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¿Por qué guerrear cuando se puede amar? Guerras fratricidas que no deben ser…

“El 24 de febrero de 2022, Rusia inició una invasión militar a gran escala de Ucrania, llevando a cabo ataques que han causado muertos y heridos entre la población civil, así como daños en edificios civiles, como hospitales, escuelas y viviendas”.

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El 24 de febrero de 2022, Rusia inició una invasión militar a gran escala de Ucrania, llevando a cabo ataques que han causado muertos y heridos entre la población civil, así como daños en edificios civiles, como hospitales, escuelas y viviendas”.

El encabezado de esta nota dicta sobre una guerra infame que ha cobrado tantos muertos, tanta desolación, temor, tristeza e intereses mezquinos de líderes que se creen dioses, que creen que pueden disponer de la vida de niños, jóvenes o ancianos.

Guerra, muerte, desolación, actos que se convierten en atractivos económicos, duro decirlo, y que sus gestores mueven sus tentáculos tenebrosos e infames hasta estos países subdesarrollados en donde el desempleo y la falta de oportunidades es el común denominador entre la población joven que no encuentra cómo cumplir sus sueños, cómo estudiar o cómo lograr sus quimeras de vivienda y trabajo. Ven estos escenarios como una salida al caótico futuro laboral.

La muerte al final es la respuesta a esos sueños: caer en combates, en bombardeos; que por lo cruel de la guerra ni siquiera los cuerpos aparecen. El pasado 15 de noviembre a través de la noticia de EL PILÓN se confirmaba el fallecimiento de un joven vallenato en Ucrania y que, además, su cuerpo sigue desaparecido.

Affeth Yesid, es ese joven vallenato que perdió su vida tratando de cultivar un futuro mejor. Duele su muerte, duele ver cómo de manera equivocada una camada de jóvenes cree que ir a pelear una guerra que no entienden, que no saben por qué se da, ni entienden las razones de ese salvaje hecho, sería la solución a sus problemas de trabajo, de solvencia económica. Triste realidad de muerte que hoy envuelve a su familia.

Era un joven responsable, su ilusión era ayudar a su mamá, y a sus dos hermanitas, como a su padre, ‘Guarentiña’, un reconocido trabajador de la comuna uno, por el sector de los barrios: Sicarare, Kennedy y Villa del Rosario, en donde una mesita cubierta con un mantel blanco, un par de veladoras, una foto de Affeth y una cruz negra dan cuenta del dolor de una familia y  la triste realidad de una sociedad que ve cómo la guerra se extiende a sus calles, esas calles que generan inseguridad, intolerancia, desgreño social.

Vemos a los jóvenes delinquiendo, consumiendo drogas, caminando por rutas fáciles y cayendo en ofrecimientos atractivos, pero al final banales, como por ejemplo ir a enrolarse en las filas de la angustia de una guerra que los mata en un abrir y cerrar de ojos.

Conocí a este joven, muy cercano a los afectos de la familia, lo vi nacer y crecer, vi cómo su papá se desvivía para educarlo y hacerlo un hombre de bien para la sociedad, una sociedad que ve cómo mueren sus jóvenes y no pasa nada. El llamado a los muchachos que, por esa adrenalina pura, se enrolan en una guerra que nadie entiende: no lo hagan, busquen la manera de estudiar y ser útiles en acciones diferentes a la guerra. ¿Por qué guerrear, cuando se puede amar?  Sólo Eso.  

Por: Eduardo Santos Ortega Vergara.

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