COLUMNA

Juan Manuel Fajardo o Sergio Santos

Santos engatusó a Álvaro Uribe en el 2010, nos engañó a los uribistas que lo apoyamos y elegimos, llegó al Ejecutivo con nuestros votos y “nos hizo pistola”.

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No nos digamos mentiras, no nos dejemos engañar: Juan Manuel Santos, Gustavo Petro, Iván Cepeda y Sergio Fajardo son lo mismo, son la misma izquierda, a veces encubierta, que tiene a Petro de presidente, que le dio curules a los señores de las FARC, que los cubrió de impunidad, reafirmado lo anterior por la Justicia Especial para la Paz -la justicia paralela denominada JEP-, que les perdonó sus crímenes sin si quiera tener que mostrar arrepentimiento ni reparar a las víctimas.  Son lo mismo. Ellos son una izquierda vergonzante que es consciente de que, si no se oculta en una retórica de poco compromiso político, sabe que no gana una elección. 

Santos engatusó a Álvaro Uribe en el 2010, nos engañó a los uribistas que lo apoyamos y elegimos, llegó al Ejecutivo con nuestros votos y “nos hizo pistola”. Por su parte, Fajardo, el mismo candidato tibio, que no asume compromisos y tampoco hace promesas -porque sabe que son poco populares e imposibles de “vender”-, no evoluciona, no cambia, sigue viviendo de la reposición de votos que el Estado le ha entregado cada 4 años, de su pensión de profesor universitario y de la platica de su pareja, la excanciller de Santos, María Ángela Holguín; la misma que tuvo a su cargo la agenda internacional de Colombia para arropar de apoyos al mal llamado proceso de paz con las nunca extintas FARC. “Dios los hace y ellos se juntan”. Fajardo es la carta del santismo para la Presidencia, no me cabe la menor duda, ojalá esta semana hubiéramos escuchado de Fajardo la misma contundencia con la que negó rotundamente la posibilidad de adherir a Abelardo de la Espriella, al preguntarle por Iván Cepeda. Pero obvio, no lo hizo porque en esencia, son lo mismo.

Mezclar lo personal con la política no es lo ideal, deja un mal sabor y por eso, procuro no hacerlo. Pero en este caso es relevante que Fajardo y Holguín sean pareja. Y son la pareja perfecta: ambos de familias acomodadas, viven muy bien, se relacionan perfectamente con las élites y, en el fondo, con sus neveras llenas, defienden modelos comunistas. Un amigo cercano me contaba que hace unos años, mientras cursaba estudios en la Universidad del Valle, Fajardo estaba, como de costumbre, en campaña, visitando esa institución educativa y pudo escucharlo, de primera mano, hablando de ideas puramente izquierdistas; el tipo estudió el reducto donde estaba y se sintió muy cómodo con ese público al que pudo mostrarse tal cual es. Y eso no sólo no ha cambiado, sino que, luego de la llegada de Petro al poder que, entre otras cosas, él favoreció, tiene ya un camino allanado de pobreza y miseria que pueden asegurarle los votos que necesita para ser Presidente. 

Ahora Fajardo encuentra un país en el que el comunismo ha generado una crisis institucional sin precedentes, que ha debilitado al Estado social de derecho, y puede avanzar más fácilmente en ese nuevo contexto: le ha caído “como anillo al dedo”. A Fajardo tenemos que combatirlo con todas nuestras fuerzas, no hay que comerle cuentos, es un “lobo vestido de oveja”, la tiene clara, siempre la ha tenido clara. Su sanedrín lo conoce bien, lo ha preparado, Santos ve en él al ahijado que necesita para mantenerse vigente y Colombia, sabiendo esto, no puede hacerle el juego. La unión de la derecha no sólo es necesaria sino obligatoria; el centro no existe, dejémonos de pendejadas y llamemos las cosas por su nombre: el centro es esa izquierda vergonzante que ya ha gobernado con pésimos resultados para los ciudadanos de bien. 

Debemos unirnos, así sea los votantes, cerrando filas en torno a quien mejor puntúe en las encuestas y dejando de lado el voto a conciencia que nos haría felices. Lástima, pero es mi obligación con ustedes decírselo: en Colombia el voto a conciencia es un lujo que no podemos darnos desde el 2010. Aquí el tema es de supervivencia, de defender la estructura socioeconómica que nos ha permitido surgir y que venía bien, tan bien, que la izquierda distorsionó muy a su estilo la realidad, creó una crisis donde no la había y se hizo del poder. ¡Unidos somos más!

Por: Jorge Eduardo Ávila.

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