Un pueblo sin río es un pueblo triste. La calidad del agua determina la calidad de vida en el ser humano. El agua es vivificante y milagrosa; es vitalidad, higiene, recreación y fiesta. El ser humano es un amante del agua: inicia su vida en el río del vientre de la madre y después cuando […]
Un pueblo sin río es un pueblo triste. La calidad del agua determina la calidad de vida en el ser humano. El agua es vivificante y milagrosa; es vitalidad, higiene, recreación y fiesta. El ser humano es un amante del agua: inicia su vida en el río del vientre de la madre y después cuando descubre las bondades del agua se regocija en la hidrolatría: ofrenda la lluvia, la corriente vegetal de los ríos y el escarceo azul de los mares.
Un río es una muralla que frena el trote del desierto. El río existe por un ciclo perfecto de la naturaleza, y en su nacimiento intervienen: el rocío emergente de los glaciares, el remanso de los páramos, el reposo ondulante de lagunas, las afluencias de riachuelos y el retorno de la lluvia. Y la lluvia está ligada a la presencia de los bosques y al viento que eleva a las nubes el polen que condensa el agua evaporada por el sol.
El ser humano tiene el compromiso vital de proteger los factores del equilibrio ambiental para conservar los ríos. Todas las personas tenemos que amar y cuidar los ríos. El río de los amores de Valledupar brota de la Sierra-Madre, su primera estancia es la laguna Curigua y en su recorrido se van sumando arroyos hasta convertirse en el gran río Guatapurí; pasa por el noreste de la ciudad y en un recodo las aguas se tornan profundas y forman el conocido balneario Hurtado. Ahí surge la leyenda de la sirena. Algunos viejos pescadores dicen haber escuchado en noches de luna llena, el cantar de la sirena.
El Guatapurí es frescura, catarsis y magia para inspiración de cantores vallenatos y para los enamorados. Lo han llamado padre tutelar del canto y el rey del Valle. Quien viene a Valledupar y se baña en sus aguas quiere quedarse, y es seguro que regresa. El río necesita verdaderos guardianes para poder seguir en su misión natural de dar vida a la vida, y que la sinfonía del andar de sus aguas esté siempre protegida por la sombra vegetal y el romance cantarino de los pájaros.
Viejos habitantes de Valledupar sienten nostalgia por el inmenso caudal y el verdor de la floresta; hoy en épocas de verano hay partes donde el río pierde su andar entre las rocas y la ausencia de árboles sombríos. Todos estamos en la obligación de custodiar el río y mantenerlo como un auténtico sitio de recreación familiar. Muy bien lo dice un poeta: Tu nombre Valledupar hasta en el aire se siente /el Guatapurí esplendente aquí nos viene a bañar. / Su cauce deja al pasar el perfume de granizos / la magia de los carrizos con su leyenda ancestral/ y el deleite musical en este pueblo mestizo.
Por José Atuesta Mindiola
Un pueblo sin río es un pueblo triste. La calidad del agua determina la calidad de vida en el ser humano. El agua es vivificante y milagrosa; es vitalidad, higiene, recreación y fiesta. El ser humano es un amante del agua: inicia su vida en el río del vientre de la madre y después cuando […]
Un pueblo sin río es un pueblo triste. La calidad del agua determina la calidad de vida en el ser humano. El agua es vivificante y milagrosa; es vitalidad, higiene, recreación y fiesta. El ser humano es un amante del agua: inicia su vida en el río del vientre de la madre y después cuando descubre las bondades del agua se regocija en la hidrolatría: ofrenda la lluvia, la corriente vegetal de los ríos y el escarceo azul de los mares.
Un río es una muralla que frena el trote del desierto. El río existe por un ciclo perfecto de la naturaleza, y en su nacimiento intervienen: el rocío emergente de los glaciares, el remanso de los páramos, el reposo ondulante de lagunas, las afluencias de riachuelos y el retorno de la lluvia. Y la lluvia está ligada a la presencia de los bosques y al viento que eleva a las nubes el polen que condensa el agua evaporada por el sol.
El ser humano tiene el compromiso vital de proteger los factores del equilibrio ambiental para conservar los ríos. Todas las personas tenemos que amar y cuidar los ríos. El río de los amores de Valledupar brota de la Sierra-Madre, su primera estancia es la laguna Curigua y en su recorrido se van sumando arroyos hasta convertirse en el gran río Guatapurí; pasa por el noreste de la ciudad y en un recodo las aguas se tornan profundas y forman el conocido balneario Hurtado. Ahí surge la leyenda de la sirena. Algunos viejos pescadores dicen haber escuchado en noches de luna llena, el cantar de la sirena.
El Guatapurí es frescura, catarsis y magia para inspiración de cantores vallenatos y para los enamorados. Lo han llamado padre tutelar del canto y el rey del Valle. Quien viene a Valledupar y se baña en sus aguas quiere quedarse, y es seguro que regresa. El río necesita verdaderos guardianes para poder seguir en su misión natural de dar vida a la vida, y que la sinfonía del andar de sus aguas esté siempre protegida por la sombra vegetal y el romance cantarino de los pájaros.
Viejos habitantes de Valledupar sienten nostalgia por el inmenso caudal y el verdor de la floresta; hoy en épocas de verano hay partes donde el río pierde su andar entre las rocas y la ausencia de árboles sombríos. Todos estamos en la obligación de custodiar el río y mantenerlo como un auténtico sitio de recreación familiar. Muy bien lo dice un poeta: Tu nombre Valledupar hasta en el aire se siente /el Guatapurí esplendente aquí nos viene a bañar. / Su cauce deja al pasar el perfume de granizos / la magia de los carrizos con su leyenda ancestral/ y el deleite musical en este pueblo mestizo.
Por José Atuesta Mindiola