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Acoso callejero: relatos del miedo de ser mujer en la sociedad vallenata

La denuncia pública que realizó una joven por acoso sexual, presuntamente ejercido por un conductor en un bus entre Valledupar y Riohacha, es el reflejo de la realidad que han vivido miles de mujeres en la región y el mundo, revelando la persistencia del acoso en espacios públicos y transporte, y la falta de respuestas efectivas de autoridades, empresas y la sociedad que normaliza estos actos.

Diana Marcela Orozco nunca imaginó que un viaje en bus entre Valledupar y Riohacha se convertiría en un nuevo caso de acoso. “Me siento acosada, el conductor me está molestando y no sé qué hacer”, escribía la joven en un chat de WhatsApp con sus hermanas, pero la señal era intermitente en carretera. “Tenía mucho miedo, me sentía muy vulnerable”, relató a través de un video publicado en su perfil de la red social Instagram. 

Diana, como muchas otras mujeres, decidió romper el silencio y denunciar públicamente lo que le ocurrió porque además de rechazar que el machismo está tan arraigado en la actualidad, lamenta reconocer que no es la primera ni la última en vivir una situación de violencia como esa. Su historia, lejos de ser un caso aislado, revela una realidad persistente: el acoso y abuso contra mujeres en las calles, buses y diferentes escenarios no se limitan a lo privado, afectando el desarrollo normal de las actividades y su libre movilidad. 

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Todo ocurrió la mañana del sábado 17 de mayo, cuando Diana abordó un bus de la empresa Copetran. El viaje comenzó con normalidad, pero al poco tiempo, el conductor empezó a comportarse de manera extraña: le ofreció jugos, insistió en sentarse a su lado y la tocó repetidamente. “Me jalaba los dedos, yo se la quitaba (la mano)… puso la mano donde uno reposa el brazo y empezó a tocarme, ponía los dedos”, recuerda Diana, haciendo referencia a los tocamientos cerca de su pecho y manos. 

Abuso de poder

Aunque con todo y miedo le dijo que la respetara y la dejara tranquila, el acoso se prolongó durante más de 15 minutos. El conductor se acercó varias veces,  le ofreció dinero y le pidió su número de teléfono, ella no se lo dio. El hombre aprovechó que prácticamente todos los pasajeros del primer piso se habían bajado en municipios como Villanueva, en La Guajira, para abordar a la pasajera.  

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“Yo no supe qué hacer, me quedé paralizada, me sentía muy vulnerable”,  pero logró pedirle ayuda a la única pasajera que estaba en la parte de atrás, quien le manifestó que también había sido víctima de tocamiento en la mano por parte del conductor. Ella se puso a su lado y la acompañó hasta llegar a la capital guajira, donde apoyó su denuncia ante la Policía que esperaba en el lugar. 

Pero la reacción de la empresa y las autoridades fue, según Diana, decepcionante. “Nunca nadie va a hacer nada. Me robaron mi tranquilidad y hoy no me siento segura”, afirmó con miedo de movilizarse de regreso a su ciudad. La policía solo le indicó que debía poner una denuncia formal, y se fue, dijo la joven. 

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Por su parte, la empresa Copetran, expresó su rechazo a lo ocurrido, pero solo hasta cuando el hecho fue publicado anunció una investigación interna.  Aunque la pareja  de Diana llegó hasta las oficinas en Riohacha, y sus demás familiares acudieron a enviar correos y a llamar mientras todo ocurría, la empresa no ofreció una solución inmediata ni protección para la víctima.


La empresa reaccionó cuando el hecho se hizo viral

“En Copetran rechazamos este tipo de actos… Iniciamos de inmediato una investigación interna rigurosa. El colaborador involucrado será apartado de sus funciones mientras se concluye el proceso disciplinario correspondiente”, expresó la empresa en comentarios de redes sociales, solo hasta el miércoles 21 de mayo publicó un comunicado oficial. Aunque la empresa de transporte anunció capacitaciones y refuerzo de sus políticas internas, para Diana y muchas otras mujeres, las palabras en estos casos no bastan porque el miedo y la desconfianza persisten. 

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La denuncia de Diana generó cientos de comentarios en redes sociales. Algunos la apoyaron con frases como “Felicitaciones a la chica que se atrevió a denunciar y tuvo la valentía” y “Gracias por contar estos hechos y dar esa voz de alerta, espero se haga justicia. Quién sabe cuántas veces ha sucedido este tipo de conductas abusivas e irrespetuosas”, e incluso varias personas referenciaron una experiencia similar: “Yo no volví a viajar en Copetran porque también tuve una experiencia con el conductor y con su ayudante”. 

Otras personas minimizaron lo ocurrido e incluso dudaron de ella. “A ese cuento le falta un pedazo, no creo de a mucho, quizás quiere es coger fama”, “Puede que la hayan acosado, pero creo le hicieron un favor”, escribieron dos hombres en la publicación realizada por el periódico EL PILÓN. 

El mismo día una menor fue abusada

Pero el mismo día que Diana fue acosada en un bus, una adolescente de 15 años vivió una situación aún más grave en Valledupar: fue abusada sexualmente por un mototaxista que la transportaría a la vereda Las Casitas, tras desviarse de la ruta, le realizó tocamientos y le robó sus pertenencias. “El sujeto realizó unos tocamientos y le robó algunos objetos a la menor de edad, quien luego se dirigió al centro de salud”, explicó el coronel Alex Durán, comandante de la Policía Metropolitana de Valledupar.

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El caso activó el Código Fucsia, protocolo especial para violencia sexual, y la joven, embarazada, fue atendida en el hospital. Las autoridades buscan al agresor, pero hasta ahora no hay resultados.

Normalización del acoso: las historias se repiten

Ni el relato de Diana ni la violencia que sufrió la menor son excepcionales. Otras mujeres consultadas por esta casa editorial compartieron sus experiencias, revelando patrones similares de acoso y abuso en diferentes escenarios; tienen en común que son en espacio público y movilizándose. 

Muchas mujeres en Valledupar enfrentan situaciones de acoso mientras se movilizan en motos, un medio frecuente pero riesgoso para ellas.     / FOTO: Jesús Ochoa. 

Varias de ellas prefirieron el anonimato o un seudónimo, como una chica vallenata que vivió una situación similar en un bus de Copetran que tenía como destino Medellín, pero esta vez sucedió con un pasajero. “El man insistió en darme jugos y comida, me decía que tenía restaurantes árabes en Medellín. En un momento me dormí y cuando desperté el man tenía mi mano en su pierna. Yo solo tenía 18 años”, recordó. “En ese momento con esa edad no entendía bien, pero sí tenía susto hasta para hablar y decir que no. Le recibí el jugo pero ni tomé un sorbo, cuando se descuidó el tipo lo boté”, agregó la mujer que hoy tiene 35 años y ha comprendido que estas experiencias no son normales.

Acoso desde pequeñas

Ella, como muchas mujeres en Valledupar y el mundo, asegura ha sido acosada “toda la vida”, desde que tenía 14 años y un mototaxista le gritó un comentario sexual en la calle por usar un pantalón amarillo que, según el acosador, simulaba una “rica banana”. Hoy, ella cuenta: “Nunca más me volví a poner ese pantalón. El sentimiento de culpa es lo que queda”.

Son consideradas prácticas de acoso callejero miradas lascivas, piropos, silbidos, besos, bocinazos, jadeos y otros ruidos. / FOTO: Jesús Ochoa.

De acuerdo con un estudio de la Fundación Plan Internacional, hasta el 2022, el 97 % de las mujeres en Colombia había enfrentado algún tipo de acoso sexual callejero. Según el Observatorio de Acoso Callejero, OAC, estas son acciones  unidireccionales, es decir, no son consentidas por la víctima y quien acosa no tiene interés en entablar una comunicación real con la persona agredida.  En ese orden de ideas, precisa que son consideradas prácticas de acoso callejero miradas lascivas, piropos, silbidos, besos, bocinazos, jadeos y otros ruidos. Así mismo, gestos obscenos, comentarios sexuales, directos o indirectos al cuerpo.

Pero no fue su culpa, como tampoco el de Dayana, otra joven que relató su caso de tocamiento mientras iba en su moto. “Un hombre me agarró la nalga tan duro que casi me caigo de la moto. Iba a 50 kilómetros por hora y pudo haberme matado”, cuenta. Luego de eso tenía que trabajar con todo lo que implica haber sido vulnerada en su autonomía y derechos humanos. 

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Tampoco fue la única vez, en su trasegar como comunicadora social en los municipios del Cesar ha vivido diferentes situaciones, en Pailitas, un desconocido se le acercó y le preguntó, “¿Qué hora es?” Y cuando ella  respondió, el sujeto dijo: “A esta hora es que salen las rosas. Sí, mi amor, tú eres una rosa”. Aunque para algunos esto es un simple “piropo”, para investigadores es más bien una transgresión de su espacio físico y psicológico, connotando un espacio público desigual en cuanto a seguridad y transitabilidad. 


En la mayoría de los casos, las mujeres no denuncian. Algunas no saben cómo hacerlo, otras no confían en que las autoridades actúen. / FOTO: Jesús Ochoa. 

Limitación del goce del espacio público

“Cuando alguien, en un espacio público, experimenta comentarios acerca de su cuerpo, tocaciones o acercamientos excesivos por parte de alguien que no participa de su esfera íntima, sentirá transgredido su espacio físico y psicológico, empujándola a simbolizar su cuerpo como un objeto público, que puede ser tocado y comentado libremente; a la vez, quien impunemente realice estos actos verá confirmada su creencia de que tocar o influir sobre el cuerpo de otro es algo normal, parte de su poder y componente de su identidad”,  explica la investigación titulada ‘¡Tu ‘piropo’ me violenta! Hacia una definición de acoso sexual callejero como forma de violencia de género’, escrita por Javiera Arancibia Garrido, Marco Billi y María José Guerrero en 2017 para la Revista Punto Género de la Universidad de Chile. 

Yo me sentí incómoda porque era un hombre que no conocía, era un hombre que me abordó así de frente, yo no supe qué responderle. Yo me asusté y me fui, no le dije nada”, contó Dayana. En Bosconia, un mulero le gritó “Uy, mi amor, sí estás buena, sabrosa” y cuando fue a una tienda a comprar agua, un hombre le  dijo que le gustaba “la panocha”, mirándola fijamente. 

El acoso puede presentarse en cualquier medio de transporte o simplemente caminando por las calles. / FOTO: Jesús Ochoa. 

Estos relatos coinciden en que el acoso cambia la forma en que se mueven por la ciudad y las hace sentir inseguras, como el caso de Leslie, de 24 años, quien describe cómo un vecino mayor empezó a acosarla al cumplir 15 años, ella iba a comprar cubetas de hielo y al entregar las monedas, el hombre le sostenía la mano sin su consentimiento, nunca le dijo nada a su familia para, según ella, evitar problemas, pero cambió su forma de moverse por su barrio. “Desde ese día nunca volví a pasar por esa calle. Siempre caminaba por la carretera”, confiesa.

La situación es tan grave que en el 2024, el Observatorio Nacional de Salud, ONS, reportó 3.956 casos de acoso sexual, 9.798 de actos sexuales abusivos, 10.089 de acceso carnal y 4.909 de otras formas de violencia sexual. 

Lea: Estudiantes denuncian acoso sexual por profesores en la Universidad Popular del Cesar

Lorena, por su parte, fue acosada por el tendero del barrio cuando tenía 12 años, con el mismo patrón de tocamiento de las manos: “Empezó tocando las manos. Luego ya era jalándome hacia él.  Un día yo empecé a gritar que me soltara”, dijo. Por su parte, otra joven comentó cómo hasta el día de hoy no pasa por una calle donde una vez un hombre le sacó el pene mientras ella caminaba hacia el colegio. Los relatos muestran que el acoso y abuso no distinguen edad ni escenario: ocurre en buses, motos, calles, barrios y tiendas. Las víctimas son niñas, adolescentes y adultas, incluso mientras están en actividades cotidianas como hacer ejercicio. 

Persisten los tocamientos y aparece el seguimiento 

Por ejemplo, Lucía recuerda el miedo de ser seguida durante semanas por un hombre mientras trotaba con su madre en plena vía pública: “Nos tocó cambiar la ruta. Ya no caminamos por ahí. El temor se queda”. En otra ocasión, un hombre en moto la tocó mientras pasaba a su lado y se reía del hecho. “Mi mamá y yo le dijimos hasta del mal que se iba a morir, pero nos dio miedo de que el tipo se devolviera”, recordó. 

El silencio, la culpa y la falta de mecanismos

En la mayoría de los casos, las mujeres no denuncian. Algunas no saben cómo hacerlo, otras no confían en que las autoridades actúen. “¿A quién denuncio si ni siquiera recuerdo el rostro? Solo recuerdo cómo me hizo sentir”, reflexiona una de las entrevistadas. La culpa y el miedo son sentimientos recurrentes. “Uno deja de usar prendas de ropa porque van a causar ese tipo de comentarios”, dijo otra de ellas. 

De los siete casos documentados en este reportaje, todas comentaron tocamientos no consentidos, cuatro involucraron acoso verbal o comentarios sexuales, y en dos hubo intervención de autoridades, aunque en ninguno se logró una acción efectiva inmediata. La mayoría de las víctimas cambiaron sus rutinas o hábitos por miedo, evitando ciertas calles, medios de transporte o modificando su forma de vestir para intentar protegerse.

¡Es sancionable!

Aunque la falta de información sobre mecanismos de denuncia y la indiferencia institucional perpetúan el problema, existen antecedentes jurídicos en la capital del Cesar, la cual fue noticia en el 2016 por una condena ejemplarizante. Álvaro José Maestre Carrillo fue sentenciado a una pena de diez meses y quince días de prisión, durante los cuales, además, no pudo ejercer el derecho al voto, ni ocupar cargos públicos o de elección popular, ni realizar trámites legales como comprar o vender inmuebles por tocarle las nalgas a una mujer. 

El hecho ocurrió el 28 de mayo de 2014 en el centro de Valledupar, cuando la víctima transitaba cerca de una obra en construcción donde Maestre, un albañil de 37 años, le tocó los glúteos y le profirió comentarios ofensivos, según relató la mujer al denunciar el caso ante la Policía. El juez Hernando Valverde Ferrer, encargado del caso, explicó que la conducta fue tipificada como “injuria por vía de hecho”, conforme al artículo 226 del Código Penal Procesal, y aclaró que “no fue acoso, sino tocamientos. Se le impuso pena por tocarle los glúteos a una femenina sin consentimiento”. 

La sentencia no implicó cárcel debido a que el condenado no tenía antecedentes y se allanó a los cargos, pero debió pagar una caución, advirtió el togado, quien añadió que “de no hacerlo podría modificarse la sentencia e iría a la cárcel”.

Probar el acoso sexual

Sobre la tipificación legal, el juez destacó que para que un hecho sea considerado acoso sexual debe haber una conducta reiterada o una relación de poder, lo que no ocurrió en este caso. “Para que exista acoso sexual, debe haber una conducta reiterada, una persecución o insistencia que genere una situación de hostigamiento”, señaló. Por ello, el delito se encuadró en injuria por vía de hecho, que sanciona actos que afectan la dignidad sin necesariamente tener connotación sexual explícita.

No obstante, el artículo 210  tipifica el acoso sexual cuando alguien “en beneficio suyo o de un tercero y valiéndose de su superioridad manifiesta o relaciones de autoridad o de poder, edad, sexo, posición laboral, social, familiar o económica, acose, persiga, hostigue o asedie física o verbalmente, con fines sexuales no consentidos, a otra persona”, lo cual puede incurrir en prisión de uno (1) a tres (3) años.

Pero el togado Valverde también hizo énfasis en las dificultades que enfrentan las víctimas para denunciar este tipo de agresiones, pues “regularmente la persona va pasando, toca y sale corriendo, y no se logra identificar al agresor”. En el mencionado caso, la presencia de testigos y la denuncia inmediata por la presencia cercana de la Policía permitieron individualizar al responsable y llevar adelante el proceso judicial. Además, recordó que la víctima tiene 30 días hábiles para solicitar un incidente de reparación por daños y perjuicios derivados del hecho.

Este fallo, “demuestra que sí es posible sancionar el tocamiento sin consentimiento en espacios públicos, siempre que haya una denuncia oportuna y elementos probatorios suficientes”, añadió Valverde, marcando un precedente importante para la justicia en el departamento del Cesar, resultado que también se espera para el caso de Diana y todas aquellas valientes que alzan las voz no solo por ellas, sino por todas.

Por Andrea Guerra, Katlin Navarro & Namieh Baute / EL PILÓN.

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