“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”: San Mateo 5,6. A toda persona le llega el momento de aliarse con la justicia o luchar en contra de ella. Llegó el momento de unirnos: Vivimos uno de los momentos más críticos de la historia nacional; pero paradójicamente también uno de las […]
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”: San Mateo 5,6.
A toda persona le llega el momento de aliarse con la justicia o luchar en contra de ella. Llegó el momento de unirnos: Vivimos uno de los momentos más críticos de la historia nacional; pero paradójicamente también uno de las mejores oportunidades para proclamar e instaurar la verdad de Dios en nuestra sociedad.
La marcha del miércoles fue apoteósica, se reunieron los diferentes estamentos de la sociedad, se fundieron ministros y laicos en un solo hombre para levantar unánimes la voz a favor de la familia tradicional y del diseño original de Dios en la creación. “La sabiduría clamó en las calles de nuestra nación, alzó su voz en las plazas; clamó en los principales lugares de reunión, a la entrada de las puertas de la ciudad dijo sus razones”.
La familia ha sido establecida por Dios. Por lo tanto, no debe existir para su propio beneficio. Ha sido creada para la gloria y el honor de Dios. Nuestro punto de partida, basado en las Sagradas Escrituras, sostiene que la familia le pertenece a Dios y como su diseñador y creador ha determinado su estructura interna y le ha designado su propósito y su meta.
Por tal motivo, hemos sentido la necesidad de manifestarnos como un solo cuerpo, del cual Cristo es la cabeza, nos hemos sentido impelidos a buscar de Dios implorando su protección sobre nuestras familias y el derecho que asiste a cada progenitor de educar a sus hijos en los caminos sagrados de las sendas antiguas.
Es verdad que se han perdido muchas batallas y que el humanismo ateo campea en nuestra educación, pero hemos llegado a lugares donde tomamos conciencia de nuestra necesidad y hoy con una clara decisión activamos nuestra búsqueda de Dios y levantamos nuestros ojos hacia Cristo Jesús para que él nos ayude y supla todo aquello que no podamos procurar con nuestros propios medios.
Amados amigos y padres lectores, es menester que exista en cada uno de nosotros, hambre y sed de justicia. Al observar la escuela por la cual transitaron muchos de los grandes siervos de Dios, vemos que tuvieron que caminar por tiempos y experiencias de profunda angustia personal. La frustración de sus proyectos personales abrió paso para que Dios obrara de manera asombrosa. Sobre las aparentes derrotas, Dios construyó sus victorias. ¡Será igual para nosotros…!
Sin detenernos a pensar en lo mal que está la sociedad y reconociendo la tendencia básica de todo ser humano hacia su propia experiencia alejados de su creador, la reflexión que hoy quiero dejar en cada corazón es acerca de la necesidad de buscar a Dios como fuente inefable de dirección y consejo.
Nuestra pasión debe durar mucho más que lo que dura la celebración dominical y no debemos regresar a nuestras vidas planas y rutinarias de cada día, sino invocarlo y buscarlo de todo corazón para poder hallarlo. Aquellos que permiten que la pasión los consuma, son los que tienen hambre y sed de justicia, son los que claman con el salmista: “Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela en tierra seca y árida donde no hay aguas”. El orden de prioridades siempre debe ser: Dios primero, luego la familia y después el trabajo. No rompamos ese orden celestial establecido, para que nos vaya bien y seamos de bendición a otros.
Finalmente, ser parte del pueblo de Dios implica la existencia de vínculos espirituales que no dependen de nosotros. No existimos en forma aislada, somos la Iglesia de Jesucristo. Actuemos en contra de toda forma de injusticia unidos como un solo cuerpo. ¡Adelante y no permitamos que las imperfecciones secretas interrumpan el accionar de Dios en nuestra nación! ¡Por la defensa de la familia instituida por Dios! Abrazos y muchas bendiciones.
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”: San Mateo 5,6. A toda persona le llega el momento de aliarse con la justicia o luchar en contra de ella. Llegó el momento de unirnos: Vivimos uno de los momentos más críticos de la historia nacional; pero paradójicamente también uno de las […]
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”: San Mateo 5,6.
A toda persona le llega el momento de aliarse con la justicia o luchar en contra de ella. Llegó el momento de unirnos: Vivimos uno de los momentos más críticos de la historia nacional; pero paradójicamente también uno de las mejores oportunidades para proclamar e instaurar la verdad de Dios en nuestra sociedad.
La marcha del miércoles fue apoteósica, se reunieron los diferentes estamentos de la sociedad, se fundieron ministros y laicos en un solo hombre para levantar unánimes la voz a favor de la familia tradicional y del diseño original de Dios en la creación. “La sabiduría clamó en las calles de nuestra nación, alzó su voz en las plazas; clamó en los principales lugares de reunión, a la entrada de las puertas de la ciudad dijo sus razones”.
La familia ha sido establecida por Dios. Por lo tanto, no debe existir para su propio beneficio. Ha sido creada para la gloria y el honor de Dios. Nuestro punto de partida, basado en las Sagradas Escrituras, sostiene que la familia le pertenece a Dios y como su diseñador y creador ha determinado su estructura interna y le ha designado su propósito y su meta.
Por tal motivo, hemos sentido la necesidad de manifestarnos como un solo cuerpo, del cual Cristo es la cabeza, nos hemos sentido impelidos a buscar de Dios implorando su protección sobre nuestras familias y el derecho que asiste a cada progenitor de educar a sus hijos en los caminos sagrados de las sendas antiguas.
Es verdad que se han perdido muchas batallas y que el humanismo ateo campea en nuestra educación, pero hemos llegado a lugares donde tomamos conciencia de nuestra necesidad y hoy con una clara decisión activamos nuestra búsqueda de Dios y levantamos nuestros ojos hacia Cristo Jesús para que él nos ayude y supla todo aquello que no podamos procurar con nuestros propios medios.
Amados amigos y padres lectores, es menester que exista en cada uno de nosotros, hambre y sed de justicia. Al observar la escuela por la cual transitaron muchos de los grandes siervos de Dios, vemos que tuvieron que caminar por tiempos y experiencias de profunda angustia personal. La frustración de sus proyectos personales abrió paso para que Dios obrara de manera asombrosa. Sobre las aparentes derrotas, Dios construyó sus victorias. ¡Será igual para nosotros…!
Sin detenernos a pensar en lo mal que está la sociedad y reconociendo la tendencia básica de todo ser humano hacia su propia experiencia alejados de su creador, la reflexión que hoy quiero dejar en cada corazón es acerca de la necesidad de buscar a Dios como fuente inefable de dirección y consejo.
Nuestra pasión debe durar mucho más que lo que dura la celebración dominical y no debemos regresar a nuestras vidas planas y rutinarias de cada día, sino invocarlo y buscarlo de todo corazón para poder hallarlo. Aquellos que permiten que la pasión los consuma, son los que tienen hambre y sed de justicia, son los que claman con el salmista: “Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela en tierra seca y árida donde no hay aguas”. El orden de prioridades siempre debe ser: Dios primero, luego la familia y después el trabajo. No rompamos ese orden celestial establecido, para que nos vaya bien y seamos de bendición a otros.
Finalmente, ser parte del pueblo de Dios implica la existencia de vínculos espirituales que no dependen de nosotros. No existimos en forma aislada, somos la Iglesia de Jesucristo. Actuemos en contra de toda forma de injusticia unidos como un solo cuerpo. ¡Adelante y no permitamos que las imperfecciones secretas interrumpan el accionar de Dios en nuestra nación! ¡Por la defensa de la familia instituida por Dios! Abrazos y muchas bendiciones.