COLUMNA

Valledupar 2026

Diciembre tiene una extraña virtud: nos obliga a mirar atrás sin anestesia.

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Diciembre tiene una extraña virtud: nos obliga a mirar atrás sin anestesia. No es un mes complaciente; es, más bien, un espejo severo. En lo personal, cada diciembre me conduce —casi sin permiso— a retrotraer lo que nos ocurrió como ciudad, a pasar revista a los hechos, a los silencios, a los errores. Y es ahí donde emerge una convicción que incomoda, pero libera: los errores no están hechos para ocultarse, sino para ser impulso. Nada progresa si se esconde lo que duele.

Valledupar no es una ciudad perfecta, y acaso nunca deba serlo. La perfección, en asuntos humanos, suele ser un artificio peligroso. Somos una ciudad atravesada por variables complejas: problemáticas persistentes, resultados que no siempre coinciden con las expectativas, promesas que se pueden disolver en la cotidianidad. Pero esas mismas fallas —cuando acontecen— son diagnóstico. Revelan, con crudeza, lo que está mal y, por lo mismo, lo que puede ser cambiado. El error, bien leído, es una forma de conocimiento.

Pensar en Valledupar 2026 exige, entonces, una actitud distinta: la ética del recomienzo. No como borrón y cuenta nueva —eso sería ingenuo—, sino como la apertura consciente de una página que se escribe desde la página uno, sabiendo que el libro tiene historia, márgenes subrayados y cicatrices visibles. Es como reiniciar sin olvido; buscando una mejor comprensión.

En este aspecto, recuerdo al novelista Albert Camus el cual manifestaba: “el verdadero generador de la libertad es la lucidez”. Esa lucidez es la que hoy nos reclama la ciudad. Ser ciudadanos lúcidos implica reconocer que muchos de nuestros males no nacen únicamente de decisiones gubernamentales, sino de hábitos normalizados, de pequeñas transgresiones diarias que, acumuladas, erosionan la vida colectiva. La cultura ciudadana no es un concepto ornamental; es la raíz. De ella se desprenden fenómenos que hoy asumimos como inevitables: la siniestralidad vial convertida en pan de cada día, la basura arrojada como si el espacio público fuera tierra de nadie, la contaminación de nuestros afluentes como si el agua no tuviera memoria.

La ciudad no se deteriora de golpe; se desgasta lenta y progresivamente, en gestos que pueden ser mínimos: un semáforo irrespetado, una bolsa arrojada al río, una norma burlada con la excusa de la urgencia. Por eso, pensar en una “revolución” para Valledupar 2026 no pasa por los grandes discursos ni por las promesas grandilocuentes. Pasa por lo pequeño. Por una revolución silenciosa de las cosas simples: respetar la fila, cuidar la calle, entender que el espacio común también es una forma de hogar.

Queremos una Valledupar más atenta: capaz de leer sus señales, de escuchar sus fracturas y de asumir que el progreso no siempre hace ruido. A veces ocurre en silencio, cuando el ciudadano decide no transgredir, cuando entiende que la ley no es un obstáculo sino un acuerdo, cuando descubre que el cuidado también es una forma de inteligencia.

Si algo debería caracterizar el tránsito hacia 2026 es esa madurez cívica que no necesita aplausos ni vitrinas. Una ciudad que se piensa a sí misma, que corrige sin estridencias y que comprende que la dignidad urbana se construye en lo cotidiano. Tal vez ahí —en ese gesto íntimo y casi invisible— comience la versión más honesta y posible de Valledupar. No la ideal, sino la consciente. Y eso, en tiempos de ruido, ya sería una forma superior de avance.

Que el año que se anuncia nos encuentre más atentos, más sobrios en el juicio y más generosos en el cuidado. Que aprendamos a habitar la ciudad con la delicadeza con la que se habita lo valioso, entendiendo que cada gesto cuenta y que toda omisión también deja huella. Que Valledupar avance no solo en obras y cifras, sino en conciencia, respeto y sentido de pertenencia.

A todos los vallenatos, que 2026 llegue con la claridad de quien ha aprendido de sus errores y con la esperanza tranquila de quien sabe que el progreso verdadero se construye paso a paso. Que sea un año de recomienzos lúcidos, de acuerdos respetados y de una ciudad que, sin hacer ruido, decida caminar mejor. Feliz 2026: que nos encuentre más humanos, más conscientes y profundamente comprometidos con el porvenir que estamos llamados a construir.

Por: Jesús Daza Castro.

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