COLUMNA

Cuando el miedo se vuelve rutina: una mirada desde la consulta al feminicidio

Cada vez que una mujer es asesinada por su pareja o expareja, no solo perdemos una vida, perdemos la posibilidad de haberla escuchado antes, de haber leído sus señales, de haberla acompañado sin juicio.

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Cada vez que una mujer es asesinada por su pareja o expareja, no solo perdemos una vida, perdemos la posibilidad de haberla escuchado antes, de haber leído sus señales, de haberla acompañado sin juicio. Y lo digo desde el lugar que ocupo: el consultorio, un espacio donde, con demasiada frecuencia, las mujeres confiesan miedos que no deberían existir dentro de un vínculo que se llama “amor”.

Hace pocos días, en Valledupar se conoció la noticia de un feminicidio, y aunque cada caso tiene su particularidad, hay algo que se repite dolorosamente: la violencia casi siempre empieza mucho antes del golpe.

En mi consulta he aprendido que el feminicidio no es un hecho aislado; es la consecuencia final de una cadena de silencios, de normalizaciones y de miedos que se acumulan. Empieza con frases como: “Así es él”. “Solo se puso celoso”. “Yo lo provoco”. “No quiero hacer un escándalo”. Y estas frases pequeñas, aparentemente inofensivas, se van formando como ladrillos de una cárcel emocional en la que muchas mujeres terminan atrapadas.

La violencia psicológica no aparece en los periódicos, no hay titulares que digan “Una mujer fue anulada emocionalmente”, ni publicaciones de fotos de una autoestima rota o de una libertad confiscada.

Pero esas violencias, las invisibles, son las que sostienen las otras, son las que anteceden al empujón, son las que justifican el insulto, son las que silencian la denuncia.

En el consultorio, antes del golpe, casi siempre llega la vergüenza: vergüenza de admitir que la pareja las controla, vergüenza de reconocer que sienten miedo dentro de su propia casa, vergüenza de aceptar que algo que empezó como amor hoy es una amenaza.

Y lo digo con firmeza: la vergüenza nunca ha salvado a nadie; el silencio tampoco.

El feminicida no nace de un día para otro; el feminicida se construye lentamente: con celos disfrazados de amor, con control maquillado de cuidado, con humillaciones justificadas, con un machismo que aún respira en cada esquina. Se construye en la idea equivocada de que una mujer es posesión, propiedad, territorio que se puede vigilar o castigar.

Y mientras la sociedad siga diciendo “algo habrá hecho para que él reaccionara así”, seguiremos preparando el terreno para que más mujeres sean asesinadas.

Desde mi rol veo mujeres que llegan a consulta con miedo de reconocer que están en riesgo; veo familias que no saben cómo apoyar; veo niñas que han aprendido desde pequeñas a aguantar; veo hombres que nunca aprendieron a amar sin controlar.

Y también veo algo más: cuando una mujer decide hablar, su vida puede cambiar; cuando se atreve a decir “tengo miedo”, se abre una puerta; cuando reconoce que eso no es amor, aparece un camino; cuando acepta ayuda, hay esperanza.

No podemos seguir normalizando los celos como señales de amor, no podemos seguir diciendo “la familia se queda unida pase lo que pase”, no podemos seguir llamando “dramas” a las denuncias de las mujeres, no podemos seguir creyendo que el hogar es un asunto privado cuando hay violencia.

El feminicidio no es un problema de pareja: es un problema social, es un grito de alerta, es una responsabilidad colectiva.

Quisiera que esta columna no fuera necesaria, quisiera que a ninguna mujer le tocara leerla desde el miedo, quisiera que ninguna familia tuviera que vivir el duelo que hoy vive una de nuestra ciudad. Pero mientras siga siendo necesario hablarlo, aquí estaré: escribiendo, visibilizando, acompañando desde mi rol y desde mi humanidad.

Porque si hay algo que he aprendido en la consulta es esto: el silencio pone en riesgo, la palabra protege, la acción salva.

Que no se nos haga tarde.

Por: Daniela Rivera Orcasita.

Psicóloga 

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