“No os engañéis; Dios no puede ser burlado, pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará”: Gálatas 6,7. En una cultura agropecuaria como la nuestra, esta analogía tomada del mundo de la agricultura, cobra una inusitada fuerza, porque pese a que nuestra región crece y se tecnifica aceleradamente, aún conservamos el conocimiento de […]
“No os engañéis; Dios no puede ser burlado, pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará”: Gálatas 6,7.
En una cultura agropecuaria como la nuestra, esta analogía tomada del mundo de la agricultura, cobra una inusitada fuerza, porque pese a que nuestra región crece y se tecnifica aceleradamente, aún conservamos el conocimiento de las leyes que gobiernan el campo. Aquí, entonces, una buena comparación entre las leyes de la siembra y los principios que también gobiernan la vida espiritual; del texto que nos ocupa, podemos extraer algunos inexorables principios:
Todo lo que se siembre, se cosecha. Todo lo que plantemos en la tierra dará su fruto. Oseas, el profeta, dice que la tierra responderá al trigo, al vino y al aceite y ellos responderán al Dios que siembra. Dios prometió en Génesis que mientras la tierra permaneciera, no cesarían la siembra y la cosecha, el frio y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche.
Cada semilla da fruto según su especie. Lo que plantamos en la tierra es lo que cosecharemos más adelante.
Ningún agricultor siembra arroz esperando en el día de la cosecha obtener café. Lo que sembramos es lo que vamos a cosechar. Lucas, el Evangelista, dice que cada árbol se conoce por su fruto; pues no se cosechan higos de los espinos, ni de las zarzas se vendimian uvas. El libro de los Salmos, dice que Dios es quien cubre de nubes los cielos, el que prepara la lluvia para la tierra, el que hace a los montes producir hierba.
La cosecha es directamente proporcional a la siembra. A mayor siembra, mayor cosecha; a menor siembra, menor cosecha. Decía esto San Pablo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará.
Nunca se cosecha al instante lo sembrado. Santiago, dice que el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía.
Amados amigos lectores, estas verdades gobiernan también en forma absoluta la vida espiritual. ¿Acaso estamos ansiosos por cosechar aquello que no sembramos? ¿Sembramos semillas de una especie y esperamos cosechar de otra? Lucas, vuelve a decir que si damos se nos dará. Medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo, porque con la misma medida con que medimos, nos medirán. Eso corrobora que de todo aquello que esperemos cosechar o tener, primero debemos sembrarlo. Si estamos esperando amor, debemos sembrar amor. Si queremos amabilidad y sonrisas, debemos sembrarlas. Pero también si sembramos crítica, juicio, chisme, condenación o legalismo; lo que cosecharemos será justamente eso mismo.
¡Dios no puede ser burlado! No podemos caer en la trampa de creer que Dios no mira lo que sembramos y que, por eso, nos dará un fruto distinto del que sembramos. Oseas, dice que si sembramos vientos, cosecharemos tempestades. Y Proverbios, reza que el que bate la leche saca mantequilla, el que con fuerza se suena la nariz saca sangre y el que provoca la ira causa contienda.
Finalmente, toda acción es una semilla. Todas nuestras acciones son importantes. Sembremos pensando en el futuro. Sembremos esperanza y cosecharemos paz y justicia. “Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz”. El corolario es que sembremos con alegría de todo aquello que anhelemos tener. En momentos como estos, hagamos un frente común y seamos generosos para sembrar con ilusión en el futuro de nuestros hijos y nietos. Sembremos esperanza en nuestras casas, nuestras familias, nuestra región, nuestra nación. ¡No nos cansemos, pues, de hacer el bien, porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos!
Abrazos y que Dios te use como labrador para su Gloria.
“No os engañéis; Dios no puede ser burlado, pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará”: Gálatas 6,7. En una cultura agropecuaria como la nuestra, esta analogía tomada del mundo de la agricultura, cobra una inusitada fuerza, porque pese a que nuestra región crece y se tecnifica aceleradamente, aún conservamos el conocimiento de […]
“No os engañéis; Dios no puede ser burlado, pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará”: Gálatas 6,7.
En una cultura agropecuaria como la nuestra, esta analogía tomada del mundo de la agricultura, cobra una inusitada fuerza, porque pese a que nuestra región crece y se tecnifica aceleradamente, aún conservamos el conocimiento de las leyes que gobiernan el campo. Aquí, entonces, una buena comparación entre las leyes de la siembra y los principios que también gobiernan la vida espiritual; del texto que nos ocupa, podemos extraer algunos inexorables principios:
Todo lo que se siembre, se cosecha. Todo lo que plantemos en la tierra dará su fruto. Oseas, el profeta, dice que la tierra responderá al trigo, al vino y al aceite y ellos responderán al Dios que siembra. Dios prometió en Génesis que mientras la tierra permaneciera, no cesarían la siembra y la cosecha, el frio y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche.
Cada semilla da fruto según su especie. Lo que plantamos en la tierra es lo que cosecharemos más adelante.
Ningún agricultor siembra arroz esperando en el día de la cosecha obtener café. Lo que sembramos es lo que vamos a cosechar. Lucas, el Evangelista, dice que cada árbol se conoce por su fruto; pues no se cosechan higos de los espinos, ni de las zarzas se vendimian uvas. El libro de los Salmos, dice que Dios es quien cubre de nubes los cielos, el que prepara la lluvia para la tierra, el que hace a los montes producir hierba.
La cosecha es directamente proporcional a la siembra. A mayor siembra, mayor cosecha; a menor siembra, menor cosecha. Decía esto San Pablo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará.
Nunca se cosecha al instante lo sembrado. Santiago, dice que el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía.
Amados amigos lectores, estas verdades gobiernan también en forma absoluta la vida espiritual. ¿Acaso estamos ansiosos por cosechar aquello que no sembramos? ¿Sembramos semillas de una especie y esperamos cosechar de otra? Lucas, vuelve a decir que si damos se nos dará. Medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo, porque con la misma medida con que medimos, nos medirán. Eso corrobora que de todo aquello que esperemos cosechar o tener, primero debemos sembrarlo. Si estamos esperando amor, debemos sembrar amor. Si queremos amabilidad y sonrisas, debemos sembrarlas. Pero también si sembramos crítica, juicio, chisme, condenación o legalismo; lo que cosecharemos será justamente eso mismo.
¡Dios no puede ser burlado! No podemos caer en la trampa de creer que Dios no mira lo que sembramos y que, por eso, nos dará un fruto distinto del que sembramos. Oseas, dice que si sembramos vientos, cosecharemos tempestades. Y Proverbios, reza que el que bate la leche saca mantequilla, el que con fuerza se suena la nariz saca sangre y el que provoca la ira causa contienda.
Finalmente, toda acción es una semilla. Todas nuestras acciones son importantes. Sembremos pensando en el futuro. Sembremos esperanza y cosecharemos paz y justicia. “Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz”. El corolario es que sembremos con alegría de todo aquello que anhelemos tener. En momentos como estos, hagamos un frente común y seamos generosos para sembrar con ilusión en el futuro de nuestros hijos y nietos. Sembremos esperanza en nuestras casas, nuestras familias, nuestra región, nuestra nación. ¡No nos cansemos, pues, de hacer el bien, porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos!
Abrazos y que Dios te use como labrador para su Gloria.