Jueves 10 de diciembre, a las 4:00 de la mañana despierto con un leve pero tormentoso dolor de cabeza y como siempre la nariz ‘tapá’, como Toño Maya. Ese es el mal que me agobia desde hace 50 años, cuando mi tío Juventino Martínez Dávila, especialista en nariz, me diagnosticó en Bogotá unos pólipos y […]
Jueves 10 de diciembre, a las 4:00 de la mañana despierto con un leve pero tormentoso dolor de cabeza y como siempre la nariz ‘tapá’, como Toño Maya. Ese es el mal que me agobia desde hace 50 años, cuando mi tío Juventino Martínez Dávila, especialista en nariz, me diagnosticó en Bogotá unos pólipos y se ofreció de forma inmediata y “gratuita” a operarme pues a la larga eso degeneraba en cáncer.
Le tuve miedo a ‘Juve’, que para echar cuchillo era un lince, y de ahí en adelante mi vida ha sido una tragedia de consultorio en consultorio; no hay gotas que no me haya ‘echao’, y eso cansa. Medicinas, muchas.
Inhalaciones con mentol, menjurjes ordenados y preparados por Bernelys López a base de jengibre y limón, viran gas, y nada. A veces me provoca cortarme la helénica o meterme un palo para destaparme, pero lo único que me calma esa modorra (cefalea, diría el doctor Marcelito) y el ‘tapao’, es la bendita y maravillosa Neosaldina, que con el bicarbonato me acompañan desde hace más de 30 años. Son mis compañeros inseparables, después de Mercy.
A esa hora, 4:00 a.m., bajo a tomarme 40 gotas, y 15 o 20 minutos después comenzar a escribir esta columna, después copiarla en mi celular y vía chat, así lo escribo aunque sé que no es así, mandarla al nuevo director. Le pido seguirle los pasos a Urbano, con quien estábamos bien compenetrados y a quien le deseo muchos triunfos en lo que vaya hacer.
Pasado 20 minutos, ya soy otro, ya me destapé de la cabeza y de la nariz. Después de moquear un rato estoy apto para escribir y cojo el kilométrico, y entonces el problema es que no tengo un tema definido, pues había pensado en Las Velitas, fiesta que a pesar de tener 1.400 años de establecida, no recuerdo en mi niñez en Manaure y Villanueva, haberla disfrutado como mis hijos y nietos; me acordé del bicho este que nos tiene arrodillados y humillados, pero que no parece, sino que es un hecho que hay luz al final del túnel y los ingleses ya vacunaron a su reina y su marido, 192 años entre los dos.
Pronto, pensando con optimismo, porque lo soy, en 60 días máximo, estaré inmunizado, y el bicho cruel, ahora sí, definitivamente vencido. Por lo pronto, viejitos y compañeros, no demos papaya y cuidémonos, que la vida es muy sabrosa y la muerte muy cruel.
Cinco de la mañana, Dayana, nuestra eficiente, jovial y atenta empleada, me trae un delicioso y aromático tinto, me lo tomo con deleite y me propongo escribir mi columna, pero caigo en cuenta que el espacio no se puede estirar, se acabó. Me levanto para serviles el café a los doctores Wilson Molina y Rodrigo Morón Cuello, que no lo pelan y yo me tomo el segundo pero hecho por mi querida vecina Margoth Perdomo. Chao.
Jueves 10 de diciembre, a las 4:00 de la mañana despierto con un leve pero tormentoso dolor de cabeza y como siempre la nariz ‘tapá’, como Toño Maya. Ese es el mal que me agobia desde hace 50 años, cuando mi tío Juventino Martínez Dávila, especialista en nariz, me diagnosticó en Bogotá unos pólipos y […]
Jueves 10 de diciembre, a las 4:00 de la mañana despierto con un leve pero tormentoso dolor de cabeza y como siempre la nariz ‘tapá’, como Toño Maya. Ese es el mal que me agobia desde hace 50 años, cuando mi tío Juventino Martínez Dávila, especialista en nariz, me diagnosticó en Bogotá unos pólipos y se ofreció de forma inmediata y “gratuita” a operarme pues a la larga eso degeneraba en cáncer.
Le tuve miedo a ‘Juve’, que para echar cuchillo era un lince, y de ahí en adelante mi vida ha sido una tragedia de consultorio en consultorio; no hay gotas que no me haya ‘echao’, y eso cansa. Medicinas, muchas.
Inhalaciones con mentol, menjurjes ordenados y preparados por Bernelys López a base de jengibre y limón, viran gas, y nada. A veces me provoca cortarme la helénica o meterme un palo para destaparme, pero lo único que me calma esa modorra (cefalea, diría el doctor Marcelito) y el ‘tapao’, es la bendita y maravillosa Neosaldina, que con el bicarbonato me acompañan desde hace más de 30 años. Son mis compañeros inseparables, después de Mercy.
A esa hora, 4:00 a.m., bajo a tomarme 40 gotas, y 15 o 20 minutos después comenzar a escribir esta columna, después copiarla en mi celular y vía chat, así lo escribo aunque sé que no es así, mandarla al nuevo director. Le pido seguirle los pasos a Urbano, con quien estábamos bien compenetrados y a quien le deseo muchos triunfos en lo que vaya hacer.
Pasado 20 minutos, ya soy otro, ya me destapé de la cabeza y de la nariz. Después de moquear un rato estoy apto para escribir y cojo el kilométrico, y entonces el problema es que no tengo un tema definido, pues había pensado en Las Velitas, fiesta que a pesar de tener 1.400 años de establecida, no recuerdo en mi niñez en Manaure y Villanueva, haberla disfrutado como mis hijos y nietos; me acordé del bicho este que nos tiene arrodillados y humillados, pero que no parece, sino que es un hecho que hay luz al final del túnel y los ingleses ya vacunaron a su reina y su marido, 192 años entre los dos.
Pronto, pensando con optimismo, porque lo soy, en 60 días máximo, estaré inmunizado, y el bicho cruel, ahora sí, definitivamente vencido. Por lo pronto, viejitos y compañeros, no demos papaya y cuidémonos, que la vida es muy sabrosa y la muerte muy cruel.
Cinco de la mañana, Dayana, nuestra eficiente, jovial y atenta empleada, me trae un delicioso y aromático tinto, me lo tomo con deleite y me propongo escribir mi columna, pero caigo en cuenta que el espacio no se puede estirar, se acabó. Me levanto para serviles el café a los doctores Wilson Molina y Rodrigo Morón Cuello, que no lo pelan y yo me tomo el segundo pero hecho por mi querida vecina Margoth Perdomo. Chao.