Por Jairo Mejía Los pensamientos son ideas, recuerdos y creencias en movimiento, que se relacionan entre sí. El acto de pensar lo asociamos con un proceso mental, sea este voluntario o no, mediante el cual desarrollamos nuestras propias ideas acerca de lo que nos rodea y sobre nosotros mismos. Si bien es cierto que los […]
Por Jairo Mejía
Los pensamientos son ideas, recuerdos y creencias en movimiento, que se relacionan entre sí. El acto de pensar lo asociamos con un proceso mental, sea este voluntario o no, mediante el cual desarrollamos nuestras propias ideas acerca de lo que nos rodea y sobre nosotros mismos.
Si bien es cierto que los avances tecnológicos han facilitado nuestras vidas, también es cierto que nos ha ido convirtiendo en pesados dinosaurios esperando desaparecer, al paso que vamos, con la diferencia que antes mirábamos al cielo y hoy mantenemos nuestras cabezas hundidas en un celular o en cualquier otro dispositivo, atentos a la información que nos llega a todo momento, cierta y falsa.
Si tal actividad nos hiciera pensar, que bien, vaya y venga, como acostumbramos a decir, pero, nuestra actividad se ha limitado a seguir las sendas, ya no tan camufladas como antes, que se han ido construyendo a través de algoritmos y que nos sugiere segundo a segundo, qué hacer, qué comer, qué medicina tomar, adónde viajar, y hasta con quién debemos relacionarnos y eso aunque no lo creamos, nos ha desplazado el arte de pensar con autonomía, ya no pensamos, dejamos que la información que nos llega y nos ahoga hasta el punto de aplazar nuestro descanso o la ida al baño, nos oriente, nos sugiera, nos aconseje, en fin nos diga cuál es la senda a seguir para lo que debemos ser y hacer.
Permitimos que los algoritmos penetren en nuestras mentes y sean ellos los que nos digan todo sobre nuestra existencia, reemplazando incluso a veces la conciencia. Dejamos de pensar hace rato para seguir acumulando información, ni siquiera la analizamos, por lo tanto, la comprensión hacia ella es prácticamente escasa por no calificarla de nula y nos sumergimos en un nuevo estado de la mente que va extinguiendo al proceso elemental de raciocinio. ¿Será qué pensamos cuando reenviamos alguna información por el simple hábito ya instaurado de buscar la flechita de reenvío, sin haber constatado su veracidad o autenticidad? Claro que no, aunque muchos digan que sí. El arte de pensar se construye y se desarrolla, ilógicamente, en el aire, en donde flotan las preguntas que uno desde adentro se formula, cuestión que ya no permitimos, pues, muchas veces hasta porfiamos de la información enviada, que consideramos nuestra, porque hasta eso, nos la apropiamos y la defendemos sin argumentación valedera y muy pocas veces nos retractamos del error cometido por no haber pensado antes de actuar.
Ya no pensamos ni siquiera en los recuerdos, aunque parezca complejo comprender tal frase, pero es la verdad. Antes recordaba que ante un malestar estomacal mi abuela solía aconsejar la ingesta de una toma de manzanilla y “santo remedio”, hoy acudimos a cualquier buscador en la web, como nuestro médico de cabecera, esperando curarnos o sanarnos ante la prescripción médica recetada por el “Doctor Google” y no se diga más.
Hasta hace poco reaccioné con algo que me causó preocupación y que expongo para poner a prueba al lector de esta columna y desestime lo que digo si así lo considera pertinente, ¿quién de nosotros no iba apenas a enviar un mensaje pero terminamos un par de horas mirando videos e historias en las redes sociales? ¿Quién ha tomado esa decisión de apartarnos de nuestro plan inicial? Nuestros celulares o dispositivos gracias al profundo conocimiento que tienen de nosotros, eligen de manera muy precisa qué estímulo presentarnos para alterar nuestros pensamientos y patrones de conducta. Como dicen Mariano Sigman y Santiago Bilinkis en sus reflexiones sobre la Inteligencia Artificial, el aparato empieza a adquirir agencia, no por ser inteligente (no lo es), sino porque otros lo utilizan como mecanismo de manipulación de nuestra conducta y pensamiento.
Como ya lo he dicho, hace ya algún tiempo dejamos de ser autónomos, ya no decidimos lo que queremos con libertad, nos dejamos arrastrar por los algoritmos que nos penetran hasta lo más profundo del deseo y la motivación. Steve Jobs dijo la siguiente frase: “Muchas veces, la gente no sabe lo que quiere hasta que se lo enseñas”.
Vale la pena recordar que nuestra inteligencia es bastante versátil pero también está repleta de debilidades, que se notan mucho cuando entra en juego la manipulación del deseo y la voluntad. Piensa antes de actuar.
Por Jairo Mejía Los pensamientos son ideas, recuerdos y creencias en movimiento, que se relacionan entre sí. El acto de pensar lo asociamos con un proceso mental, sea este voluntario o no, mediante el cual desarrollamos nuestras propias ideas acerca de lo que nos rodea y sobre nosotros mismos. Si bien es cierto que los […]
Por Jairo Mejía
Los pensamientos son ideas, recuerdos y creencias en movimiento, que se relacionan entre sí. El acto de pensar lo asociamos con un proceso mental, sea este voluntario o no, mediante el cual desarrollamos nuestras propias ideas acerca de lo que nos rodea y sobre nosotros mismos.
Si bien es cierto que los avances tecnológicos han facilitado nuestras vidas, también es cierto que nos ha ido convirtiendo en pesados dinosaurios esperando desaparecer, al paso que vamos, con la diferencia que antes mirábamos al cielo y hoy mantenemos nuestras cabezas hundidas en un celular o en cualquier otro dispositivo, atentos a la información que nos llega a todo momento, cierta y falsa.
Si tal actividad nos hiciera pensar, que bien, vaya y venga, como acostumbramos a decir, pero, nuestra actividad se ha limitado a seguir las sendas, ya no tan camufladas como antes, que se han ido construyendo a través de algoritmos y que nos sugiere segundo a segundo, qué hacer, qué comer, qué medicina tomar, adónde viajar, y hasta con quién debemos relacionarnos y eso aunque no lo creamos, nos ha desplazado el arte de pensar con autonomía, ya no pensamos, dejamos que la información que nos llega y nos ahoga hasta el punto de aplazar nuestro descanso o la ida al baño, nos oriente, nos sugiera, nos aconseje, en fin nos diga cuál es la senda a seguir para lo que debemos ser y hacer.
Permitimos que los algoritmos penetren en nuestras mentes y sean ellos los que nos digan todo sobre nuestra existencia, reemplazando incluso a veces la conciencia. Dejamos de pensar hace rato para seguir acumulando información, ni siquiera la analizamos, por lo tanto, la comprensión hacia ella es prácticamente escasa por no calificarla de nula y nos sumergimos en un nuevo estado de la mente que va extinguiendo al proceso elemental de raciocinio. ¿Será qué pensamos cuando reenviamos alguna información por el simple hábito ya instaurado de buscar la flechita de reenvío, sin haber constatado su veracidad o autenticidad? Claro que no, aunque muchos digan que sí. El arte de pensar se construye y se desarrolla, ilógicamente, en el aire, en donde flotan las preguntas que uno desde adentro se formula, cuestión que ya no permitimos, pues, muchas veces hasta porfiamos de la información enviada, que consideramos nuestra, porque hasta eso, nos la apropiamos y la defendemos sin argumentación valedera y muy pocas veces nos retractamos del error cometido por no haber pensado antes de actuar.
Ya no pensamos ni siquiera en los recuerdos, aunque parezca complejo comprender tal frase, pero es la verdad. Antes recordaba que ante un malestar estomacal mi abuela solía aconsejar la ingesta de una toma de manzanilla y “santo remedio”, hoy acudimos a cualquier buscador en la web, como nuestro médico de cabecera, esperando curarnos o sanarnos ante la prescripción médica recetada por el “Doctor Google” y no se diga más.
Hasta hace poco reaccioné con algo que me causó preocupación y que expongo para poner a prueba al lector de esta columna y desestime lo que digo si así lo considera pertinente, ¿quién de nosotros no iba apenas a enviar un mensaje pero terminamos un par de horas mirando videos e historias en las redes sociales? ¿Quién ha tomado esa decisión de apartarnos de nuestro plan inicial? Nuestros celulares o dispositivos gracias al profundo conocimiento que tienen de nosotros, eligen de manera muy precisa qué estímulo presentarnos para alterar nuestros pensamientos y patrones de conducta. Como dicen Mariano Sigman y Santiago Bilinkis en sus reflexiones sobre la Inteligencia Artificial, el aparato empieza a adquirir agencia, no por ser inteligente (no lo es), sino porque otros lo utilizan como mecanismo de manipulación de nuestra conducta y pensamiento.
Como ya lo he dicho, hace ya algún tiempo dejamos de ser autónomos, ya no decidimos lo que queremos con libertad, nos dejamos arrastrar por los algoritmos que nos penetran hasta lo más profundo del deseo y la motivación. Steve Jobs dijo la siguiente frase: “Muchas veces, la gente no sabe lo que quiere hasta que se lo enseñas”.
Vale la pena recordar que nuestra inteligencia es bastante versátil pero también está repleta de debilidades, que se notan mucho cuando entra en juego la manipulación del deseo y la voluntad. Piensa antes de actuar.