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Reflexión Democrática. Libro VIII de La República, de Platón

Si bien es cierto que esta columna busca reflejar el pensamiento de Platón, o de Sócrates, pretendo aterrizarlo a nuestra realidad.

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Qué dicha: regresa Platón, o Sócrates; da igual.

Si bien es cierto que esta columna busca reflejar el pensamiento de Platón, o de Sócrates, pretendo aterrizarlo a nuestra realidad. Las formas de gobierno analizadas en La República, Libro VIII, son: aristocracia, timocracia, oligarquía, democracia; y allí se examina el progresivo declive de la sociedad justa hacia tipos de gobiernos que resultan lastrados y despreciables. Podemos constatar, en efecto, varios de ellos en América Latina.

En nuestros tiempos, el tipo de gobierno predominante es la democracia, con frecuencia adulterada por líderes ambiciosos que se arrogan para sí la totalidad —o casi la totalidad— de la empresa del gobierno, debilitando y abusando de las otras ramas del poder público. Así, podemos pensar que no es la democracia la enfermedad, sino la mentalidad del caudillo ambicioso. De este modo es posible distinguir y separar al hombre del sistema. Algunas partes del mundo padecen esta situación; nosotros no somos la excepción.

En la democracia, la libertad sin límites y el desorden, a veces provocado maliciosamente, suelen desembocar en el liderazgo demagógico de un tirano. El tirano se sostiene mediante el miedo, la desorganización y la mentira. Gobierna como un autócrata absoluto, despojando a la sociedad civil de la justicia y la felicidad.

La democracia, con su promesa de libertad e igualdad, puede convertirse en una trampa que conduce al caos y a la anarquía, cuando líderes mesiánicos, urgidos por cambios sociales y económicos, se desesperan y adoptan supuestas medicinas peores que la enfermedad.

El deseo precipitado de igualdad absoluta, promovido por un líder acosador, puede desarticular las jerarquías institucionales necesarias para la conservación armónica de las distintas ramas del poder público.

Un tal líder suele buscar asentarse en la multitud ante la que dice gobernar; sin embargo, eso es una falacia: no gobierna para ella, sino para satisfacer su egocentrismo personal —como nos enseña la ciencia de la psicología—. Solo que el arte de la política enmascara esa realidad. Un líder obsesionado por el poder no es un ciudadano normal, sino un monstruo de la competencia política; y la ignorancia cómplice es la trampa y el peligro. Por ello, la democracia debe ser servida por hombres sabios y probos, como se lo propuso Platón a la humanidad hace casi dos mil quinientos años. Y hay poblaciones en el mundo que aún no aprenden la lección.

Una democracia recalentada por la impaciencia de un líder que confía poco en las instituciones republicanas corre el peligro de dejarse sobornar por una pretendida igualdad, sin justicia y sin éxito perdurable.

Finalmente, Platón o Sócrates se preguntan: ¿Qué papel juegan la educación y la virtud en mantener el equilibrio democrático entre las clases y las pasiones humanas? Juegan un papel fundamental, condición sine qua non para que la democracia funcione. Sin embargo, ni los gobiernos democráticos ni aquellos que no lo son se preocupan verdaderamente al respecto. Se comete la tontería o la mala fe de creer más en el reparto de tierras que en la educación. Todo el presupuesto nacional debería dedicarse a la educación de la población, en su calidad de educación buena, de toda la población.

Por: Rodrigo López Barros.

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