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Elisa Castro Palmera de Dangond, la matriarca de la salud en el Cesar

Una matriarca es la persona que cambia una cultura, una creencia y la transforma en una nueva.

Habíamos vivido con la creencia de que el cáncer era una enfermedad incurable; que al tener cáncer era inevitable la muerte. Pero hubo una mujer valiente, creativa, guerrera y generosa que quiso contradecir este antiguo paradigma. Ella fue Elisa Castro Palmera de Dangond. Para lo anterior, creó en el Cesar, en el año de 1979, la Liga de Lucha Contra el Cáncer, de la cual fue su primera presidenta.

Con la creación de esta institución hubo un cambio en nuestras creencias y actitudes frente a la enfermedad. Surgieron principios como: “El cáncer es curable si se trata a tiempo y oportunamente su tratamiento”, “Practica con frecuencia tu autoexamen de los senos”, “Practícate con cierta regularidad una mamografía”, “El uso del cigarrillo no es conveniente para los pulmones”, “No es saludable para la piel el demasiado sol”, etc. Todo lo anterior como un mecanismo de prevención contra la enfermedad.

Con estos principios se creó un nuevo paradigma: “El cáncer se puede prevenir y es curable si se atiende a tiempo”, El cáncer no es necesariamente un sinónimo de muerte”. He aquí un nuevo paradigma.

Elisita, como la llamábamos cariñosamente por su dulzura y entrega a los más necesitados, estudió Teología en la Universidad Javeriana, pero estos estudios no le sirvieron solo para colgar el diploma, sino para humanizar el tratamiento que recibían las personas con cáncer, sobre todo las más pobres y ágrafas.

Aquí aparecen los padres de Elisita: Aníbal Guillermo Castro Monsalvo y su esposa Dominga Palmera en sus bodas de oro. Los acompañan María Elena Castro con Clemente Quintero, Elisa Castro y Joselina Castro con Juan Pavajeau, Jorge Dangond y José María Castro

Por sus estudios de Teología, veía en cada paciente con cáncer a un Jesucristo vivo; por ello se desvivía en hacerles menos dolorosa la enfermedad y, al mismo tiempo, les daba mecanismos de prevención. Se convirtió en algo así como un ángel guardián, un apóstol de la salud. A quienes tenían que viajar a Bogotá para recibir radioterapias y quimioterapias, les proporcionaba ropa para clima frío y les facilitaba el albergue.

Una de sus frases era: “Mira que el cáncer se cura”, “No te deprimas, porque la tristeza es abono para la enfermedad”, “Siembra optimismo, que así te curas más rápido”. Con estas frases, Elisita lograba un lavado mental; así sembraba prevención y educación para evitar la enfermedad.

Me contaba mi hija Luisa Fernanda Ramírez, médica evangélica, que hace 36 años Elisita se trasladaba a las iglesias evangélicas, entre ellas la Ebenezer, para dictar charlas con diapositivas sobre la prevención del cáncer de mama. Unía así la religión con la salud, una prueba más de la influencia de sus estudios de Teología.

Por lo anterior, se deduce que tenía un pensamiento ecuménico o universal, por medio del cual no encontraba separación entre lo católico y otras religiones.

Una vida, una familia

Uno de los primeros pianos que llegaron a la ciudad, en épocas antiguas, fue el de la familia Palmera Baquero. Allí, desde niña, Elisita aprendió a amar la música clásica al lado de sus hermanos: María Elena, Joselina, Enrique (médico y pianista), José María (arquitecto), Rodrigo (arquitecto), Clemente y Alfonso.

En 1948 se casó con Jorge Dangond Daza, exalcalde y exgobernador, quien fundó el barrio Novalito de Valledupar. Jorge Dangond le dio mucho amor a los niños. Con él fundó su hogar, donde fue una gran madre y una esposa ejemplar.

Sus hijos son un orgullo para el departamento: José Jorge, creador de Telecaribe en Valledupar; María Elisa, excelente periodista; Fernando, médico, poeta y músico, autor de la canción ‘Nació mi poesía’, ganadora en el concurso de Canción Inédita del año 1981; Eduardo y Elsie, con estudios de Derecho; y Leonor, directora del Museo de Arte Moderno, abogada e historiadora.

Elisita fue hija del doctor Aníbal Guillermo Castro Monsalvo (contador juramentado en Filadelfia) y de Dominga Palmera Baquero Cotes (una gran lectora).

Aparecen en el primer plano Jorge Dangond y su esposa Elisita Castro; esto fue en la Cámara de Comercio cuando se rinde homenaje a María Elena Castro, quien también aparece en la foto.

Fue sobrina del abogado Ovidio Palmera, llamado “la conciencia jurídica del Cesar”; prima hermana de la antropóloga Leonor Palmera y del arquitecto Alberto Eraso Palmera; así mismo, prima hermana del ideólogo Ricardo Palmera.

Sus abuelos paternos fueron Rosa Monsalvo Maestre y José María Castro Baute.
Sus bisabuelos paternos: Delfina Maestre Peralta y Pedro Monsalvo Molinares; Pedro Norberto Castro Araujo y Margarita Baute.

Sus tatarabuelos paternos: María Josefa Araujo y José María Fernández de Castro Loperena, hijo de la heroína María de la Concepción Loperena Ustáriz de la Guerra.

Sus abuelos maternos fueron Eufemia Baquero Araujo y Juvenal Palmera Cotes. Sus bisabuelos maternos: Hospicio Baquero Maestre y María Antonia Araujo Clavijo; y Ana Josefa Cotes Maestre con Federico Palmera Triana.

En los primeros carros Willis, de marca Ford, que llegaron a Valledupar pasean dándole una vuelta a la Plaza los niños: María Helena, Elisita, Joselina, Enrique y José María Castro Palmera. Año 1932.

Sus tatarabuelos maternos fueron el sacerdote Marcelino Maestre Corzo con Ana Cotes, y el padre y senador José María Triana con la princesa Dominga Palmera. El padre Triana era descendiente de José Martín Triana y Dionisia de Mier, quien pertenecía al Marquesado de Santa Coa de Mompox.

Los Triana descendían de Rodrigo de Triana, quien fue el primero que descubrió América cuando gritó: “¡Tierra!, ¡Tierra!”, mientras Cristóbal Colón aún dormía en la madrugada del 12 de octubre de 1492.
En la Comisión Corográfica de Agustín Codazzi participó el botánico José Jerónimo Triana. Ricardo Triana perteneció a la Orden del Santo Sepulcro en Bogotá.

Otros tatarabuelos fueron Manuela Baquero y Francisco Javier Mestre de Oñate, Valentín Mestre González y Dominga de Oñate. Don Valentín promovió la libertad de los esclavos, cumpliendo la Ley de Libertad de Partos.

Por Ruth Ariza Cotes

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