Una agresión venezolana a instalaciones estatales de Colombia, que se le dio manejo en 1995 evitándose una guerra, se localizó en un cerro fronterizo de Manaure, Cesar, en el que 37 años antes hubo el mayor accidente de la aviación del vecino país.
Si no fuera una hipérbole sentimental, diría que el Cerro del Avión y yo, somos viejos amigos.
Lo conozco perfectamente hace mucho tiempo, cuando, estimulado por el prurito de las telecomunicaciones, empecé a verlo como el perfecto aliado para expandir mensajes a grandes distancias.
Efectivamente, a mediados de los 70, y siendo miembro de una de las más antiguas ligas de radioaficionados de la región, colocamos conjuntamente con mi hermano Eduardo y otros radioaficionados de Maracaibo, una antena repetidora en su cumbre, a 3.890 metros de altura, que nos permitió establecer nexos más estrechos con el gremio radioaficionado de Venezuela.
Años atrás habíamos creado, en la banda de 40 metros, la cadena de la confraternidad. Los colegas de Maracaibo, los YV1 y los del Cesar y La Guajira HK2, por la misma cercanía, nos uníamos en verdaderas redes de hermandad y fraternidad.
El cerro del Avión es la mole tutelar de Manaure, Cesar. Esta población lo bautizó con ese nombre a raíz del siniestro aéreo que sufrió, en los años 50, una aeronave de Viasa que viajaba de Panamá a Maracaibo. En su momento fue considerado el peor accidente de la aviación venezolana.
El impacto que aquel accidente tuvo sobre la historia del lugar fue tan magno que todavía hoy algunas familias de Manaure, conservan las llantas, el timón, los tableros y tornillos del avión con el mismo celo que se guardan las reliquias. De ahí su nombre, el Avión.
Recuerdo que cuando subimos a su cumbre para definir el lugar exacto de la antena, encontramos que a un lado del camino, el doctor Arturo Navarro, veterinario, casado con venezolana, construyó en una depresión llamada Sabana Rubia, una hermosa casa de descanso. Pero al descubrir que era un baldío limítrofe entre Colombia y Venezuela, cercó el globo de tierra, lo dividió en dos partes iguales y, en aras del amor, le dijo a su mujer:
—Como aquí tú eres Venezuela y yo soy Colombia, registra tu parte en tu país, que yo registro la mía en Manaure. Y asunto resuelto.
Diez años después, 1987, siendo director de Telecaribe, volví a utilizar la cresta del Cerro del Avión, sobre Sabana Rubia, para instalar una pequeña estación repetidora, con óptimos resultados. Ya para esa época, Pepe Castro, gobernador del Cesar, había construido la carretera que desde Manaure llegaba hasta Sabana Rubia.
A mí me tocaría construir el resto, o sea, desde Sabana Rubia hasta el propio Cerro del Avión.
Hacia 1995, ya como director de Inravisión, decido llevar a cabo un viejo proyecto que hasta entonces no había tenido oportunidad de realizar: Montar la infraestructura de un centro binacional de comunicaciones. Mi campaña de promoción del Cerro del Avión no culminó allí.
Para tal efecto, consulté los criterios geográficos del MRE de Colombia, y del Instituto Agustín Codazzi, con el objeto de que, tanto la caseta como la torre transmisora, quedaran ubicadas con exactitud sobre territorio colombiano.
Al fin y al cabo, el cerro del Avión, es el más alto de toda la frontera colombo-venezolana, superior al mismo Páramo El Tama, al Cerro Tetari y su posición es de suma importancia para los dos países.
Como habíamos calculado, la señal televisiva del cerro del Avión acabó con los problemas históricos de cobertura que siempre habían existido en la región a causa de la complejidad montañosa de la Sierra Nevada y la Serranía del Perijá.
Así metimos al país a las remotas poblaciones que no veían televisión colombiana y, como si fuera poco, irrigó al estado Zulia con nuestra programación.
Lastimosamente, la presencia nacional en ese perímetro suscitó muchos recelos.
El 30 de septiembre de 1995, recibí una llamada, vía radioteléfono, desde el cerro del Avión.
Ya yo no fungía como Director de Inravisión, pero el operador Jaime Rubio, desesperado por no establecer contacto con Bogotá, se le ocurrió llamarme para ponerme al tanto de lo que estaba sucediendo allí:
—¡Se metió la Guardia! —exclamaba a los gritos. Dinamitaron el buldozer, acaban de ametrallar la planta de energía y me han dicho que salga de la estación, porque también la piensan volar.
—Ponme al habla con el comandante de la operación —le dije.
Y efectivamente, un militar, identificado como Antonio Sánchez, capitán de la patrulla, pasó al radioteléfono:
“Capitán, esa torre y esas instalaciones fueron construidas para integrarnos, para unirnos. Esta es una empresa del Estado y las coordenadas indican que estamos en territorio colombiano o, por lo menos, en zona aún sin demarcar. Le sugiero que antes de proceder, consulte a sus superiores”.
Persuadido por estos argumentos, el destacamento militar regresó a sus helicópteros y suspendió el hostigamiento.
Se trataba de la «Operación Sierra 2».
Las comunidades rurales del cerro Pintao, cercano al del Avión, y la población de Manaure, denunciaron la desaparición de cinco campesinos que fueron recluidos en la cárcel de Sabaneta y, posteriormente, condenados 2 de ellos, a 30 años de prisión por siembra de amapola en territorio considerado como venezolano.
Al día siguiente, en compañía del comandante de la 1.ª División con sede en Santa Marta, el director de Soberanía Territorial, el embajador Ramiro Zambrano; Mauricio Pimiento, gobernador del Cesar, y Eduardo Campo Soto, llegamos en helicóptero al lugar.
El espectáculo era macabro. Reses sacrificadas, casas destruidas y la infraestructura televisiva severamente averiada.
Para rematar, seis meses después, en marzo del 96, un supuesto comando del ELN terminó volando con dinamita lo que quedaba. En realidad habría sido una simulación, para no asumir responsabilidad la guardia, pero eso sirvió para que se delimitara con claridad la frontera por una comisión especial, y tan pronto llegó Chávez al poder mandó a colocar unos mojones en esa frontera, visibles al subir al sector de Casa de Vidrio y el Cerro del Avión.
Todo lo dejaron convertido en polvo y chatarra. De vainas quedó esta historia por contar. Pero no me arrepiento. Poco tiempo después me correspondió subir todas las señales de la televisión colombiana al espacio satelital. Quince años después, un general venezolano, ahora retirado y amigo, me contaría que la voladura de las torres de la TV fue dirigida por él, como comandante de la brigada. Recelos de la integración.
La tragedia aérea en la serranía de Perijá, transcurrido en la noche del 14 de octubre de 1.958 en el punto más alto de la imponente frontera colombiana, entre el Estado Zulia y el hoy Departamento del Cesar, fue considerado en su época como el peor accidente de la historia de la aviación venezolana.
Un lockheed Super Constellation L-1049 de la compañía Aeropostal que había salido de Panamá en vuelo directo a Maracaibo, por razones de cálculo de aproximación, inició su descenso en plena frontera con el presentimiento de que se encontraba en territorio venezolano y a 90 millas náuticas de Maracaibo. Es de anotar que en las cartas de navegación de la época no aparecía la altitud de dicho pico a 3.950 metros de altura, pero sí, la del cerro Pintado a menor altura. En Venezuela, por desconocimiento se le llamó “el accidente del Alto del Cedro”. Aunque vine a pensar después que el nombre del Avión es el que le puso la gente de Manaure, después del accidente.
La búsqueda del avión siniestrado tomó dos semanas y se tuvo que acudir al gobierno y a las autoridades aeronáuticas de Colombia para encontrar los restos de las 24 personas a bordo.
La localidad de Manaure, entonces un poblado cerca a Valledupar, se prestó a su búsqueda y hallazgo. Este accidente no solo dejó huellas en los corazones de los familiares sino que también impulsó a las autoridades a revisar y mejorar las normativas de seguridad.
Aun, como he mencionado, reposan en casas de Manaure, restos del avión.
Por: José Jorge Dangond Castro.
Una agresión venezolana a instalaciones estatales de Colombia, que se le dio manejo en 1995 evitándose una guerra, se localizó en un cerro fronterizo de Manaure, Cesar, en el que 37 años antes hubo el mayor accidente de la aviación del vecino país.
Si no fuera una hipérbole sentimental, diría que el Cerro del Avión y yo, somos viejos amigos.
Lo conozco perfectamente hace mucho tiempo, cuando, estimulado por el prurito de las telecomunicaciones, empecé a verlo como el perfecto aliado para expandir mensajes a grandes distancias.
Efectivamente, a mediados de los 70, y siendo miembro de una de las más antiguas ligas de radioaficionados de la región, colocamos conjuntamente con mi hermano Eduardo y otros radioaficionados de Maracaibo, una antena repetidora en su cumbre, a 3.890 metros de altura, que nos permitió establecer nexos más estrechos con el gremio radioaficionado de Venezuela.
Años atrás habíamos creado, en la banda de 40 metros, la cadena de la confraternidad. Los colegas de Maracaibo, los YV1 y los del Cesar y La Guajira HK2, por la misma cercanía, nos uníamos en verdaderas redes de hermandad y fraternidad.
El cerro del Avión es la mole tutelar de Manaure, Cesar. Esta población lo bautizó con ese nombre a raíz del siniestro aéreo que sufrió, en los años 50, una aeronave de Viasa que viajaba de Panamá a Maracaibo. En su momento fue considerado el peor accidente de la aviación venezolana.
El impacto que aquel accidente tuvo sobre la historia del lugar fue tan magno que todavía hoy algunas familias de Manaure, conservan las llantas, el timón, los tableros y tornillos del avión con el mismo celo que se guardan las reliquias. De ahí su nombre, el Avión.
Recuerdo que cuando subimos a su cumbre para definir el lugar exacto de la antena, encontramos que a un lado del camino, el doctor Arturo Navarro, veterinario, casado con venezolana, construyó en una depresión llamada Sabana Rubia, una hermosa casa de descanso. Pero al descubrir que era un baldío limítrofe entre Colombia y Venezuela, cercó el globo de tierra, lo dividió en dos partes iguales y, en aras del amor, le dijo a su mujer:
—Como aquí tú eres Venezuela y yo soy Colombia, registra tu parte en tu país, que yo registro la mía en Manaure. Y asunto resuelto.
Diez años después, 1987, siendo director de Telecaribe, volví a utilizar la cresta del Cerro del Avión, sobre Sabana Rubia, para instalar una pequeña estación repetidora, con óptimos resultados. Ya para esa época, Pepe Castro, gobernador del Cesar, había construido la carretera que desde Manaure llegaba hasta Sabana Rubia.
A mí me tocaría construir el resto, o sea, desde Sabana Rubia hasta el propio Cerro del Avión.
Hacia 1995, ya como director de Inravisión, decido llevar a cabo un viejo proyecto que hasta entonces no había tenido oportunidad de realizar: Montar la infraestructura de un centro binacional de comunicaciones. Mi campaña de promoción del Cerro del Avión no culminó allí.
Para tal efecto, consulté los criterios geográficos del MRE de Colombia, y del Instituto Agustín Codazzi, con el objeto de que, tanto la caseta como la torre transmisora, quedaran ubicadas con exactitud sobre territorio colombiano.
Al fin y al cabo, el cerro del Avión, es el más alto de toda la frontera colombo-venezolana, superior al mismo Páramo El Tama, al Cerro Tetari y su posición es de suma importancia para los dos países.
Como habíamos calculado, la señal televisiva del cerro del Avión acabó con los problemas históricos de cobertura que siempre habían existido en la región a causa de la complejidad montañosa de la Sierra Nevada y la Serranía del Perijá.
Así metimos al país a las remotas poblaciones que no veían televisión colombiana y, como si fuera poco, irrigó al estado Zulia con nuestra programación.
Lastimosamente, la presencia nacional en ese perímetro suscitó muchos recelos.
El 30 de septiembre de 1995, recibí una llamada, vía radioteléfono, desde el cerro del Avión.
Ya yo no fungía como Director de Inravisión, pero el operador Jaime Rubio, desesperado por no establecer contacto con Bogotá, se le ocurrió llamarme para ponerme al tanto de lo que estaba sucediendo allí:
—¡Se metió la Guardia! —exclamaba a los gritos. Dinamitaron el buldozer, acaban de ametrallar la planta de energía y me han dicho que salga de la estación, porque también la piensan volar.
—Ponme al habla con el comandante de la operación —le dije.
Y efectivamente, un militar, identificado como Antonio Sánchez, capitán de la patrulla, pasó al radioteléfono:
“Capitán, esa torre y esas instalaciones fueron construidas para integrarnos, para unirnos. Esta es una empresa del Estado y las coordenadas indican que estamos en territorio colombiano o, por lo menos, en zona aún sin demarcar. Le sugiero que antes de proceder, consulte a sus superiores”.
Persuadido por estos argumentos, el destacamento militar regresó a sus helicópteros y suspendió el hostigamiento.
Se trataba de la «Operación Sierra 2».
Las comunidades rurales del cerro Pintao, cercano al del Avión, y la población de Manaure, denunciaron la desaparición de cinco campesinos que fueron recluidos en la cárcel de Sabaneta y, posteriormente, condenados 2 de ellos, a 30 años de prisión por siembra de amapola en territorio considerado como venezolano.
Al día siguiente, en compañía del comandante de la 1.ª División con sede en Santa Marta, el director de Soberanía Territorial, el embajador Ramiro Zambrano; Mauricio Pimiento, gobernador del Cesar, y Eduardo Campo Soto, llegamos en helicóptero al lugar.
El espectáculo era macabro. Reses sacrificadas, casas destruidas y la infraestructura televisiva severamente averiada.
Para rematar, seis meses después, en marzo del 96, un supuesto comando del ELN terminó volando con dinamita lo que quedaba. En realidad habría sido una simulación, para no asumir responsabilidad la guardia, pero eso sirvió para que se delimitara con claridad la frontera por una comisión especial, y tan pronto llegó Chávez al poder mandó a colocar unos mojones en esa frontera, visibles al subir al sector de Casa de Vidrio y el Cerro del Avión.
Todo lo dejaron convertido en polvo y chatarra. De vainas quedó esta historia por contar. Pero no me arrepiento. Poco tiempo después me correspondió subir todas las señales de la televisión colombiana al espacio satelital. Quince años después, un general venezolano, ahora retirado y amigo, me contaría que la voladura de las torres de la TV fue dirigida por él, como comandante de la brigada. Recelos de la integración.
La tragedia aérea en la serranía de Perijá, transcurrido en la noche del 14 de octubre de 1.958 en el punto más alto de la imponente frontera colombiana, entre el Estado Zulia y el hoy Departamento del Cesar, fue considerado en su época como el peor accidente de la historia de la aviación venezolana.
Un lockheed Super Constellation L-1049 de la compañía Aeropostal que había salido de Panamá en vuelo directo a Maracaibo, por razones de cálculo de aproximación, inició su descenso en plena frontera con el presentimiento de que se encontraba en territorio venezolano y a 90 millas náuticas de Maracaibo. Es de anotar que en las cartas de navegación de la época no aparecía la altitud de dicho pico a 3.950 metros de altura, pero sí, la del cerro Pintado a menor altura. En Venezuela, por desconocimiento se le llamó “el accidente del Alto del Cedro”. Aunque vine a pensar después que el nombre del Avión es el que le puso la gente de Manaure, después del accidente.
La búsqueda del avión siniestrado tomó dos semanas y se tuvo que acudir al gobierno y a las autoridades aeronáuticas de Colombia para encontrar los restos de las 24 personas a bordo.
La localidad de Manaure, entonces un poblado cerca a Valledupar, se prestó a su búsqueda y hallazgo. Este accidente no solo dejó huellas en los corazones de los familiares sino que también impulsó a las autoridades a revisar y mejorar las normativas de seguridad.
Aun, como he mencionado, reposan en casas de Manaure, restos del avión.
Por: José Jorge Dangond Castro.