En sus calles polvorientas aún se respiran las secuelas de la cacería violenta que sufrió el pueblo kankuamo del corregimiento, entre los años 2000 y 2006; sin embargo, ahora sus mayores preocupaciones son los estragos del verano, las deficiencias de los servicios públicos y la falta de empleo.
Desde hace un año, un retén de indígenas kankuamos, apoyados en una cerca improvisada, controlan la entrada al corregimiento La Mina, jurisdicción de Valledupar. Estos pobladores, con cuaderno en mano, radios inalámbricos y una lista, registran a todos los que ingresan a este territorio que en el pasado sufrió la violencia, principalmente entre los años 2000 y 2004, pero que actualmente padece por las deficiencias en los servicios públicos como el agua potable, la energía eléctrica y la conexión a internet.
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Alvin Gómez, líder kankuamo de esta localidad, relató que muy pocas veces el agua, que proviene de dos sistemas de acueducto que se surten del río Yergaka y el río Potrero, llegan hasta su casa, ubicada en una loma del corregimiento. Aún más preocupante es que ninguno de los dos acueductos provee agua apta para el consumo porque en el corregimiento no hay una planta de tratamiento. “Cada mes viene un carrotanque al corregimiento a surtirnos de agua potable, pero para que lo haga hay que luchar mucho”.
A las espaldas de la casa de Alvin Gómez, unas esculturales montañas y amplias hectáreas se extienden a lo largo de este territorio. Por el fuerte verano, el panorama es desolador. Según Gómez la población de este corregimiento vive de la siembra para su propio consumo porque la época de la agricultura es “cosa del pasado”.
“La gente vive un poquito de la ganadería porque los cerros fueron abandonados cuando la violencia y la persecución al pueblo kankuamo se tomó el corregimiento. Cuando las personas que huyeron volvieron, y los pocos que se quedaron en este resguardo quisieron reactivar la agricultura, no contaron con asistencia técnica por parte de los entes gubernamentales”, manifestó Gómez.
Tejer mochilas es un oficio de suma importancia dentro de la etnia kankuama. Las costuras, formas y colores de los hilos plasman la identidad cultural de la comunidad, así como sus pensamientos y tradiciones, según Rosenda Arias, kankuma del corregimiento La Mina. Sentada en un banco de madera y apoyando su espalda en un árbol, esta mujer de entrados años comentó que tarda de una a tres semanas tejiendo una mochila.
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De acuerdo con las mujeres kankuamas se teje en forma de espiral, y las elaboran comúnmente ellas en forma de cortejo hacia sus esposos para demostrar habilidad y personalidad.
Según Arias, las mochilas también son vendidas porque son consideradas “como una expresión del arte en el tejido” por turistas y habitantes de otros municipios del departamento del Cesar. A pesar de que este oficio tiene el potencial para generar ingresos, “el intermediario las compra a un precio menor y la revende mucho más costosas”. La experimentada kankuama expresó que vende las mochilas al intermediario en $50.000 y este las revende hasta $180.000.
Aunque La Mina ya no es un corredor de grupos armados, sino un caluroso atractivo turístico con exuberantes paisajes de gigantescas piedras esculpidas por las corrientes de aguas cristalinas de los ríos Yergaka, Potrero y Chiskuinya, los huérfanos de los padres asesinados entre el 2000 y 2006, aún recuerdan el temor y el dolor que sufrieron por parte del frente ‘Mártires del Cesar’, del Bloque norte de las AUC, a cargo de Leonardo Sánchez Barbosa, alias ‘El Paisa’.
Un líder del corregimiento relató que la noche del 13 de noviembre de 2000, en la celebración de las fiestas de ‘San Martin de Loba’, un grupo de hombres dotados con armas de largo y corto alcance, y uniformados con distintivos de las AUC, irrumpieron en el corregimiento y secuestraron a Guillermo Bolaños.
Horas más tarde, ya en la madrugada del 14 de noviembre, los mismos uniformados a cargo presuntamente de ‘El Paisa’, fueron casa por casa y sacaron a los indígenas Héctor Arias Cáceres, Rubén Antonio Díaz Cáceres, Manuel de los Reyes Palma Brochero y Eudes Antonio Rodríguez Lúquez, a quienes mataron a tiros de gracia.
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Era tal el temor durante esos años que la comunidad padeció desabastecimiento porque los líderes de los grupos armados señalaban a quienes transportaban grandes cargas de comida de alimentar a las guerrillas. Por eso, en esa época se hizo costumbre ver vacíos los armarios de las pocas tiendas que estaban en el territorio.
Según las cifras presentadas por los indígenas ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, entre el 2001 y julio de 2004, fueron asesinados 102 kankuamos en los corregimientos de Atánquez, Guatapurí, Chemesquemena, Pontón, Las Flores, El Mojao, Los Haticos, Rancho de La Goya, Ramalito, Río Seco, Murillo y La Mina.
Por: Namieh Baute Barrios / EL PILÓN.
En sus calles polvorientas aún se respiran las secuelas de la cacería violenta que sufrió el pueblo kankuamo del corregimiento, entre los años 2000 y 2006; sin embargo, ahora sus mayores preocupaciones son los estragos del verano, las deficiencias de los servicios públicos y la falta de empleo.
Desde hace un año, un retén de indígenas kankuamos, apoyados en una cerca improvisada, controlan la entrada al corregimiento La Mina, jurisdicción de Valledupar. Estos pobladores, con cuaderno en mano, radios inalámbricos y una lista, registran a todos los que ingresan a este territorio que en el pasado sufrió la violencia, principalmente entre los años 2000 y 2004, pero que actualmente padece por las deficiencias en los servicios públicos como el agua potable, la energía eléctrica y la conexión a internet.
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Alvin Gómez, líder kankuamo de esta localidad, relató que muy pocas veces el agua, que proviene de dos sistemas de acueducto que se surten del río Yergaka y el río Potrero, llegan hasta su casa, ubicada en una loma del corregimiento. Aún más preocupante es que ninguno de los dos acueductos provee agua apta para el consumo porque en el corregimiento no hay una planta de tratamiento. “Cada mes viene un carrotanque al corregimiento a surtirnos de agua potable, pero para que lo haga hay que luchar mucho”.
A las espaldas de la casa de Alvin Gómez, unas esculturales montañas y amplias hectáreas se extienden a lo largo de este territorio. Por el fuerte verano, el panorama es desolador. Según Gómez la población de este corregimiento vive de la siembra para su propio consumo porque la época de la agricultura es “cosa del pasado”.
“La gente vive un poquito de la ganadería porque los cerros fueron abandonados cuando la violencia y la persecución al pueblo kankuamo se tomó el corregimiento. Cuando las personas que huyeron volvieron, y los pocos que se quedaron en este resguardo quisieron reactivar la agricultura, no contaron con asistencia técnica por parte de los entes gubernamentales”, manifestó Gómez.
Tejer mochilas es un oficio de suma importancia dentro de la etnia kankuama. Las costuras, formas y colores de los hilos plasman la identidad cultural de la comunidad, así como sus pensamientos y tradiciones, según Rosenda Arias, kankuma del corregimiento La Mina. Sentada en un banco de madera y apoyando su espalda en un árbol, esta mujer de entrados años comentó que tarda de una a tres semanas tejiendo una mochila.
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De acuerdo con las mujeres kankuamas se teje en forma de espiral, y las elaboran comúnmente ellas en forma de cortejo hacia sus esposos para demostrar habilidad y personalidad.
Según Arias, las mochilas también son vendidas porque son consideradas “como una expresión del arte en el tejido” por turistas y habitantes de otros municipios del departamento del Cesar. A pesar de que este oficio tiene el potencial para generar ingresos, “el intermediario las compra a un precio menor y la revende mucho más costosas”. La experimentada kankuama expresó que vende las mochilas al intermediario en $50.000 y este las revende hasta $180.000.
Aunque La Mina ya no es un corredor de grupos armados, sino un caluroso atractivo turístico con exuberantes paisajes de gigantescas piedras esculpidas por las corrientes de aguas cristalinas de los ríos Yergaka, Potrero y Chiskuinya, los huérfanos de los padres asesinados entre el 2000 y 2006, aún recuerdan el temor y el dolor que sufrieron por parte del frente ‘Mártires del Cesar’, del Bloque norte de las AUC, a cargo de Leonardo Sánchez Barbosa, alias ‘El Paisa’.
Un líder del corregimiento relató que la noche del 13 de noviembre de 2000, en la celebración de las fiestas de ‘San Martin de Loba’, un grupo de hombres dotados con armas de largo y corto alcance, y uniformados con distintivos de las AUC, irrumpieron en el corregimiento y secuestraron a Guillermo Bolaños.
Horas más tarde, ya en la madrugada del 14 de noviembre, los mismos uniformados a cargo presuntamente de ‘El Paisa’, fueron casa por casa y sacaron a los indígenas Héctor Arias Cáceres, Rubén Antonio Díaz Cáceres, Manuel de los Reyes Palma Brochero y Eudes Antonio Rodríguez Lúquez, a quienes mataron a tiros de gracia.
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Según las cifras presentadas por los indígenas ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, entre el 2001 y julio de 2004, fueron asesinados 102 kankuamos en los corregimientos de Atánquez, Guatapurí, Chemesquemena, Pontón, Las Flores, El Mojao, Los Haticos, Rancho de La Goya, Ramalito, Río Seco, Murillo y La Mina.
Por: Namieh Baute Barrios / EL PILÓN.