Conozco a profundidad la historia reciente de países como Colombia, México y Venezuela, que hoy están en manos de la izquierda y que, por esa razón, padecen de lo mismo: el hampa se ha tomado la institucionalidad, sus territorios, los 3 gobiernos ejercen su poder soportados en la criminalidad. En Colombia, hace muchos años, y obviamente antes de las últimas elecciones presidenciales, vimos cómo a Gustavo Petro, guerrillero del M-19, un indulto le borró sus crímenes y cambió su estatus de delincuente al de ciudadano, que lleva varios lustros viviendo del Estado que ha combatido desde entonces. En México, Morena llevó a López Obrador a la presidencia, generó enormes atrasos en el día a día del Estado y pavimentó la carretera para la llegada de Claudia Sheinbaum; en Venezuela, a Chávez se le indultó luego de tratar de completar un golpe de Estado, llegó al poder y dejó a Maduro como sucesor.
Los 3 países comparten esto: el uso de subsidios para cooptar a las personas y comprar sus conciencias a cambio de dinero; una perfecta aplicación, paso a paso, de los dictámenes del Foro de Sao Paulo -de creación de los hermanos Castro y Lula Da Silva-, la persecución sistemática del sector privado, hacerle la vida insoportable al empresario, al mismo personaje que genera empleo y tributa.
En Colombia, como ha sucedido en México y Venezuela, la educación también ha sido afectada por la ideologización de izquierda. El lenguaje inclusivo, los temas de género, la constante relativización de la verdad, hacen parte del dossier del mal llamado progresismo. La izquierda impone el gobierno de las minorías, construyendo una absoluta distorsión del deber ser, de la realidad.
Son las minorías las que terminan, con una abusiva narrativa de defensa de derechos, imponiendo a la mayoría una nueva visión del mundo. Esto, ya detectado, debemos combatirlo. En Colombia puntualmente, tanto el Icetex como Colfuturo se han visto afectados directamente por el gobierno Petro, por una sencilla razón: la izquierda necesita que le gente permanezca ignorante, pobre, para mantener vigente sus mentiras. Si la gente se educa, crece y sale adelante, conoce que la vida puede sonreírle y permitirle avanzar, va por eso: se olvida de sus ideas retardatarias y apuesta por un capitalismo que, lejos del resentimiento contra quienes han podido desarrollarse lejos de la pobreza, genera riqueza, ingreso y bienestar, entre muchos otros aspectos.
En los 3 países la mafia está enquistada en el Ejecutivo. Sheinbaum ha manifestado que “la guerra contra el narco no es una opción”, en Venezuela el mismísimo dictador es el jefe del Cartel de los Soles, y en Colombia, Petro prometió en campaña -en múltiples conversaciones con criminales que dieron origen al “pacto de la Picota”- impunidad y convivencia activa con el delito; ha llegado al descaro de reincorporar a militares que fueron retirados del servicio por casos comprobados de corrupción y ubicarlos en posiciones de mando para favorecer a sus secuaces, para permitirle a los delincuentes su actuar y el crecimiento de su nefasta influencia, mientras las tropas, desanimadas, entran en depresión profunda.
Hoy en Colombia los soldados de la patria son secuestrados por indígenas, por población civil, son maltratados e insultados en los pueblos tomados por la criminalidad petrista. Ya hemos tocado fondo, es hora de reaccionar y actuar en consecuencia.
Mientras tanto, con la declaratoria de triunfo en las elecciones presidenciales de Honduras en favor del conservador -apoyado directamente por Trump- Nasry Asfura, la política latinoamericana sigue reacomodándose y girando a la derecha, que no debió abandonar. Miramos el futuro cercano con muchísimo optimismo, sabemos que países como Colombia y Venezuela muy pronto “sanearán” su institucionalidad y otros, como México, seguirán neutralizándose gracias a que Trump está muy bien sentado en la oficina oval. Latinoamérica despierta y por eso Argentina, Chile, Honduras, El Salvador, Ecuador, Bolivia, Paraguay, duermen tranquilos y reestablecen su dignidad, su orgullo y el orden perdido.
Por: Jorge Eduardo Ávila.





