A mediados de 1999, circulaba la versión de que iban a matar a otro periodista en Valledupar. Jaime José Daza (J.J.), quien se desempeñaba como editor judicial del diario EL PILÓN para la época de los hechos. Renunció al periódico porque dice que conocía que iban a matar a un periodista.
Rayaba el periódico: resaltaba lo bueno y criticaba lo malo, como de costumbre y como lo hacía después de cada edición del periódico EL PILÓN, el proyecto periodístico que integró la región comunicativa comprendida por el Cesar y La Guajira en los tiempos que le correspondió vivir.
El jueves 16 de septiembre de 1999, después de realizar la edición del periódico que debía salir el viernes 17 y que había dedicado a la paz, se desplazó desde las instalaciones del periódico EL PILÓN, en el centro histórico de la ciudad, hasta el hotel Los Cardones, ubicado en la calle 17, una vía que en el imaginario colectivo inicia en Cinco Esquinas.
Aquel día fue diferente, era el cumpleaños de Oscar Martínez, uno de los periodistas de EL PILÓN. En el Caribe todo se magnifica y se convierte en ocasión especial, seguramente como resistencia a los gobiernos de esta región. Aquella noche, Martínez se quería ir a su casa, pero Guzmán no quería dejar pasar el cumpleaños de manera desapercibida: escondió las llaves de la motocicleta de su colega e hizo broma para que el cumpleañero aceptara ir a tomarse unas cervezas. Luego de la persuasión y de que Martínez aceptara tomar “solo una”, se le subió a la moto para garantizar que Oscar llegara al lugar.
Sentado en uno de los cuatro taburetes con la mirada hacia el frente de la calle 17, como quien espera a alguien; a su derecha el cumpleañero, en postura diagonal formando un ángulo de 45 grados aproximadamente con respecto a Guzmán, dando la espalda a la calle, y a su izquierda Edgar De La Hoz, en el centro del bar del hotel.
Después de un tiempo en el sitio y de haber pedido la “tercera tanda”, “la del arranque”, sobre las 10:26 de la noche entró un pistolero profesional y se dirigió a su objetivo. Se ubicó a espaldas de Martínez y desde el flanco derecho disparó. Dicen Yury y testigos que se le ‘trabó’ la pistola, pero de manera rápida logró accionarla. La víctima intentó proteger su rostro y pecho con manos y brazos. Oscar, quien sintió los disparos en su oreja derecha, entró en pánico perdiendo la conciencia de lo que estaba sucediendo.
Después de unos segundos, cuando reaccionó, el instinto de supervivencia lo llevó a “saltar la mesa” y corrió hacia el patio, en busca de ayuda, y veía como todas las puertas se cerraban. Protegió su cuerpo detrás de un palo de mango y pidió ayuda de manera infructuosa. Sigilosamente el sicario abandonó la escena y a Martínez el instinto de relativa calma le permitió volver al lugar de los hechos donde yacía Guzmán de manera agonizante con cuatro disparos en su humanidad.
A pocos pasos, otro pistolero a bordo de una motocicleta esperaba al perpetrador del crimen. Los maleantes huyeron en sentido oriente–occidente. Comentan que en la huida se estrellaron con un funcionario judicial que se encontraba de descanso y quien alertó a las autoridades. Los asesinos lograron escapar y cuentan que, al parecer, vieron ingresar la motocicleta al Batallón La Popa, según relatos de trabajo de campo en la ciudad de Valledupar durante los años 2013, 2019 y 2020.
“Treinta y dos pasos caminó el asesino, profesional con instrucción, a la entrada desenfundó una pistola 9 mm, mientras el conductor de la motocicleta de mediano cilindraje, con el motor encendido, lo esperaba en la misma acera de la calle 17, ahí, frente al pare de bus, en diagonal al estanco del expendedor que a solo dos metros le ofreció a la vista cerveza y whisky bien frío. Manzo cuando lo vio entrar enfrentó a su asesino con su mano izquierda queriendo detener las balas que este, inmisericordemente, empezó a descargar hasta cuando en la tercera bala se le atascó la pistola; de manera habilidosa en menos de seis segundos la destrabó y le dio el tiro mortal. Una vez seguro de lo efectiva de su acción, emprendió la huida por la calle 17 doblando por la carrera décima y luego por la calle 18, tomando después la carrera novena para llegar a su sede de concentración, cerca del cerro de La Popa (…) no hubo heridos, fue una acción limpia, rápida y efectiva, procedimiento propio de profesionales, un trabajo inteligentemente planeado y organizado”, según relataron testigos de los hechos a Yuri Vladimir Quintero Torres y que recoge en el libro ‘¿Quiénes y por qué asesinaron al periodista?’.
Por un instante se sintió el silencio característico que sucede a un sicariato demencial a sangre fría, más el de una persona querida por el pueblo, sus colegas con los que departía quedaron sin capacidad de reacción; segundos después reaccionaron. Él, en medio de la dificultad para hablar intentaba decir algo y su amigo de auxiliarlo en medio de la impotencia por no hacer mayor cosa. Se escuchaban gritos en medio de la desesperación: ¡Llamen a la Policía! ¡Pilas una ambulancia! Pero nadie quería comprometerse en brindar los primeros auxilios. De repente apareció un hombre y se le atravesó a un taxi, obligándolo a parar, el hombre y Martínez tomaron al comunicador agonizante y lo echaron en la silla trasera del vehículo público y de inmediato salieron.
Lea también: La violencia contra periodistas en el Cesar durante la década 1995-2005
El experimentado conductor se abrió paso en la calle 17. Martínez sacó un pañuelo blanco y le pidió al chofer que pusiera el pito del vehículo y acelerara lo que más pudiera sin tener en cuenta los semáforos. Durante el recorrido Martínez llevaba sobre sus piernas a Guzmán e intentó auxiliarlo, le hablaba e intentaba parar la sangre, pero Guzmán cada vez perdía más sangre y se debilitaba.
Ya en el parqueadero del antiguo Instituto de Seguro Social subieron a Guzmán a una camilla y lo ingresaron al área de urgencias de esa entidad, pero no pasaron cinco minutos cuando una enfermera salió para decirle a Martínez que ya no había nada que hacer: el periodista acababa de fallecer.
Martínez, con el fin de informar lo sucedido, con su ropa bañada en sangre, de inmediato corrió al teléfono público monedero que estaba en las afueras del área de urgencias, pero, debido al impacto emocional recibido, su mente quedó en blanco y no recordaba ninguno de los números de teléfonos ni de sus compañeros de trabajo ni de la gente cercana a él y de Guzmán. Con el teléfono en la mano trataba de marcar, pero su memoria no funcionaba.
“Yo estaba muy traumatizado y en ese momento el único número de teléfono que pude recordar, porque era un número demasiado fácil, fue el de la compañera periodista Ana María Ferrer… fue a ella a la primera persona a quien, en medio del llanto, le informé sobre la trágica noticia”, relata Martínez.
De manera seguida, y después de hacer un esfuerzo mental, Martínez discó el número de Alcira Vitola, esposa de Guzmán. No sabía cómo darle la noticia, y con voz entrecortada le dijo: “Intentaron matar a Guzmán”, ella preguntó si era grave, Martínez no fue capaz de responder y colgó la llamada. Tal vez pasaron 15 minutos cuando llegó sobresaltada a la clínica del antiguo Seguro Social.
Allí una mujer que observaba la situación le dijo: “Ya pa’ qué llorai’, con eso no se va a salvá’”. Ella la miró con profundo dolor, no le dijo nada, silencio fue su respuesta. “Nos acostumbramos a la muerte, un muerto más solo es una cifra, nos volvimos indolentes al dolor ajeno”, es la reflexión que hizo Alcira pensando en lo que le dijo la mujer provinciana en el Seguro Social. “La vida no vale nada en este pueblo de mierda”.
Hicieron todo lo posible por salvarlo, pero todo fue en vano. De inmediato se hizo pública la noticia de Guzmán Quintero. “Recuerdo que el primer periodista que llegó al antiguo Seguro Social fue el difunto Galo Bravo. Él corrió impresionado hacia mí y se negaba a aceptar lo que había pasado, luego de unos minutos, al verme con la ropa totalmente ensangrentada, me llevó a cambiarme la vestimenta”, recuerda Martínez.
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Una semana antes, Yuri Vladimir, su hermano, en una tarde soleada había irrumpido en la sala de redacción de EL PILÓN y se lo había llevado a recordar momentos de infancia. Con el pretexto de llevarlo a comer helados lo sacó del periódico. Aquella tarde de domingo tuvo una retrospectiva de cuando sus padres los llevaban a comer bolis en la plaza Alfonso López. Le dijo: “Manzo, te van a matar, tienes que irte, has visto las últimas noticias, vete al menos por un tiempo, como aquella vez”, como si presintiera el fatídico desenlace.
La acorazonada coincidía con un rumor que había corrido un mes antes. El gremio de periodistas pidió que se hiciera un estudio de seguridad, pero las autoridades hicieron caso omiso de los rumores y poco hicieron al respecto por evitar la situación, coinciden en afirmar las fuentes consultadas.
A mediados de 1999, circulaba la versión de que iban a matar a otro periodista en Valledupar. Jaime José Daza (J.J.), quien se desempeñaba como editor judicial del diario EL PILÓN para la época de los hechos. Renunció al periódico porque dice que conocía que iban a matar a un periodista. Manifiesta haber solicitado protección al Estado, pero “nunca se dio” y por eso se retiró, y días después el país y el Cesar conocieron la ‘mala noticia’ del asesinato del periodista Guzmán Quintero Torres.
“Después del crimen de Amparo Jiménez se tejió el rumor de que antes del año asesinarían a otro periodista. A los 13 meses, el 16 de septiembre de 1999, la víctima fue Guzmán Quintero Torres, también a manos de grupos paramilitares”, (EL PILÓN). “Era él o yo”, agrega J.J.
Quintero fue de los primeros periodistas en dar a conocer la conformación de los grupos de paramilitares en el departamento del Cesar, a través del trabajo ‘Los Hijos de la Sierra’, denuncia que le valió una sentencia de muerte. Había advertencias sobre los riesgos y peligros que corría.
Yuri dice que no pudo evitarle esta tragedia a su familia, manifiesta sentirse culpable por el resto de la vida. El atentado contra Guzmán estuvo antecedido por un exilio que tuvo que vivir después de la publicación del artículo que alertaba sobre la aparición de grupos armados, pero su obstinación y compromiso con la verdad lo llevaron a aceptar el puesto de jefe de redacción de EL PILÓN, a mediados de 1998.
Para la época también asesinaron a su amiga y colega Amparo Jiménez Pallares y el crimen estaba reciente. Así es que su vocación de defensor de derechos humanos lo llevó a un viaje sin retroceso en la investigación del asesinato de su colega, y en el registro, a través de un periodismo de denuncia, de la combinación de fuerzas para la implementación de un sistema criminal que arrasó con todo sin contemplación y sobre todo con lo que significara una amenaza para la implementación de un régimen de Mercenarismo de Estado y que el abogado Reinaldo Villalba llama “Terrorismo de Estado”, en lo que se conoció en estas tierras como el ‘Valle del horror’. Sus constantes denuncias le valieron el remoquete del ‘periodista guerrillero’. “Hoy que lo pienso, esa fue una sentencia”, refiere Yuri.
Por: Hamilton Fuentes – EL PILÓN
A mediados de 1999, circulaba la versión de que iban a matar a otro periodista en Valledupar. Jaime José Daza (J.J.), quien se desempeñaba como editor judicial del diario EL PILÓN para la época de los hechos. Renunció al periódico porque dice que conocía que iban a matar a un periodista.
Rayaba el periódico: resaltaba lo bueno y criticaba lo malo, como de costumbre y como lo hacía después de cada edición del periódico EL PILÓN, el proyecto periodístico que integró la región comunicativa comprendida por el Cesar y La Guajira en los tiempos que le correspondió vivir.
El jueves 16 de septiembre de 1999, después de realizar la edición del periódico que debía salir el viernes 17 y que había dedicado a la paz, se desplazó desde las instalaciones del periódico EL PILÓN, en el centro histórico de la ciudad, hasta el hotel Los Cardones, ubicado en la calle 17, una vía que en el imaginario colectivo inicia en Cinco Esquinas.
Aquel día fue diferente, era el cumpleaños de Oscar Martínez, uno de los periodistas de EL PILÓN. En el Caribe todo se magnifica y se convierte en ocasión especial, seguramente como resistencia a los gobiernos de esta región. Aquella noche, Martínez se quería ir a su casa, pero Guzmán no quería dejar pasar el cumpleaños de manera desapercibida: escondió las llaves de la motocicleta de su colega e hizo broma para que el cumpleañero aceptara ir a tomarse unas cervezas. Luego de la persuasión y de que Martínez aceptara tomar “solo una”, se le subió a la moto para garantizar que Oscar llegara al lugar.
Sentado en uno de los cuatro taburetes con la mirada hacia el frente de la calle 17, como quien espera a alguien; a su derecha el cumpleañero, en postura diagonal formando un ángulo de 45 grados aproximadamente con respecto a Guzmán, dando la espalda a la calle, y a su izquierda Edgar De La Hoz, en el centro del bar del hotel.
Después de un tiempo en el sitio y de haber pedido la “tercera tanda”, “la del arranque”, sobre las 10:26 de la noche entró un pistolero profesional y se dirigió a su objetivo. Se ubicó a espaldas de Martínez y desde el flanco derecho disparó. Dicen Yury y testigos que se le ‘trabó’ la pistola, pero de manera rápida logró accionarla. La víctima intentó proteger su rostro y pecho con manos y brazos. Oscar, quien sintió los disparos en su oreja derecha, entró en pánico perdiendo la conciencia de lo que estaba sucediendo.
Después de unos segundos, cuando reaccionó, el instinto de supervivencia lo llevó a “saltar la mesa” y corrió hacia el patio, en busca de ayuda, y veía como todas las puertas se cerraban. Protegió su cuerpo detrás de un palo de mango y pidió ayuda de manera infructuosa. Sigilosamente el sicario abandonó la escena y a Martínez el instinto de relativa calma le permitió volver al lugar de los hechos donde yacía Guzmán de manera agonizante con cuatro disparos en su humanidad.
A pocos pasos, otro pistolero a bordo de una motocicleta esperaba al perpetrador del crimen. Los maleantes huyeron en sentido oriente–occidente. Comentan que en la huida se estrellaron con un funcionario judicial que se encontraba de descanso y quien alertó a las autoridades. Los asesinos lograron escapar y cuentan que, al parecer, vieron ingresar la motocicleta al Batallón La Popa, según relatos de trabajo de campo en la ciudad de Valledupar durante los años 2013, 2019 y 2020.
“Treinta y dos pasos caminó el asesino, profesional con instrucción, a la entrada desenfundó una pistola 9 mm, mientras el conductor de la motocicleta de mediano cilindraje, con el motor encendido, lo esperaba en la misma acera de la calle 17, ahí, frente al pare de bus, en diagonal al estanco del expendedor que a solo dos metros le ofreció a la vista cerveza y whisky bien frío. Manzo cuando lo vio entrar enfrentó a su asesino con su mano izquierda queriendo detener las balas que este, inmisericordemente, empezó a descargar hasta cuando en la tercera bala se le atascó la pistola; de manera habilidosa en menos de seis segundos la destrabó y le dio el tiro mortal. Una vez seguro de lo efectiva de su acción, emprendió la huida por la calle 17 doblando por la carrera décima y luego por la calle 18, tomando después la carrera novena para llegar a su sede de concentración, cerca del cerro de La Popa (…) no hubo heridos, fue una acción limpia, rápida y efectiva, procedimiento propio de profesionales, un trabajo inteligentemente planeado y organizado”, según relataron testigos de los hechos a Yuri Vladimir Quintero Torres y que recoge en el libro ‘¿Quiénes y por qué asesinaron al periodista?’.
Por un instante se sintió el silencio característico que sucede a un sicariato demencial a sangre fría, más el de una persona querida por el pueblo, sus colegas con los que departía quedaron sin capacidad de reacción; segundos después reaccionaron. Él, en medio de la dificultad para hablar intentaba decir algo y su amigo de auxiliarlo en medio de la impotencia por no hacer mayor cosa. Se escuchaban gritos en medio de la desesperación: ¡Llamen a la Policía! ¡Pilas una ambulancia! Pero nadie quería comprometerse en brindar los primeros auxilios. De repente apareció un hombre y se le atravesó a un taxi, obligándolo a parar, el hombre y Martínez tomaron al comunicador agonizante y lo echaron en la silla trasera del vehículo público y de inmediato salieron.
Lea también: La violencia contra periodistas en el Cesar durante la década 1995-2005
El experimentado conductor se abrió paso en la calle 17. Martínez sacó un pañuelo blanco y le pidió al chofer que pusiera el pito del vehículo y acelerara lo que más pudiera sin tener en cuenta los semáforos. Durante el recorrido Martínez llevaba sobre sus piernas a Guzmán e intentó auxiliarlo, le hablaba e intentaba parar la sangre, pero Guzmán cada vez perdía más sangre y se debilitaba.
Ya en el parqueadero del antiguo Instituto de Seguro Social subieron a Guzmán a una camilla y lo ingresaron al área de urgencias de esa entidad, pero no pasaron cinco minutos cuando una enfermera salió para decirle a Martínez que ya no había nada que hacer: el periodista acababa de fallecer.
Martínez, con el fin de informar lo sucedido, con su ropa bañada en sangre, de inmediato corrió al teléfono público monedero que estaba en las afueras del área de urgencias, pero, debido al impacto emocional recibido, su mente quedó en blanco y no recordaba ninguno de los números de teléfonos ni de sus compañeros de trabajo ni de la gente cercana a él y de Guzmán. Con el teléfono en la mano trataba de marcar, pero su memoria no funcionaba.
“Yo estaba muy traumatizado y en ese momento el único número de teléfono que pude recordar, porque era un número demasiado fácil, fue el de la compañera periodista Ana María Ferrer… fue a ella a la primera persona a quien, en medio del llanto, le informé sobre la trágica noticia”, relata Martínez.
De manera seguida, y después de hacer un esfuerzo mental, Martínez discó el número de Alcira Vitola, esposa de Guzmán. No sabía cómo darle la noticia, y con voz entrecortada le dijo: “Intentaron matar a Guzmán”, ella preguntó si era grave, Martínez no fue capaz de responder y colgó la llamada. Tal vez pasaron 15 minutos cuando llegó sobresaltada a la clínica del antiguo Seguro Social.
Allí una mujer que observaba la situación le dijo: “Ya pa’ qué llorai’, con eso no se va a salvá’”. Ella la miró con profundo dolor, no le dijo nada, silencio fue su respuesta. “Nos acostumbramos a la muerte, un muerto más solo es una cifra, nos volvimos indolentes al dolor ajeno”, es la reflexión que hizo Alcira pensando en lo que le dijo la mujer provinciana en el Seguro Social. “La vida no vale nada en este pueblo de mierda”.
Hicieron todo lo posible por salvarlo, pero todo fue en vano. De inmediato se hizo pública la noticia de Guzmán Quintero. “Recuerdo que el primer periodista que llegó al antiguo Seguro Social fue el difunto Galo Bravo. Él corrió impresionado hacia mí y se negaba a aceptar lo que había pasado, luego de unos minutos, al verme con la ropa totalmente ensangrentada, me llevó a cambiarme la vestimenta”, recuerda Martínez.
Le puede interesar: Imputarán cargos a Salvatore Mancuso por crimen de Guzmán Quintero, periodista de EL PILÓN
Una semana antes, Yuri Vladimir, su hermano, en una tarde soleada había irrumpido en la sala de redacción de EL PILÓN y se lo había llevado a recordar momentos de infancia. Con el pretexto de llevarlo a comer helados lo sacó del periódico. Aquella tarde de domingo tuvo una retrospectiva de cuando sus padres los llevaban a comer bolis en la plaza Alfonso López. Le dijo: “Manzo, te van a matar, tienes que irte, has visto las últimas noticias, vete al menos por un tiempo, como aquella vez”, como si presintiera el fatídico desenlace.
La acorazonada coincidía con un rumor que había corrido un mes antes. El gremio de periodistas pidió que se hiciera un estudio de seguridad, pero las autoridades hicieron caso omiso de los rumores y poco hicieron al respecto por evitar la situación, coinciden en afirmar las fuentes consultadas.
A mediados de 1999, circulaba la versión de que iban a matar a otro periodista en Valledupar. Jaime José Daza (J.J.), quien se desempeñaba como editor judicial del diario EL PILÓN para la época de los hechos. Renunció al periódico porque dice que conocía que iban a matar a un periodista. Manifiesta haber solicitado protección al Estado, pero “nunca se dio” y por eso se retiró, y días después el país y el Cesar conocieron la ‘mala noticia’ del asesinato del periodista Guzmán Quintero Torres.
“Después del crimen de Amparo Jiménez se tejió el rumor de que antes del año asesinarían a otro periodista. A los 13 meses, el 16 de septiembre de 1999, la víctima fue Guzmán Quintero Torres, también a manos de grupos paramilitares”, (EL PILÓN). “Era él o yo”, agrega J.J.
Quintero fue de los primeros periodistas en dar a conocer la conformación de los grupos de paramilitares en el departamento del Cesar, a través del trabajo ‘Los Hijos de la Sierra’, denuncia que le valió una sentencia de muerte. Había advertencias sobre los riesgos y peligros que corría.
Yuri dice que no pudo evitarle esta tragedia a su familia, manifiesta sentirse culpable por el resto de la vida. El atentado contra Guzmán estuvo antecedido por un exilio que tuvo que vivir después de la publicación del artículo que alertaba sobre la aparición de grupos armados, pero su obstinación y compromiso con la verdad lo llevaron a aceptar el puesto de jefe de redacción de EL PILÓN, a mediados de 1998.
Para la época también asesinaron a su amiga y colega Amparo Jiménez Pallares y el crimen estaba reciente. Así es que su vocación de defensor de derechos humanos lo llevó a un viaje sin retroceso en la investigación del asesinato de su colega, y en el registro, a través de un periodismo de denuncia, de la combinación de fuerzas para la implementación de un sistema criminal que arrasó con todo sin contemplación y sobre todo con lo que significara una amenaza para la implementación de un régimen de Mercenarismo de Estado y que el abogado Reinaldo Villalba llama “Terrorismo de Estado”, en lo que se conoció en estas tierras como el ‘Valle del horror’. Sus constantes denuncias le valieron el remoquete del ‘periodista guerrillero’. “Hoy que lo pienso, esa fue una sentencia”, refiere Yuri.
Por: Hamilton Fuentes – EL PILÓN