Codazzi-La Aguacatera, vía Llerasca- Iroka y el apoyo a siete proyectos de emprendimientos turísticos, de vivienda rural y saneamiento básico, lo cual ven los campesinos como una luz de esperanza para poder mejorar la calidad de vida y aumentar la productividad del campo y poder comercializar sus productos de manera oportuna y mejorar sus ingresos. Bienvenida la paz, bienvenido el progreso y el desarrollo de la mano del alcalde, del gobernador y del presidente para que al final de este cuatrienio podamos ver florecer el café y el cacao rodeado de turistas disfrutando el aroma de la felicidad en un amanecer extasiado por el amor y la ilusión de un futuro mejor.
Los codacenses han sido privilegiados y premiados por Dios y la naturaleza al concederles una de las zonas más ricas, bellas y encantadoras del país, llena de una exuberante hermosura, grandes nacimientos de agua, sus tierras con una alta capacidad para producir una amplia variedad de alimentos que la ubicarían como una gran despensa alimentaria […]
Los codacenses han sido privilegiados y premiados por Dios y la naturaleza al concederles una de las zonas más ricas, bellas y encantadoras del país, llena de una exuberante hermosura, grandes nacimientos de agua, sus tierras con una alta capacidad para producir una amplia variedad de alimentos que la ubicarían como una gran despensa alimentaria de la región.
Sin embargo, como sucedió en diversos pueblos de nuestra geografía colombiana, la violencia generó el desplazamiento y el destierro de centenares de familias campesinas y fieles trabajadores del campo, que con nostalgia, tristeza y pesar tuvieron que emigrar a las grandes ciudades, lejos de su hábitat natural, de sus amigos, de sus cultivos y de sus animales. Seguramente muchos de ellos llegaron a engrosar los cinturones de miseria de esas ciudades, presas de la indiferencia, el menosprecio y el abandono del Estado en unas moles de concreto que no conocían y que no entendían por qué el destino les había privado de aquella vida apacible y prospera donde nacieron y crecieron felices corriendo por sus cerros, bañándose en los diversos ríos y manantiales que irrigan sus fértiles y productivas tierras. Eran bañados por la alegría que generaba en sus cuerpos, el poder ver germinar el café, el aguacate, el cacao, el lulo, la mora, el maíz, la yuca, el plátano, las hortalizas y demás productos de pan coger.
No cabe duda alguna de todo lo que tuvieron que padecer nuestros campesinos inmersos en una guerra que no era de ellos, que nunca pidieron, que nunca quisieron, pero desafortunadamente la corriente de una vida violenta los ubicó en medio del fuego cruzado de una lucha que aparentó por muchos años ser política e ideológica pero que terminó prostituyéndose a su más deplorable expresión.
Eran comunes las historias de que en la mañana llegaban los guerrilleros y por la noche los paramilitares o el Ejército y a todos tenían que sonreírles y atenderlos como si fuesen sus mejores amigos o familiares. Mucha gente fue asesinada, desaparecida o desterrada, dejando solo el triste recuerdo de su partida y convirtiendo a la serranía del Perijá en una zona vedada, desolada y de terror, a la cual nadie quería visitar.
Después de muchísimos años de no poder disfrutar de esos senderos paisajísticos llenos de ensoñación y ternura, tuve la oportunidad de acompañar a un grupo de amigos que me invitaron a la vereda Fernambuco Medio y para mi sorpresa y gratitud, la situación ha cambiado de manera considerable, hoy se respira un aire de paz, de confianza, de esperanza, de progreso y desarrollo agro turístico. Subimos por San Ramón, pasando por La Duda con todos sus encantos, adornada por un pavimento rígido y electrificación rural que ha permitido el florecimiento de restaurantes, estaderos y cabañas en medio de parajes naturales acariciados por las frías y deliciosas aguas del río Magiriaimo. Los visitantes no solo tienen la oportunidad de gozar de la inmensidad de sus bosques, sino de la diversidad de especias nativas de flora y fauna que lo transportan a un mundo ensoñado, lleno de romances, de atardeceres y amaneceres únicos e inolvidables, alejados del mundanal ruido y de los problemas de la vida moderna. Cuando estás en la serranía del Perijá ni siquiera te acuerdas que el coronavirus existe y que ha matado a tantos amigos y familiares, solo quieres vivir el momento y ser feliz en medio de la belleza natural con la que Dios nos ha bendecido.
Agua, vegetación y clima agradable se entrelazan con su gente que te arropa con el calor de su grata presencia, personas humildes y emprendedoras que ven el futuro con optimismo, esperanza, redención e ilusión. Es común ver en el trayecto casas de campo en construcción a la orilla de la carretera, turistas en sus carros con placas de todos lados, como si un nuevo eje cafetero se estuviese gestando. El alcalde Omar Benjumea Ospino ha manifestado su interés y compromiso con estas veredas, proporcionándoles energía solar fotovoltaica, mejoramiento de vías que incluye para este año la pavimentación del tramo la Y-Mayusa-Duda Alta, placa huella Codazzi-La Aguacatera, vía Llerasca- Iroka y el apoyo a siete proyectos de emprendimientos turísticos, de vivienda rural y saneamiento básico, lo cual ven los campesinos como una luz de esperanza para poder mejorar la calidad de vida y aumentar la productividad del campo y poder comercializar sus productos de manera oportuna y mejorar sus ingresos. Bienvenida la paz, bienvenido el progreso y el desarrollo de la mano del alcalde, del gobernador y del presidente para que al final de este cuatrienio podamos ver florecer el café y el cacao rodeado de turistas disfrutando el aroma de la felicidad en un amanecer extasiado por el amor y la ilusión de un futuro mejor.