Convivieron con los nativos varios días con sus noches, de manera libre hicieron suyas a las más bellas y púberes, después que su jefe, el corsario Martín Coutes, seleccionara las suyas.
En las faldas plegadas de la Sierra Nevada de Santa Marta, que hunde sus raíces en las profundidades del océano Atlántico, en un de sus montículos oleados se yergue una pequeña iglesia, rodeada de usuales casas hechas de barro, bahareque y palma, pintadas de blanco, habitadas algunas por hábiles pescadores, que cada mañana toman sus cayucos para perderse en el horizonte de la extensa bahía.
Viven ellos de la faena de la pesca y de la extracción de perlas, que cambian por bienes ligeros, en días comunes y corrientes. Viven estos hombres, de zozobra en zozobra, por el temor a que los piratas del caribe, que de vez en cuando se asoman por allí, hagan sus fechorías. En esta ocasión, llegaron mansos, no agredieron a nadie, no robaron bienes mínimos y no accedieron a las mujeres, entendiendo así que la institución piratera avanzaba ya hacia su extinción.
Convivieron con los nativos varios días con sus noches, de manera libre hicieron suyas a las más bellas y púberes, después que su jefe, el corsario Martín Coutes, seleccionara las suyas. El galo, corsario de profesión, de pelo largo y rubio, de cejas tupidas y ojos azules penetrantes, es admirado por los nativos.
Los piratas no han venido esta vez en son de guerra, han llegado a vender y a comprar, son escrupulosos en el pago y como siempre, armados hasta los dientes. Los piratas enseñan a los nativos el arte del contrabando, que no conocen mucho de comercio, ni que diablos es eso de la acumulación de capital, pero no tardaron en saberlo y aprender de este oficio milenario.
A su paso han dejado hijos y amigos en la infantil Santa Marta y luego en el río de El Hacha o paso de Gayuz y de aquel puerto, pasaron a Coro y Puerto Cabello, donde repitieron lo suyo.
En poco tiempo han nacido niños diferentes, fruto del halago que dieron las mujeres con agrado a Martin Coutes. Así el apellido, empezó a pronunciarse no como se escribía y debía, sino como se podía: COTES.
Como Cotes y más Cotes se llamaron para siempre, hay tantos a lo largo y ancho de la costa Caribe de Colombia y Venezuela, algunos forajidos y otros probos, ignorantes y letrados, contrabandistas y convencionales, peritos en tormentas marinas y expertos en saqueos en alta mar. Estos Cotes, no fueron directamente incluidos por ‘Fello’ Mestre en su libro, aunque sí caminan por todo lo largo de sus hojas.
Políticos y bandidos, guerrilleros y ciudadanos, escrupulosos los hay, así como irresponsables; literatos, generales y hasta presidente de la República tuvieron. De todo hay en los Cotes por culpa de la fantástica estampa de Martín Coutes, los hay como los quiera de todos los colores y sabores, lo más probable es que desciendan de este pirata con patente de corsario de origen Galo, y es así como se forman los pueblos y sus grandes historias.
Por Ciro Alfonso Quiroz Otero
Convivieron con los nativos varios días con sus noches, de manera libre hicieron suyas a las más bellas y púberes, después que su jefe, el corsario Martín Coutes, seleccionara las suyas.
En las faldas plegadas de la Sierra Nevada de Santa Marta, que hunde sus raíces en las profundidades del océano Atlántico, en un de sus montículos oleados se yergue una pequeña iglesia, rodeada de usuales casas hechas de barro, bahareque y palma, pintadas de blanco, habitadas algunas por hábiles pescadores, que cada mañana toman sus cayucos para perderse en el horizonte de la extensa bahía.
Viven ellos de la faena de la pesca y de la extracción de perlas, que cambian por bienes ligeros, en días comunes y corrientes. Viven estos hombres, de zozobra en zozobra, por el temor a que los piratas del caribe, que de vez en cuando se asoman por allí, hagan sus fechorías. En esta ocasión, llegaron mansos, no agredieron a nadie, no robaron bienes mínimos y no accedieron a las mujeres, entendiendo así que la institución piratera avanzaba ya hacia su extinción.
Convivieron con los nativos varios días con sus noches, de manera libre hicieron suyas a las más bellas y púberes, después que su jefe, el corsario Martín Coutes, seleccionara las suyas. El galo, corsario de profesión, de pelo largo y rubio, de cejas tupidas y ojos azules penetrantes, es admirado por los nativos.
Los piratas no han venido esta vez en son de guerra, han llegado a vender y a comprar, son escrupulosos en el pago y como siempre, armados hasta los dientes. Los piratas enseñan a los nativos el arte del contrabando, que no conocen mucho de comercio, ni que diablos es eso de la acumulación de capital, pero no tardaron en saberlo y aprender de este oficio milenario.
A su paso han dejado hijos y amigos en la infantil Santa Marta y luego en el río de El Hacha o paso de Gayuz y de aquel puerto, pasaron a Coro y Puerto Cabello, donde repitieron lo suyo.
En poco tiempo han nacido niños diferentes, fruto del halago que dieron las mujeres con agrado a Martin Coutes. Así el apellido, empezó a pronunciarse no como se escribía y debía, sino como se podía: COTES.
Como Cotes y más Cotes se llamaron para siempre, hay tantos a lo largo y ancho de la costa Caribe de Colombia y Venezuela, algunos forajidos y otros probos, ignorantes y letrados, contrabandistas y convencionales, peritos en tormentas marinas y expertos en saqueos en alta mar. Estos Cotes, no fueron directamente incluidos por ‘Fello’ Mestre en su libro, aunque sí caminan por todo lo largo de sus hojas.
Políticos y bandidos, guerrilleros y ciudadanos, escrupulosos los hay, así como irresponsables; literatos, generales y hasta presidente de la República tuvieron. De todo hay en los Cotes por culpa de la fantástica estampa de Martín Coutes, los hay como los quiera de todos los colores y sabores, lo más probable es que desciendan de este pirata con patente de corsario de origen Galo, y es así como se forman los pueblos y sus grandes historias.
Por Ciro Alfonso Quiroz Otero