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El enigma del corazón

Albert Camus escribió alguna vez que “Hay un rincón de soledad en cada corazón que nadie puede alcanzar”. Y eso me trae a la memoria el cuento que me contó un fantasma en alguna de mis tantas noches de insomnio, cuando la nostalgia me hizo presa y, con un suave aliento, apagó la efímera luz con la que andaba buscando dentro de mí la soledad que sentía.

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Albert Camus escribió alguna vez que “Hay un rincón de soledad en cada corazón que nadie puede alcanzar”. Y eso me trae a la memoria el cuento que me contó un fantasma en alguna de mis tantas noches de insomnio, cuando la nostalgia me hizo presa y, con un suave aliento, apagó la efímera luz con la que andaba buscando dentro de mí la soledad que sentía.

Nos convertimos en seres más sensibles y vulnerables para estas fechas, aunque a veces nos creamos duros, y haya algunos que sean como el célebre Ebenezer Scrooge, el protagonista de Un cuento de Navidad, de Charles Dickens, quien, con su aparente corazón duro y egoísta, odia la Navidad, a los niños o cualquier cosa que produzca felicidad.

Ha llegado un mes en donde el corazón palpita por alegrías y emociones, pero que también lo hace por recuerdos y añoranzas cargadas de tristezas e ilusiones, mes en el que el ser humano abre su pecho y lo expone ante la esperanza de lo que no vemos y a veces creemos alcanzar. Y aunque sean muchas las situaciones de los hombres, no podemos dejar de asociar a cada una con el motor que lo impulsa y lo conecta a sus emociones, un motor llamado corazón. ¡Válgame Dios, si no!

El corazón, identificado como el centro de todo el cuerpo, el asiento de la vida, de la emoción, de la razón, la voluntad, el intelecto, el propósito o la mente; símbolo emblemático en varias creencias, adquiriendo el significado de verdad, conciencia o valor moral en muchas religiones, incluso ha sido tenido como el sitio en donde se albergan tanto el pensamiento como la voluntad y la memoria.  También se creía que metafísicamente se formaba a partir de una gota de sangre del corazón de la madre del niño, extraída en el momento de la concepción. Sin embargo, para la ciencia no deja de ser solo un músculo sin el cual sería imposible que el sistema circulatorio funcione, pues las arterias transportan la sangre oxigenada que sale de él, mientras que las venas la transportan desoxigenada de regreso.  

Pero —que me disculpe la ciencia— hay otras cosas que entran y salen del corazón y, aún más, permanecen, y que no son propiamente sangre. Son emociones que se quedan y a veces se van a habitar a lo más profundo, lejano y apartado de él, resguardándose en soledad, en sitios que son como buhardillas de casas abandonadas, frías y solitarias.  Sentimientos que se hospedan y a veces hacen que califiquemos erróneamente al corazón con adjetivos que para nada son de su esencia; por ejemplo, cómo decirle a un corazón que es malvado y a otro bondadoso, o duro, o egoísta, o blando, o salvaje, o avaro, o mezquino, o mágico, o romántico.  Y podría seguir enumerando infinidad de adjetivos mal aplicados al corazón. Hasta metafóricamente se rompe, ¿lo sabían? ¿Quién no ha escuchado sobre un corazón roto cuando nos referimos a la experiencia que nos causa ese intenso dolor emocional o sufrimiento que se manifiesta después de padecer una pérdida, o de haber sido traicionados o rechazados?

Inentendible el corazón, ¿cierto? Cuando hasta a veces lo ponemos a cargar nuestros pesares y penas, y hasta nuestros más íntimos secretos que pueden rayar en bajas pasiones, pecados y hasta crímenes. Y tal vez por eso, los antiguos egipcios decían que el corazón era el asiento de la emoción, el pensamiento, la voluntad y la intención; era la clave del más allá y por ello era examinado por Anubis y una variedad de deidades en una ceremonia en la que se sometía al corazón a un pesaje, colocándolo en una balanza de dos brazos: el corazón del difunto de un lado y la pluma de Maat, en el otro platillo, que simbolizaba el estándar ideal de comportamiento.   Si la balanza se equilibraba, significaba que el poseedor del corazón había vivido una vida justa y podía entrar en la otra vida; si el corazón era más pesado, sería devorado por el monstruo Ammit.

Solo puedo decirles, queridos lectores, que lo que habita en el corazón, invisible y misterioso, es un enigma que tal vez solo pueda ser resuelto escuchando el alma que quizás deambule en él y comprenda sus latidos, porque, como en el cielo, siempre hay un sitio oscuro en donde nada lo ilumina, así es en nuestros corazones. 

Por: Jairo Mejía.

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