Entre los años de 2000 y 2002 las comunidades indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta y los paramilitares se sentaron para negociar un acuerdo que pusiera fin a los ataques en contra de los pueblos ancestrales.
En la época más cruda del conflicto armado colombiano, los pueblos indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta se sentaron a negociar con las Autodefensas Unidas de Colombia. El único propósito era parar los asesinatos. Fueron dos reuniones entre el año 2000 y el 2002 en diferentes lugares, donde cada parte adquiría un compromiso.
Óscar Ospino, alias Tolemaida, entonces comandante paramilitar, estuvo presente en ambos encuentros, en representación de las Autodefensas. La primera reunión fue en el departamento de Córdoba donde estuvo Tolemaida junto a Carlos Castaño, Mancuso y Jorge 40. Del lado de las comunidades indígenas, narra, estuvieron directivos de Organización Nacional Indígena de Colombia, ONIC, y miembros de los pueblos indígenas.
El compromiso del Bloque Norte de las Autodefensas era respetar a los mamos como máxima autoridad del territorio de la Sierra Nevada, por supuesto, respetando los sitios sagrados de los pueblos ancestrales. Por su lado, los pueblos indígenas se comprometían a sacar de sus comunidades a los que hacían parte de las Farc o el ELN, grupos armados que también hacían presencia en la zona. Un misionero español que se había quedado a vivir en la sierra nevada fue el traductor de los mamos.
En las laderas de la Sierra Nevada de Santa Marta viven cuatro pueblos indígenas emparentados entre sí: los arhuacos, los wiwas, los koguis y los kankuamos. Lo inhóspito de las montañas de la Sierra Nevada atrajo la llegada de grupos guerrilleros y luego paramilitares por las facilidades para esconderse entre la selva. Bajo la dinámica del conflicto esos grupos armados permearon las comunidades indígenas.
“Los grupos guerrilleros iban llegando a las comunidades indígenas y la Sierra Nevada no era la excepción. Se dialogaba de tú a tú con los guerrilleros. Por la presencia guerrillera, se presentaron las amenazas de los paramilitares. Era un paramilitarismo amenazante. Era una situación grave y de alto riesgo, o hablábamos con los actores ilegales o nos mataban”, cuenta Leonor Zalabata, líder indígena.
La segunda reunión entre las comunidades indígenas y los paramilitares fue en el departamento del Magdalena, específicamente en ‘Refocosta’, una empresa de reforestación, según Óscar Ospino, exjefe paramilitar que cumplió su sentencia y que ahora está en proceso de reintegración a la vida civil.
“Estaban también los de la Onic y creo que un senador de ellos, más los indígenas de los cuatro pueblos de la Sierra Nevada. Entre la delegación habían mujeres y hombres”, documentó Ospino. La reunión demoró alrededor de tres días.
De ese encuentro nació el llamado ‘Pacto de convivencia’ entre los pueblos indígenas y los grupos paramilitares. Con eso, narran, los paramilitares dejaron de atacar a las comunidades ancestrales. “Hablamos con los grupos armados como lo hicimos con el Estado. El problema es que el Estado no tenía unos canales abiertos para solucionar esos problemas y el diálogo es la herramienta más efectiva que teníamos para evitar más muertos”, agregó Zalabata.
Durante el ‘Pacto de convivencia’ se redujeron desde los grupos paramilitares los ataques hacia los grupos indígenas. Sin embargo, una parranda destruyó el acuerdo.
Según Oscar Ospino, en una de las operaciones en contra de Julián Conrado, el ‘cantante de las Farc’, encontraron un material de video donde Conrado estaba dentro de las comunidades indígenas, “incluso se colgaba uno de los gorros del mamo sagrado”. Allí se rompió el pacto y los paramilitares retornaron sus masacres en contra de las comunidades indígenas.
“Eso causó mucha molestia en Jorge 40 y digamos que de alguna u otra forma ese acuerdo de convivencia se rompió. Y la dinámica de la guerra cambió y al final los pueblos indígenas sufrieron por parte nuestras grandes afectaciones”, explica Ospino.
Tener el apellido Arias en las comunidades indígenas kankuamas de Valledupar, entre los años 1999 y 2005, era sinónimo de muerte. En Justicia y Paz los paramilitares reconocieron la masacre que cometieron en contra de los Arias por el estigma de ser colaboradores de la guerrilla. “Pero todo inicio por el famoso Tito Arias, que mezclo a toda su familia en eso”, señala Ospino.
Uriel Arias Martínez, más conocido como Tito Arias, era un kankuamo considerado entonces un guerrillero que comandó el grupo de las Farc que mató al hijo de un reconocido terrateniente del Cesar. Tito Arias, asesinado el 16 de julio de 2004, habría participado en el secuestro y muerte de la exministra de Cultura Consuelo Araújo Noguera.
Según cifras presentadas por los indígenas ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, entre el 2001 y julio de 2004, fueron asesinados 102 kankuamos (en su mayoría eran Arias).
Redacción/ELPILÓN
Entre los años de 2000 y 2002 las comunidades indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta y los paramilitares se sentaron para negociar un acuerdo que pusiera fin a los ataques en contra de los pueblos ancestrales.
En la época más cruda del conflicto armado colombiano, los pueblos indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta se sentaron a negociar con las Autodefensas Unidas de Colombia. El único propósito era parar los asesinatos. Fueron dos reuniones entre el año 2000 y el 2002 en diferentes lugares, donde cada parte adquiría un compromiso.
Óscar Ospino, alias Tolemaida, entonces comandante paramilitar, estuvo presente en ambos encuentros, en representación de las Autodefensas. La primera reunión fue en el departamento de Córdoba donde estuvo Tolemaida junto a Carlos Castaño, Mancuso y Jorge 40. Del lado de las comunidades indígenas, narra, estuvieron directivos de Organización Nacional Indígena de Colombia, ONIC, y miembros de los pueblos indígenas.
El compromiso del Bloque Norte de las Autodefensas era respetar a los mamos como máxima autoridad del territorio de la Sierra Nevada, por supuesto, respetando los sitios sagrados de los pueblos ancestrales. Por su lado, los pueblos indígenas se comprometían a sacar de sus comunidades a los que hacían parte de las Farc o el ELN, grupos armados que también hacían presencia en la zona. Un misionero español que se había quedado a vivir en la sierra nevada fue el traductor de los mamos.
En las laderas de la Sierra Nevada de Santa Marta viven cuatro pueblos indígenas emparentados entre sí: los arhuacos, los wiwas, los koguis y los kankuamos. Lo inhóspito de las montañas de la Sierra Nevada atrajo la llegada de grupos guerrilleros y luego paramilitares por las facilidades para esconderse entre la selva. Bajo la dinámica del conflicto esos grupos armados permearon las comunidades indígenas.
“Los grupos guerrilleros iban llegando a las comunidades indígenas y la Sierra Nevada no era la excepción. Se dialogaba de tú a tú con los guerrilleros. Por la presencia guerrillera, se presentaron las amenazas de los paramilitares. Era un paramilitarismo amenazante. Era una situación grave y de alto riesgo, o hablábamos con los actores ilegales o nos mataban”, cuenta Leonor Zalabata, líder indígena.
La segunda reunión entre las comunidades indígenas y los paramilitares fue en el departamento del Magdalena, específicamente en ‘Refocosta’, una empresa de reforestación, según Óscar Ospino, exjefe paramilitar que cumplió su sentencia y que ahora está en proceso de reintegración a la vida civil.
“Estaban también los de la Onic y creo que un senador de ellos, más los indígenas de los cuatro pueblos de la Sierra Nevada. Entre la delegación habían mujeres y hombres”, documentó Ospino. La reunión demoró alrededor de tres días.
De ese encuentro nació el llamado ‘Pacto de convivencia’ entre los pueblos indígenas y los grupos paramilitares. Con eso, narran, los paramilitares dejaron de atacar a las comunidades ancestrales. “Hablamos con los grupos armados como lo hicimos con el Estado. El problema es que el Estado no tenía unos canales abiertos para solucionar esos problemas y el diálogo es la herramienta más efectiva que teníamos para evitar más muertos”, agregó Zalabata.
Durante el ‘Pacto de convivencia’ se redujeron desde los grupos paramilitares los ataques hacia los grupos indígenas. Sin embargo, una parranda destruyó el acuerdo.
Según Oscar Ospino, en una de las operaciones en contra de Julián Conrado, el ‘cantante de las Farc’, encontraron un material de video donde Conrado estaba dentro de las comunidades indígenas, “incluso se colgaba uno de los gorros del mamo sagrado”. Allí se rompió el pacto y los paramilitares retornaron sus masacres en contra de las comunidades indígenas.
“Eso causó mucha molestia en Jorge 40 y digamos que de alguna u otra forma ese acuerdo de convivencia se rompió. Y la dinámica de la guerra cambió y al final los pueblos indígenas sufrieron por parte nuestras grandes afectaciones”, explica Ospino.
Tener el apellido Arias en las comunidades indígenas kankuamas de Valledupar, entre los años 1999 y 2005, era sinónimo de muerte. En Justicia y Paz los paramilitares reconocieron la masacre que cometieron en contra de los Arias por el estigma de ser colaboradores de la guerrilla. “Pero todo inicio por el famoso Tito Arias, que mezclo a toda su familia en eso”, señala Ospino.
Uriel Arias Martínez, más conocido como Tito Arias, era un kankuamo considerado entonces un guerrillero que comandó el grupo de las Farc que mató al hijo de un reconocido terrateniente del Cesar. Tito Arias, asesinado el 16 de julio de 2004, habría participado en el secuestro y muerte de la exministra de Cultura Consuelo Araújo Noguera.
Según cifras presentadas por los indígenas ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, entre el 2001 y julio de 2004, fueron asesinados 102 kankuamos (en su mayoría eran Arias).
Redacción/ELPILÓN