MEDIO AMBIENTE
Por: Hernán Maestre Martínez
Valledupar Ciudad Ecológica de Colombia. Recuperemos y conservemos las cuencas de los ríos Guatapurí y Cesar. Hagamos causa común para que el embalse de Besotes sea una realidad, es agua para la vida en Valledupar, la Paz y San Diego.
En nuestra Nación debemos estar pensando desde hace rato que el nuevo orden mundial que exige que las políticas internacionales relacionadas con la alimentación y agricultura den una respuesta oportuna a los graves problemas de falta de seguridad alimentaria, por lo menos así lo vemos planteado en los postulados del Plan Nacional de Desarrollo 2010 – 2014, denominado “Prosperidad para todos”; sin embargo, debemos expresar que el debate alrededor de este tema debe concentrarse en la necesidad de incrementar la cantidad de alimentos producidos, ya conocemos que este problema se ha desbordado desde la perspectiva de la Organización Mundial de Comercio (OMC), Banco Mundial (BM), y Fondo Monetario Internacional (FMI), promotores del libre mercado, que bajo la presión de grandes transnacionales han fortalecido las políticas de apertura indiscriminada de las fronteras comerciales.
Podemos decir que hasta ahora, sólo se está teniendo en cuenta el volumen de alimentos como un aspecto importante, pues se refiere a la disponibilidad, de los mismos, sin tener en cuenta la distribución de los alimentos y tampoco al control, soportes y ayudas del campesino productor a lo largo de toda la red alimentaria en su integridad.
Con esta percepción de seguridad alimentaria, los sistemas agrícolas tradicionales quedan invisibilizados en la medida en que se pierde el concepto de integridad y diversidad del proceso productivo. Observamos desde esta óptica la FAO, que ha promovido desde su creación el uso de “variedades de alto rendimiento” impulsando el fortalecimiento del modelo agrícola dominante, alto en la exigencia de insumos externos como fertilizantes químicos, plaguicidas, herbicidas, represas para riego intensivo, entre otros, y aquí está un pero muy importante, y es que todo esto genera altos costos ecológicos como son el efecto invernadero, la destrucción de la fertilidad del suelo, toxicidad del suelo, erosión genética, reducción de biomasa, contaminación de los alimentos, suelos, agua, vida humana y animal.
Las anteriores políticas provocan profundos cambios en los modelos agrícolas campesinos, transformando sus economías de autosuficiencia en altamente dependiente del mercado externo.
Ojalá que el nuevo gobierno de Santos en su preocupación por la seguridad alimentaria no caiga en estos grandes “pecados” que laceran la verdadera garantía alimentaria interna. A la situación planteada hay que agregar el avance de la Ingeniería Genética aplicada a la agricultura. La agrobiotecnología, como ayer las semillas de “alto rendimiento”, prometen falsamente a la humanidad producir organismos milagrosos (transgénicos) supuestamente respetuosos con el medio ambiente. Prometen también una agricultura en la que se reduzca el uso de plaguicidas y fertilizantes para alimentar al mundo con sus cosechas modificadas genéticamente, y un incremento en los niveles de producción. Como vemos, la Ingeniería Genética nace con la misma lógica reduccionista de la Revolución Verde, que produjo un deterioro generalizado del medio ambiente por la utilización de altos insumos, acumulación de residuos tóxicos, utilización de energía proveniente de combustibles fósiles, por mencionar algunos.
Huelga significar que esta revolución biotecnológica va mucho más allá, pues se consolida con base en una alianza invisible con el comercio internacional y las grandes transnacionales, particularmente de semillas, que han dado su voto a favor de la desregulación de los productos modificados genéticamente, con el fin de incentivar la competitividad, ésta, otro elemento básico del libre comercio.












