Recientemente ha habido dos grandes pruebas para medir si ya estamos listos para la siguiente etapa: la deshumanización absoluta. Una fue, por supuesto, la pandemia del COVID-19, donde no voy a dar detalles porque los lectores tienen muy frescas las escenas cuando contábamos por cientos los muertos, llegando al punto de eliminar cualquier acto de honra con nuestros difuntos. Nos los arrancaron sin llorarlos, sin oraciones, sin despedirnos siquiera: solo bolsas selladas, prohibidas de manipular, llevadas directo a las tumbas, a fosas comunes y otros que enterraron como NN o simplemente trocaron sus nombres. Es decir, algunas familias lloraban y enterraban a alguien que no era su difunto. Los demás detalles son horribles de contar.
Y la actual, la que es considerada la “cereza del pastel”, nos muestra impunes ante el primer genocidio transmitido en vivo y en directo por televisión y por redes. Y eso que solo vemos la punta del iceberg, porque el enorme poder mediático y lobista que tiene el gobierno israelí no solo censura la verdad, sino que asesina a los periodistas (a fecha del 1.º de septiembre se registraban 210 asesinados) que cubren en directo la matanza despiadada que comete su ejército en contra de civiles: niños, mujeres, ancianos y, por supuesto, no combatientes. Porque algo sí es una verdad inocultable: no hemos visto al primer combatiente de Hamás dado de baja, o por lo menos yo no lo he visto, pero sí a miles de cadáveres de niños apilados, quemados y desmembrados por los misiles israelíes.
Como no hay espacio para entrar en detalle sobre la historia, solo hay que recordarle a los muchos fanáticos religiosos que apoyan ciegamente a Israel, porque dizque son el “pueblo de Dios”, que, según diversas fuentes —incluso exfuncionarios israelíes—, el grupo Hamás llegó al poder financiado por el partido ultraderechista y fanático Likud, del actual primer ministro Netanyahu. Esto, con el fin de debilitar a la entonces OLP (Organización para la Liberación de Palestina), liderada por Yasser Arafat, que para entonces estaba muy cerca de lograr los dos Estados. Entonces, ¿cómo se explica que se apoye a un grupo terrorista para que llegue al poder? Creo que la estrategia es clara y no requiere mayor análisis, pues la estamos viendo ante nuestros ojos. Pero ¿qué le hizo el pueblo palestino al mundo para que se permita semejante barbarie? La respuesta es más compleja aún, porque los matices son muchos y la verdad es políticamente incómoda.
Pero la conclusión más clara de toda esta carnicería está precisamente en el valor que tienen los palestinos para el mundo: ¡ninguno! No tienen petróleo, ni gas, ni tierras raras. Son una población que ocupa una tierra que Israel necesita para seguir ampliándose. De ahí la colonización cometida durante décadas mediante la estrategia paramilitar y permitida por una facción de sus líderes religiosos y de fanáticos, aceptada como una excusa por Occidente. Por eso siempre me he preguntado: ¿por qué algunas iglesias evangélicas izan la bandera de Israel en sus templos si ellos (judíos) no reconocen a Jesucristo como su Mesías?
Pero la verdad salió a flote sin maquillaje, descarada, infame y anteponiendo, ante cualquier acto de humanidad, un negocio inmobiliario que anunció en vivo y en directo el presidente Trump: “Una vez Israel termine el trabajo sucio”, estoy citando literalmente sus palabras. Es decir, Israel expulsa a los palestinos de la Franja de Gaza —el territorio más próximo al mar y con playas— usando todos los métodos de un genocidio, y luego las empresas inmobiliarias, incluidas las del señor Trump y sus socios, construyen complejos hoteleros sobre miles de cadáveres. Y los gazatíes que logren sobrevivir o se mueren de hambre o terminarán huyendo a las fronteras de otros países, que lidiarán con millones de hambrientos, agravando aún más sus propios problemas, como el caso de Siria o Líbano.
Sé que hay un Dios que nos mira con piedad, y estoy seguro de que no es el dios de Netanyahu y sus aliados. Nos va a pedir cuentas de lo que hoy patrocinamos directa o indirectamente, porque no solo es culpable el que dispara el misil contra los niños, sino también el que calla, mira para otro lado o simplemente justifica lo injustificable.
Por: Eloy Gutiérrez Anaya.












