COLUMNA

Halloween macabro

Lamentablemente, en Colombia el 31 de octubre se ha convertido en una fecha realmente macabra, miedosa. En esa fecha del año 2010, Luis Andrés Colmenares, entonces estudiante de Economía e Ingeniería Industrial de la Universidad de Los Andes, murió en extrañas circunstancias.

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Lamentablemente, en Colombia el 31 de octubre se ha convertido en una fecha realmente macabra, miedosa. En esa fecha del año 2010, Luis Andrés Colmenares, entonces estudiante de Economía e Ingeniería Industrial de la Universidad de Los Andes, murió en extrañas circunstancias. Y ahora, 15 años después, otro estudiante de la misma universidad, Jaime Esteban Moreno, muere también de manera violenta. Ambos decesos se dieron después de fiestas de disfraces en las que, en ningún caso, se ha podido aclarar qué pasó, qué hechos generaron ambos crímenes.

Es una verdadera lástima que nuevamente una familia deba enfrentar la tragedia de la desaparición de uno de sus hijos, de apenas 20 años, que salió de su domicilio a celebrar Halloween y nunca regresó. Ya Jaime Esteban está muerto, ya lo velaron y lo enterraron; la realidad es que Moreno ya no está en este plano. Y más allá de querer conocer la verdad, lo que ocurrió en el bar de propiedad de María del Mar Pizarro -representante a la Cámara por el Pacto Histórico, hermana de María José Pizarro e hija de Carlos Pizarro Leóngómez, guerrillero del M-19, y su pareja- quiero detenerme para analizar este fenómeno y sus implicaciones.

¿Por qué suceden este tipo de cosas en Colombia? ¿Por qué hemos normalizado que la gente salga de su casa y no regrese? ¿Qué pasa con la sociedad colombiana que no “se mosquea” por estos temas y sigue viviendo como si nada de esto hubiese pasado? ¿Tiene que morir alguien cercano para detenerse a pensar en temas como este y, ahí sí, exigir justicia? Como nación, hemos crecido inmersos en una violencia sin límites que ha generado un irrespeto sistemático por los derechos del otro, los del vecino, y los índices de impunidad han potenciado estos comportamientos en una sociedad enferma que no sólo no logra meter en cintura a los delincuentes, sino que parece motivarlos.

El hampa hoy reina en Colombia, los delincuentes se mueven a sus anchas y se han apoderado de ciudades y territorios en los que el delito parece ser buen negocio y el dinero fácil es la meta de una juventud que se niega a madrugar a estudiar y trabajar. Esta narrativa de la realidad colombiana es fiel reflejo de lo que sucede en el gobierno, de quienes detentan hoy el poder, de quienes se han relacionado con los hampones y les han pagado sus favores preelectorales dejándolos actuar sin control. Nuestras fuerzas militares, desconcertadas y lideradas por pusilánimes, están desmoralizadas al ver su presente. Volvemos a lo mismo: afortunadamente, este gobierno entró en la recta final; pronto será sólo un pésimo recuerdo, el peor de todos.

Familia y educadores debemos unirnos en un mismo equipo para trabajar de la mano y poner en marcha programas que acompañen el desarrollo de valores en nuestros niños y jóvenes; la juventud debe recuperarse de un presente desesperanzador, apocalíptico, debemos arropar a quienes están llamados a reconstruir nuestra institucionalidad, actualmente reducida a su mínima expresión gracias al comunismo retardatario de Petro y compañía. Colegios y universidades deben generar espacios de reflexión permanentes, en los que se analicen los recientes fenómenos sociopolíticos y las posibles salidas a esta tragedia.

La historia que estamos escribiendo desde hace casi 4 años no debe repetirse, por ningún motivo; debemos identificar aprendizajes de esta amarga experiencia y blindar a la democracia colombiana para no volver a caer tan bajo. A este país que nos duele lo debemos recuperar entre todos, unidos, apoyando iniciativas democráticas y de libre mercado que permitan retomar el rumbo y redefinir el futuro que deseamos. ¡Manos a la obra!

Mientras tanto, cada día que pasa se cierra el cerco de Trump contra los regímenes de Maduro y Petro. Estos últimos son los mismos y defienden intereses comunes. Ambos merecen la misma suerte y han “pateado la lonchera” sistemáticamente. La vida de estos dos tipos se ha vuelto insoportable; están desesperados y no enfrentarán un final diferente a la cárcel, producto de su captura o rendición. Cada vez les cuesta más respirar…

Por: Jorge Eduardo Ávila.

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