Todos necesitamos un espacio para poder pensar y desligarnos temporalmente de los objetos, de la tecnología y de las solemnidades.
Por José Atuesta Mindiola
Todos necesitamos un espacio para poder pensar y desligarnos temporalmente de los objetos, de la tecnología y de las solemnidades. Es inevitable usar la tecnología, pero esto no quiere decir que nuestra racionalidad este determinada por ella. La inteligencia, el amor y el respeto no se digitan. El ser humano necesita una mirada contemplativa de la realidad, situándose frente a la naturaleza y saboreando la evidencia de existir. Y esto por sí mismo, ya tiene sentido.
La mirada contemplativa se reconforta en el estético placer de vivir el apego por seres queridos y sentir la belleza de la poesía y la música. En estos instantes el corazón se llena de luz para mostrando los espejos del alma. En esos espejos: están las imágenes de la infancia y de la tierra del origen, ese lugar sagrado donde nacimos y crecimos con los hermanos y amigos, y despertaron nuestros sentidos a la fantasía y a la grandeza del Padre Redentor. También, está la venerable imagen de los padres, con sus manos bondadosas de amor y de trabajo que se iluminaron de fe para revelar el camino del bien y la esperanza.
Siguen las imágenes de la escuela, el descubrimiento del alfabeto y la invención de las palabras. Después, las imágenes concretas de la adolescencia, de la música y de poesía que hacen metástasis en el corazón y en la memoria; la dulce quimera de los primeros besos de la novia juvenil; los deseos de educarnos en una disciplina de la ciencia, del arte o de la técnica para desarrollar el proyecto ético de vida.
Algunos guardan en los espejos del alma los colores sonrientes de su existencia, porque contaron con la fortuna de tener unos padres con solvencias económicas que facilitaron las oportunidades de alcanzar títulos profesionales. En cambio otros, guardan el color lejano de la esperanza, porque tuvieron que andar con esfuerzos y limitaciones por la escasez de recursos económicos de sus padres; pero aferrados a la fe de superación, se abrieron con pasos de vencedores y desafiando las tormentas de las dificultades alcanzaron el objetivo de culminar una carrera profesional y desempañarse con éxitos laborales para retribuirle a sus padres y a su hogar el mejoramiento de la calidad de vida.
Muchos son los testimonios de vida que son edificantes para otras generaciones. Por ejemplo, aquellos hijos orgullosos de sus padres, jornaleros del campo o macheteros, que soñaban con las oportunidades de estudiar para no verse condenados a repetir los mismos oficios de sus padres. Esos niños soñaban con el vuelo de las águilas y gracias a su interés permanente por la superación se convierten en profesionales universitarios, tecnólogos o reconocidos artistas.
Todos necesitamos un espacio para poder pensar y desligarnos temporalmente de los objetos, de la tecnología y de las solemnidades.
Por José Atuesta Mindiola
Todos necesitamos un espacio para poder pensar y desligarnos temporalmente de los objetos, de la tecnología y de las solemnidades. Es inevitable usar la tecnología, pero esto no quiere decir que nuestra racionalidad este determinada por ella. La inteligencia, el amor y el respeto no se digitan. El ser humano necesita una mirada contemplativa de la realidad, situándose frente a la naturaleza y saboreando la evidencia de existir. Y esto por sí mismo, ya tiene sentido.
La mirada contemplativa se reconforta en el estético placer de vivir el apego por seres queridos y sentir la belleza de la poesía y la música. En estos instantes el corazón se llena de luz para mostrando los espejos del alma. En esos espejos: están las imágenes de la infancia y de la tierra del origen, ese lugar sagrado donde nacimos y crecimos con los hermanos y amigos, y despertaron nuestros sentidos a la fantasía y a la grandeza del Padre Redentor. También, está la venerable imagen de los padres, con sus manos bondadosas de amor y de trabajo que se iluminaron de fe para revelar el camino del bien y la esperanza.
Siguen las imágenes de la escuela, el descubrimiento del alfabeto y la invención de las palabras. Después, las imágenes concretas de la adolescencia, de la música y de poesía que hacen metástasis en el corazón y en la memoria; la dulce quimera de los primeros besos de la novia juvenil; los deseos de educarnos en una disciplina de la ciencia, del arte o de la técnica para desarrollar el proyecto ético de vida.
Algunos guardan en los espejos del alma los colores sonrientes de su existencia, porque contaron con la fortuna de tener unos padres con solvencias económicas que facilitaron las oportunidades de alcanzar títulos profesionales. En cambio otros, guardan el color lejano de la esperanza, porque tuvieron que andar con esfuerzos y limitaciones por la escasez de recursos económicos de sus padres; pero aferrados a la fe de superación, se abrieron con pasos de vencedores y desafiando las tormentas de las dificultades alcanzaron el objetivo de culminar una carrera profesional y desempañarse con éxitos laborales para retribuirle a sus padres y a su hogar el mejoramiento de la calidad de vida.
Muchos son los testimonios de vida que son edificantes para otras generaciones. Por ejemplo, aquellos hijos orgullosos de sus padres, jornaleros del campo o macheteros, que soñaban con las oportunidades de estudiar para no verse condenados a repetir los mismos oficios de sus padres. Esos niños soñaban con el vuelo de las águilas y gracias a su interés permanente por la superación se convierten en profesionales universitarios, tecnólogos o reconocidos artistas.