“Me he apegado a tus testimonios; Señor, no me avergüences”. Salmos 119,31. El diccionario define el apego como la afición o inclinación hacia alguien o algo. Son muchas las veces en que, nos sentimos desamparados y en debilidad, especialmente en los tiempos de dificultades y problemas, y es allí donde se nos hace real la […]
“Me he apegado a tus testimonios; Señor, no me avergüences”. Salmos 119,31. El diccionario define el apego como la afición o inclinación hacia alguien o algo. Son muchas las veces en que, nos sentimos desamparados y en debilidad, especialmente en los tiempos de dificultades y problemas, y es allí donde se nos hace real la necesidad de apegarnos a Dios.
Es precisamente durante esos tiempos de crisis, cuando nuestra única fuente de supervivencia está en acercarnos a Dios para inclinarnos y clamar por su ayuda y socorro. Hay momentos en los que nuestra alma está azotada por los vientos contrarios y ni siquiera entendemos la naturaleza real de la lucha. A veces, estamos atrapados en un remolino de emociones e incertidumbres que no sabemos qué hacer. Lo único que podemos hacer es acudir a Dios, y en nuestra vulnerabilidad apegarnos desesperadamente a él.
Podemos pensar que la madurez cristiana significa volverse cada vez más fuertes, hasta ejercer un poder intimidatorio reconocido. Pero, la imagen que encontramos en las Escrituras es la de una total dependencia de Dios, cediéndole el control de nuestras vidas. La ecuación funciona así: mientras más fuertes nos sentimos en nosotros mismos, basados en nuestros propios recursos, más fácilmente nos olvidamos de Dios. Mientras que, mientras más débiles nos sentimos, más desesperadamente buscaremos su dirección y revelación. ¡Cuando somos débiles, lo seguimos más de cerca y nos apegamos más a Dios!
La relación de Jesús con los líderes religiosos fue difícil. Esa piedra que desecharon los edificadores llegó a ser la piedra del ángulo. Ellos eran los edificadores, entrenados para enseñar y construir, pero rechazaron la mismísima piedra que Dios estableció como fundamento, como piedra angular. La misma tentación enfrentan los líderes actuales. Es posible después de todo el entrenamiento y experiencia, desechar lo que Dios ha determinado usar de manera principal en esta hora.
Advierto a todos los constructores, quienes pretenden edificar, que mantengan una constante conciencia de debilidad y apego a Dios; de lo contrario, se puede perder la piedra de la verdad que Dios está estableciendo entre su pueblo hoy.
Personalmente, me apego a su palabra. Pienso que los testimonios apuntan, en parte, a las historias de las poderosas intervenciones de Dios a favor de su pueblo. Dios es el mismo, ayer, hoy y por los siglos. Me apego a las historias del poder revelado de Dios porque me alientan a creer que él aún obra de la misma manera que obró en el pasado. Me apego a sus testimonios porque necesito ese mismo poder milagroso derramado sobre mi vida. Entre tanto, mantengo en mis labios una constante oración: ¡Oh Señor, no me hagas pasar vergüenza! Caros amigos: Aferrémonos a Dios. Apeguémonos a él inclinados ante su presencia. “El palo no está para cucharas”. Hoy lo necesitamos más que nunca. Mis oraciones por tu vida. Te mando un fuerte abrazo.
“Me he apegado a tus testimonios; Señor, no me avergüences”. Salmos 119,31. El diccionario define el apego como la afición o inclinación hacia alguien o algo. Son muchas las veces en que, nos sentimos desamparados y en debilidad, especialmente en los tiempos de dificultades y problemas, y es allí donde se nos hace real la […]
“Me he apegado a tus testimonios; Señor, no me avergüences”. Salmos 119,31. El diccionario define el apego como la afición o inclinación hacia alguien o algo. Son muchas las veces en que, nos sentimos desamparados y en debilidad, especialmente en los tiempos de dificultades y problemas, y es allí donde se nos hace real la necesidad de apegarnos a Dios.
Es precisamente durante esos tiempos de crisis, cuando nuestra única fuente de supervivencia está en acercarnos a Dios para inclinarnos y clamar por su ayuda y socorro. Hay momentos en los que nuestra alma está azotada por los vientos contrarios y ni siquiera entendemos la naturaleza real de la lucha. A veces, estamos atrapados en un remolino de emociones e incertidumbres que no sabemos qué hacer. Lo único que podemos hacer es acudir a Dios, y en nuestra vulnerabilidad apegarnos desesperadamente a él.
Podemos pensar que la madurez cristiana significa volverse cada vez más fuertes, hasta ejercer un poder intimidatorio reconocido. Pero, la imagen que encontramos en las Escrituras es la de una total dependencia de Dios, cediéndole el control de nuestras vidas. La ecuación funciona así: mientras más fuertes nos sentimos en nosotros mismos, basados en nuestros propios recursos, más fácilmente nos olvidamos de Dios. Mientras que, mientras más débiles nos sentimos, más desesperadamente buscaremos su dirección y revelación. ¡Cuando somos débiles, lo seguimos más de cerca y nos apegamos más a Dios!
La relación de Jesús con los líderes religiosos fue difícil. Esa piedra que desecharon los edificadores llegó a ser la piedra del ángulo. Ellos eran los edificadores, entrenados para enseñar y construir, pero rechazaron la mismísima piedra que Dios estableció como fundamento, como piedra angular. La misma tentación enfrentan los líderes actuales. Es posible después de todo el entrenamiento y experiencia, desechar lo que Dios ha determinado usar de manera principal en esta hora.
Advierto a todos los constructores, quienes pretenden edificar, que mantengan una constante conciencia de debilidad y apego a Dios; de lo contrario, se puede perder la piedra de la verdad que Dios está estableciendo entre su pueblo hoy.
Personalmente, me apego a su palabra. Pienso que los testimonios apuntan, en parte, a las historias de las poderosas intervenciones de Dios a favor de su pueblo. Dios es el mismo, ayer, hoy y por los siglos. Me apego a las historias del poder revelado de Dios porque me alientan a creer que él aún obra de la misma manera que obró en el pasado. Me apego a sus testimonios porque necesito ese mismo poder milagroso derramado sobre mi vida. Entre tanto, mantengo en mis labios una constante oración: ¡Oh Señor, no me hagas pasar vergüenza! Caros amigos: Aferrémonos a Dios. Apeguémonos a él inclinados ante su presencia. “El palo no está para cucharas”. Hoy lo necesitamos más que nunca. Mis oraciones por tu vida. Te mando un fuerte abrazo.