Fracasó Adán, fracasó Noé…. No cumplieron a cabalidad su pacto con Dios. Fracasamos todos los días, pues nunca conseguimos todo lo que nos proponemos. Pero esto no significa que hayamos perdido, no; la vida es una competencia perfecta en donde cada movimiento forma parte de la calificación final que obtengamos en el desarrollo de cada […]
Fracasó Adán, fracasó Noé…. No cumplieron a cabalidad su pacto con Dios. Fracasamos todos los días, pues nunca conseguimos todo lo que nos proponemos. Pero esto no significa que hayamos perdido, no; la vida es una competencia perfecta en donde cada movimiento forma parte de la calificación final que obtengamos en el desarrollo de cada una de las etapas.
El fracaso es como una especie de miedo que nos persigue sin tener que ver con el estado social y la oportunidad de cumplir un objetivo y no lograrlo y visto de esta manera se convierte en la herramienta efectiva del pesimista y así se olvidan muchas veces los caminos recorridos que nos previenen para enfrentar la lucha de nuevos objetivos.
El éxito se traduce en el cumplimiento de los objetivos y metas y para para llegar a él, hay que haber recorrido muchos caminos en donde las enseñanzas han sido aprovechadas y de aquí deduzco un axioma muy importante dentro de las teorías de la vida: “La suma de los fracasos bien aprovechados, conducen al éxito”.
Todos los que nos damos cuenta de nuestros errores, caídas, fracasos y reparamos de inmediato, sin seguir equivocándonos, estamos ganando y acercándonos por lo menos a la estabilidad emocional, que permite medir las cosas con un buen rasero, pues la vida, a la larga, es un proceso de aprendizaje permanente que nos permite no temer al fracaso, sobre todo, cuando este es consecuencia del error y aprendiendo que de los errores tropezados es como se encuentra el éxito.
Y este no lo traduzco como la efectividad en los negocios, sino también en la satisfacción de los estados emocionales que conducen al bienestar general.
Mi vida personal ha sido un fracaso permanente, que he sabido aceptar en la lucha cotidiana de la permanencia en ella, en donde las enseñanzas han sido proporcionales a los errores y eso me ha permitido disfrutar las etapas de mi vida y ser feliz en cada momento; por tal motivo nunca doblego, pues si se obra de buena fe, el valor y el coraje permanecen latente y dan fuerza al espíritu que, entre otras cosas, domina la mente.
El fracaso siempre nos indica las salidas y si estamos atentos a ellas besaremos el éxito en la misma forma. El éxito es hacer lo que te gusta, pero haciéndolo bien, para que todos, si es posible, logren beneficios por ello.
No es el éxito lo que te hace sabio, es la repetición del fracaso; debemos acostumbrarnos y aprender a asumir las derrotas, los fracasos y los errores, pues en caso contrario la caída es inevitable en el bienestar social y personal y te vuelves incapaz.
El resultado adverso a lo que se pretende, el fracaso, puede afectarnos, pero si lo permitimos nunca podrás levantarte, por ello es prudente pensar que no son las veces en que el fracaso te domine, es la fortaleza que asumas para enfrentarlo. El miedo al fracaso te vuelve irracional y la respuesta será siempre negativa.
En la trayectoria de mi vida he sufrido fracasos permanentes, pero nunca me he sentido derrotado y lo bueno de todo, aunque no lo creas, en cada caída alguien me ha dado la mano, pues muchas veces yo también he dado la mía, entonces, me he dado cuenta que fracasar no es perder. Si analizamos con detenimiento la historia de la humanidad nos damos cuenta que los grandes fracasados han hecho la historia del éxito.
Para ganar con éxito no debes esperar acompañarte de la suerte, tienes que sacar a relucir tus habilidades y conocimientos en los momentos oportunos.
Y por último, hay que tener en cuenta que solo se fracasa cuando se realizan metas que no están al alcance ni del cuerpo ni del alma; estos dos elementos deben estar hábilmente hilvanados para impedir maniobras en falso.
Fracasó Adán, fracasó Noé…. No cumplieron a cabalidad su pacto con Dios. Fracasamos todos los días, pues nunca conseguimos todo lo que nos proponemos. Pero esto no significa que hayamos perdido, no; la vida es una competencia perfecta en donde cada movimiento forma parte de la calificación final que obtengamos en el desarrollo de cada […]
Fracasó Adán, fracasó Noé…. No cumplieron a cabalidad su pacto con Dios. Fracasamos todos los días, pues nunca conseguimos todo lo que nos proponemos. Pero esto no significa que hayamos perdido, no; la vida es una competencia perfecta en donde cada movimiento forma parte de la calificación final que obtengamos en el desarrollo de cada una de las etapas.
El fracaso es como una especie de miedo que nos persigue sin tener que ver con el estado social y la oportunidad de cumplir un objetivo y no lograrlo y visto de esta manera se convierte en la herramienta efectiva del pesimista y así se olvidan muchas veces los caminos recorridos que nos previenen para enfrentar la lucha de nuevos objetivos.
El éxito se traduce en el cumplimiento de los objetivos y metas y para para llegar a él, hay que haber recorrido muchos caminos en donde las enseñanzas han sido aprovechadas y de aquí deduzco un axioma muy importante dentro de las teorías de la vida: “La suma de los fracasos bien aprovechados, conducen al éxito”.
Todos los que nos damos cuenta de nuestros errores, caídas, fracasos y reparamos de inmediato, sin seguir equivocándonos, estamos ganando y acercándonos por lo menos a la estabilidad emocional, que permite medir las cosas con un buen rasero, pues la vida, a la larga, es un proceso de aprendizaje permanente que nos permite no temer al fracaso, sobre todo, cuando este es consecuencia del error y aprendiendo que de los errores tropezados es como se encuentra el éxito.
Y este no lo traduzco como la efectividad en los negocios, sino también en la satisfacción de los estados emocionales que conducen al bienestar general.
Mi vida personal ha sido un fracaso permanente, que he sabido aceptar en la lucha cotidiana de la permanencia en ella, en donde las enseñanzas han sido proporcionales a los errores y eso me ha permitido disfrutar las etapas de mi vida y ser feliz en cada momento; por tal motivo nunca doblego, pues si se obra de buena fe, el valor y el coraje permanecen latente y dan fuerza al espíritu que, entre otras cosas, domina la mente.
El fracaso siempre nos indica las salidas y si estamos atentos a ellas besaremos el éxito en la misma forma. El éxito es hacer lo que te gusta, pero haciéndolo bien, para que todos, si es posible, logren beneficios por ello.
No es el éxito lo que te hace sabio, es la repetición del fracaso; debemos acostumbrarnos y aprender a asumir las derrotas, los fracasos y los errores, pues en caso contrario la caída es inevitable en el bienestar social y personal y te vuelves incapaz.
El resultado adverso a lo que se pretende, el fracaso, puede afectarnos, pero si lo permitimos nunca podrás levantarte, por ello es prudente pensar que no son las veces en que el fracaso te domine, es la fortaleza que asumas para enfrentarlo. El miedo al fracaso te vuelve irracional y la respuesta será siempre negativa.
En la trayectoria de mi vida he sufrido fracasos permanentes, pero nunca me he sentido derrotado y lo bueno de todo, aunque no lo creas, en cada caída alguien me ha dado la mano, pues muchas veces yo también he dado la mía, entonces, me he dado cuenta que fracasar no es perder. Si analizamos con detenimiento la historia de la humanidad nos damos cuenta que los grandes fracasados han hecho la historia del éxito.
Para ganar con éxito no debes esperar acompañarte de la suerte, tienes que sacar a relucir tus habilidades y conocimientos en los momentos oportunos.
Y por último, hay que tener en cuenta que solo se fracasa cuando se realizan metas que no están al alcance ni del cuerpo ni del alma; estos dos elementos deben estar hábilmente hilvanados para impedir maniobras en falso.