Pese al riesgo de contagio de covid-19, las trabajadoras sexuales de este transcurrido sector siguen en ‘pie de lucha’ para ganarse el sustento diario a cambio de encuentros casuales; aunque ahora lo hacen a ritmo del ‘toque de queda’.
Desde el inicio de la pandemia ocasionada por el coronavirus en Valledupar, como en muchas regiones de Colombia, las trabajadoras sexuales han tenido que ingeniárselas en su actividad comercial para subsistir. Como ejemplo está la calle 44, una avenida de ‘sexo abierto’, en la que las mujeres desde las primeras horas del día ofrecen su cuerpo.
Lee también: Migrantes: el drama de aprender la prostitución
Una de ellas es Lorena* (nombre cambiado), quien a las 7:00 de la mañana llega a su habitual puesto de trabajo, una de las macetas que decora la concurrida vía. La mujer, de tez morena y cabello lacio, casualmente no usa ropa ‘llamativa’, solo un suéter negro y un pantalón licrado del mismo color.
Para ella es suficiente aproximarse a la orilla de la carretera para que los hombres lleguen y pueda vender un momento de sexo entre 25 mil a 30 mil pesos.
El trabajo se reduce por los toques de queda y el confinamiento total, pero el negocio continúa para llenar la nevera, pese a que la pandemia ha modificado de golpe todos los ingresos como prostituta.
“Con la situación que hay hacemos dos ratos en la mañana y dos más en la tarde, depende también a veces de que uno sea quien llame al cliente. El día está saliendo como a 70 mil pesos”, acotó la fémina.
Agregó que antes había más servicio, puesto que ellas amanecían trabajando entre las 2:00 a 3:00 de la madrugada, lo que se traducía a unos seis o más encuentros. “Pero ahora los policías llegan y nos dicen que nos vayamos para la casa, entonces estamos como hasta las 6:30 o 7:00 de la noche máximo”, agregó.
El miedo al contagio y a ser multado por las restricciones son otros aspectos por los que la demanda es inconstante.
La mujer estaba acompañada de dos amigas, quienes vestían de short y blusa corta con escote profundo. A todas, les toca conseguir el diario para el arriendo, la alimentación y la manutención de los hijos, e inclusive, hasta para poder responder con la cuota del ‘pago diario’. Además, comparten residencia en el barrio 25 de Diciembre.
Algunas optaron también por vender tintos, cuyo vaso cuesta entre 300 a 500 pesos. “La gente es prejuiciosa porque no sabe que esta es nuestra manera de sobrevivir; muchas no sabíamos que era prostituirnos o salir tan temprano en la mañana hasta en la tarde, pero aun así la gente nos ve con malos ojos”, aseveró Lina*, una mujer de nacionalidad venezolana, corpulenta, de cabello largo y piel morena.
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Precisó, también, que tiene que mantener a tres hijas menores de edad, de las cuales una está enferma. La niña de 3 años fue diagnosticada con neuropatía óptica, una enfermedad consistente en la pérdida repentina de la visión central.
“Cuando llegué acá (a Valledupar) me brindaron la ayuda para que la viera un oftalmólogo en el centro donde me pidieron más estudios, pero no conté con el apoyo para llevarla a Barranquilla; después la llevé a una organización donde veían a los niños venezolanos y me dijeron que nos llamarían, pero no lo hicieron”, precisó.
Lo más sorprendente es que en medio del trabajo solo Lorena*por un momento usó tapaboca para prevenir el contagio por coronavirus, pero al rato sacó un cigarrillo para fumar mientras esperaba a los clientes. Ella aseguró que era suficiente aplicarse alcohol en el motel antes de tener relaciones sexuales.
Otra joven, ubicada con una vendedora ambulante a unos pasos de la misma acera, indicó que el coronavirus era selecto y por tanto no sentía la necesidad del cubreboca.
“No digo que la pandemia sea mentira, pero creo que depende del organismo del cuerpo; yo estuve en una oportunidad en un refugio con unas 30 personas y no me pasó nada”, aseveró la mujer, que tiene un mes de haber llegado de Venezuela, aunque dijo que en el 2017 había vivido en la capital del cesar.
Explicó que cobraba como mínimo 30 mil pesos y que gozaba de asidua clientela, no sabe si por su belleza o juventud. Con el pago sostiene a su mamá e hijo menor de edad, quienes viven con ella en un apartamento.
No obstante, su pensamiento es quizá uno de los motivos por los que en el departamento del Cesar van 49.970 contagiados por coronavirus, según el último reporte de la Secretaría de Salud Departamental. Mientras que en Valledupar la ocupación de camas UCI para pacientes de covid-19 es del 97 %, una cifra muy elevada desde que inició el estado de emergencia sanitaria en marzo de 2020.
En lo que sí razonan algunas trabajadoras sexuales es en la seguridad personal, puesto que manifestaron que el servicio tratan de suministrarlo en el motel ubicado en la misma avenida donde están todas.
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El sector no solo es utilizado por ellas, dado que en la calle 44 con carrera 27 también se prostituyen las transexuales y transgénero. Este colectivo tiene su propio territorio y llega preferiblemente en horas de la tarde.
En definitiva, todas tratan de sobrevivir a su manera y al ritmo de la calle, puesto que a diferencia de las prostitutas de establecimientos de alto nivel, ellas carecen de comodidades para apostarle al sexo online.
Marllelys Salinas / EL PILÓN
[email protected]
Pese al riesgo de contagio de covid-19, las trabajadoras sexuales de este transcurrido sector siguen en ‘pie de lucha’ para ganarse el sustento diario a cambio de encuentros casuales; aunque ahora lo hacen a ritmo del ‘toque de queda’.
Desde el inicio de la pandemia ocasionada por el coronavirus en Valledupar, como en muchas regiones de Colombia, las trabajadoras sexuales han tenido que ingeniárselas en su actividad comercial para subsistir. Como ejemplo está la calle 44, una avenida de ‘sexo abierto’, en la que las mujeres desde las primeras horas del día ofrecen su cuerpo.
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Una de ellas es Lorena* (nombre cambiado), quien a las 7:00 de la mañana llega a su habitual puesto de trabajo, una de las macetas que decora la concurrida vía. La mujer, de tez morena y cabello lacio, casualmente no usa ropa ‘llamativa’, solo un suéter negro y un pantalón licrado del mismo color.
Para ella es suficiente aproximarse a la orilla de la carretera para que los hombres lleguen y pueda vender un momento de sexo entre 25 mil a 30 mil pesos.
El trabajo se reduce por los toques de queda y el confinamiento total, pero el negocio continúa para llenar la nevera, pese a que la pandemia ha modificado de golpe todos los ingresos como prostituta.
“Con la situación que hay hacemos dos ratos en la mañana y dos más en la tarde, depende también a veces de que uno sea quien llame al cliente. El día está saliendo como a 70 mil pesos”, acotó la fémina.
Agregó que antes había más servicio, puesto que ellas amanecían trabajando entre las 2:00 a 3:00 de la madrugada, lo que se traducía a unos seis o más encuentros. “Pero ahora los policías llegan y nos dicen que nos vayamos para la casa, entonces estamos como hasta las 6:30 o 7:00 de la noche máximo”, agregó.
El miedo al contagio y a ser multado por las restricciones son otros aspectos por los que la demanda es inconstante.
La mujer estaba acompañada de dos amigas, quienes vestían de short y blusa corta con escote profundo. A todas, les toca conseguir el diario para el arriendo, la alimentación y la manutención de los hijos, e inclusive, hasta para poder responder con la cuota del ‘pago diario’. Además, comparten residencia en el barrio 25 de Diciembre.
Algunas optaron también por vender tintos, cuyo vaso cuesta entre 300 a 500 pesos. “La gente es prejuiciosa porque no sabe que esta es nuestra manera de sobrevivir; muchas no sabíamos que era prostituirnos o salir tan temprano en la mañana hasta en la tarde, pero aun así la gente nos ve con malos ojos”, aseveró Lina*, una mujer de nacionalidad venezolana, corpulenta, de cabello largo y piel morena.
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Precisó, también, que tiene que mantener a tres hijas menores de edad, de las cuales una está enferma. La niña de 3 años fue diagnosticada con neuropatía óptica, una enfermedad consistente en la pérdida repentina de la visión central.
“Cuando llegué acá (a Valledupar) me brindaron la ayuda para que la viera un oftalmólogo en el centro donde me pidieron más estudios, pero no conté con el apoyo para llevarla a Barranquilla; después la llevé a una organización donde veían a los niños venezolanos y me dijeron que nos llamarían, pero no lo hicieron”, precisó.
Lo más sorprendente es que en medio del trabajo solo Lorena*por un momento usó tapaboca para prevenir el contagio por coronavirus, pero al rato sacó un cigarrillo para fumar mientras esperaba a los clientes. Ella aseguró que era suficiente aplicarse alcohol en el motel antes de tener relaciones sexuales.
Otra joven, ubicada con una vendedora ambulante a unos pasos de la misma acera, indicó que el coronavirus era selecto y por tanto no sentía la necesidad del cubreboca.
“No digo que la pandemia sea mentira, pero creo que depende del organismo del cuerpo; yo estuve en una oportunidad en un refugio con unas 30 personas y no me pasó nada”, aseveró la mujer, que tiene un mes de haber llegado de Venezuela, aunque dijo que en el 2017 había vivido en la capital del cesar.
Explicó que cobraba como mínimo 30 mil pesos y que gozaba de asidua clientela, no sabe si por su belleza o juventud. Con el pago sostiene a su mamá e hijo menor de edad, quienes viven con ella en un apartamento.
No obstante, su pensamiento es quizá uno de los motivos por los que en el departamento del Cesar van 49.970 contagiados por coronavirus, según el último reporte de la Secretaría de Salud Departamental. Mientras que en Valledupar la ocupación de camas UCI para pacientes de covid-19 es del 97 %, una cifra muy elevada desde que inició el estado de emergencia sanitaria en marzo de 2020.
En lo que sí razonan algunas trabajadoras sexuales es en la seguridad personal, puesto que manifestaron que el servicio tratan de suministrarlo en el motel ubicado en la misma avenida donde están todas.
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El sector no solo es utilizado por ellas, dado que en la calle 44 con carrera 27 también se prostituyen las transexuales y transgénero. Este colectivo tiene su propio territorio y llega preferiblemente en horas de la tarde.
En definitiva, todas tratan de sobrevivir a su manera y al ritmo de la calle, puesto que a diferencia de las prostitutas de establecimientos de alto nivel, ellas carecen de comodidades para apostarle al sexo online.
Marllelys Salinas / EL PILÓN
[email protected]