Reflexionando sobre esto, llegamos a la conclusión de que los buenos modales se han vuelto cada vez más escasos.
Hace unos días, tuve la oportunidad de salir a hacer unas diligencias con mi tío, y nos sorprendió gratamente la calidez y amabilidad con la que fuimos recibidos. Frases tan simples como “buenos días”, “¿qué necesita?”, “¿en qué le puedo ayudar?” y “tome asiento” transformaron nuestra experiencia, haciéndola mucho más agradable. Mi tío y yo nos miramos y coincidimos en un pensamiento común: ojalá todos los lugares ofrecieran una atención así.
Reflexionando sobre esto, llegamos a la conclusión de que los buenos modales se han vuelto cada vez más escasos. Palabras como “buenos días”, “buenas noches”, “con permiso”, “por favor” y “gracias” están desapareciendo, y con ellas, el calor humano en nuestras interacciones diarias. Esta falta de cortesía crea un ambiente menos acogedor y más impersonal, cuando, en realidad, estas pequeñas muestras de respeto pueden hacer una gran diferencia en nuestras relaciones.
Si nos vamos al pasado, el hombre primitivo comía solo y con prisas, sin sentarse. No había necesidad de cortesía; era una cuestión de supervivencia. Con el tiempo, la vida en comunidad y la necesidad de convivir llevaron a la creación de reglas de etiqueta y urbanidad. Estos manuales de conducta ayudaban a mantener la armonía y el respeto en el clan o la tribu.
A medida que las sociedades se desarrollaban, los buenos modales se convirtieron en una norma que facilitaba la convivencia. Sin embargo, con el paso del tiempo y la influencia de la tecnología, así como las rupturas familiares y otros desafíos sociales, hemos empezado a perder estas costumbres básicas.
Hoy en día, es demasiado común llegar a un lugar, como un centro médico, y no recibir ni siquiera un “buenos días”. Es como si fuéramos solo un número más, una obligación que cumplir. El profesional, cuya formación debería incluir la capacidad de brindar un servicio humano y personalizado, ni siquiera levanta la mirada del computador. No hay contacto visual, no hay una bienvenida cálida, solo un trámite más en su jornada.
Esto me lleva a preguntarme: ¿es una verdadera falta de buenos modales, o es que la velocidad, las presiones y los afanes de la vida han erosionado nuestra capacidad de ser corteses? Decir “buenos días” o “buenas tardes” solo toma unos segundos, pero esa simple muestra de cordialidad puede transformar significativamente la experiencia de quienes nos rodean.
Consideremos el ejemplo del río Guatapurí, el sitio más emblemático y turístico de la ciudad. ¿Qué impresión se llevan los visitantes si, en lugar de ser recibidos con amabilidad, se encuentran con discusiones y conflictos? En cambio, la cortesía y una sonrisa pueden cambiar radicalmente la percepción que tienen, mejorando la experiencia.
Amando de Miguel acertadamente afirma: “La base de la urbanidad, de la buena educación, es moral: no hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti.” Así que, si no tomamos medidas para rescatar y promover estos valores, ¿qué futuro nos espera?
Mi invitación es que volvamos a retomar la urbanidad y los buenos modales, que aunque parezcan simples, tienen un valor inmenso. Recordemos aquel Manual de Carreño, que enseñaba a ser respetuosos y considerados en nuestra vida diaria. Al poner en práctica estos principios, no solo enriquecemos nuestras relaciones interpersonales, sino que también ayudamos a reconstruir el camino al que nos dirigimos como sociedad, promoviendo y formando personas educadas y con sólidos pilares para vivir en comunidad.
Por: Sara Montero Muleth
Reflexionando sobre esto, llegamos a la conclusión de que los buenos modales se han vuelto cada vez más escasos.
Hace unos días, tuve la oportunidad de salir a hacer unas diligencias con mi tío, y nos sorprendió gratamente la calidez y amabilidad con la que fuimos recibidos. Frases tan simples como “buenos días”, “¿qué necesita?”, “¿en qué le puedo ayudar?” y “tome asiento” transformaron nuestra experiencia, haciéndola mucho más agradable. Mi tío y yo nos miramos y coincidimos en un pensamiento común: ojalá todos los lugares ofrecieran una atención así.
Reflexionando sobre esto, llegamos a la conclusión de que los buenos modales se han vuelto cada vez más escasos. Palabras como “buenos días”, “buenas noches”, “con permiso”, “por favor” y “gracias” están desapareciendo, y con ellas, el calor humano en nuestras interacciones diarias. Esta falta de cortesía crea un ambiente menos acogedor y más impersonal, cuando, en realidad, estas pequeñas muestras de respeto pueden hacer una gran diferencia en nuestras relaciones.
Si nos vamos al pasado, el hombre primitivo comía solo y con prisas, sin sentarse. No había necesidad de cortesía; era una cuestión de supervivencia. Con el tiempo, la vida en comunidad y la necesidad de convivir llevaron a la creación de reglas de etiqueta y urbanidad. Estos manuales de conducta ayudaban a mantener la armonía y el respeto en el clan o la tribu.
A medida que las sociedades se desarrollaban, los buenos modales se convirtieron en una norma que facilitaba la convivencia. Sin embargo, con el paso del tiempo y la influencia de la tecnología, así como las rupturas familiares y otros desafíos sociales, hemos empezado a perder estas costumbres básicas.
Hoy en día, es demasiado común llegar a un lugar, como un centro médico, y no recibir ni siquiera un “buenos días”. Es como si fuéramos solo un número más, una obligación que cumplir. El profesional, cuya formación debería incluir la capacidad de brindar un servicio humano y personalizado, ni siquiera levanta la mirada del computador. No hay contacto visual, no hay una bienvenida cálida, solo un trámite más en su jornada.
Esto me lleva a preguntarme: ¿es una verdadera falta de buenos modales, o es que la velocidad, las presiones y los afanes de la vida han erosionado nuestra capacidad de ser corteses? Decir “buenos días” o “buenas tardes” solo toma unos segundos, pero esa simple muestra de cordialidad puede transformar significativamente la experiencia de quienes nos rodean.
Consideremos el ejemplo del río Guatapurí, el sitio más emblemático y turístico de la ciudad. ¿Qué impresión se llevan los visitantes si, en lugar de ser recibidos con amabilidad, se encuentran con discusiones y conflictos? En cambio, la cortesía y una sonrisa pueden cambiar radicalmente la percepción que tienen, mejorando la experiencia.
Amando de Miguel acertadamente afirma: “La base de la urbanidad, de la buena educación, es moral: no hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti.” Así que, si no tomamos medidas para rescatar y promover estos valores, ¿qué futuro nos espera?
Mi invitación es que volvamos a retomar la urbanidad y los buenos modales, que aunque parezcan simples, tienen un valor inmenso. Recordemos aquel Manual de Carreño, que enseñaba a ser respetuosos y considerados en nuestra vida diaria. Al poner en práctica estos principios, no solo enriquecemos nuestras relaciones interpersonales, sino que también ayudamos a reconstruir el camino al que nos dirigimos como sociedad, promoviendo y formando personas educadas y con sólidos pilares para vivir en comunidad.
Por: Sara Montero Muleth